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LOS HIJOS DEL VIENTO
Inteligencia sin humildad
ESTE RELATO GRIEGO ESTÁ RELACIONADO CON UNO DE LOS MÁS GRANDES MISTERIOS DE
LA FAMILIA: ¿DE DÓNDE PROVIENEN NUESTROS DONES Y TALENTOS? ESTA HISTORIA NOS
HABLA DE UN DON QUE PASA DE UN DIOS A SUS DESCENDIENTES HUMANOS. ELLO
IMPLICA QUE NUESTROS TALENTOS NO SON «NUESTROS», SINO QUE SON PROPIEDAD DE
LOS DIOSES, Y QUE SE MANIFIESTAN A TRAVÉS DE LOS SERES HUMANOS QUE SON LOS
CUIDADORES Y RECEPTORES DEL DIVINO PODER CREADOR. ASIMISMO, SUGIERE QUE EL
MAL USO DE LOS DONES HEREDADOS PUEDE TERMINAREN DESASTRE, Y QUE DEPENDE DE
NOSOTROS UTILIZAR NUESTROS TALENTOS PARA SERVIR EN LUGAR DE UTILIZARLOS PARA
EL PROPIO PROVECHO Y PARA CONTROLAR LA VIDA.
El rey de los vientos era conocido como Eolo. Era inteligente e ingenioso, y
fue quien inventó las velas de los barcos. Pero también era piadoso y justo,
y veneraba a los dioses; por eso, su divino padre, Poseidón, dios del mar,
lo nombró guardián de todos los vientos. El hijo de Eolo, Sísifo, heredó su
inteligencia, adaptabilidad e ingenio, pero, lamentablemente, no heredó su
piedad. Sísifo era un bribón astuto y un ladrón de ganado que obtuvo un
reino mediante la traición; y una vez en el poder resultó ser un cruel
tirano. El método de ejecutar a sus enemigos —para no mencionar a los
viajeros ricos suficientemente imprudentes como para arriesgarse a utilizar
su hospitalidad— era atarlos a estacas en el suelo y aplastarlos con pesadas
piedras.
Finalmente, Sísifo fue demasiado lejos y le hizo trampa a Zeus, rey del
cielo. Cuando Zeus le robó una chica al padre de esta y la escondió, Sísifo
era la única persona en la tierra que sabía dónde la ocultaba, y prometió a
Zeus que guardaría el secreto. Pero, a cambio de un soborno, le reveló al
padre de la chica dónde podía encontrar a los amantes. La recompensa por
parte de Zeus fue su muerte. Pero el hábil Sísifo engañó a Hades, dios de la
muerte, le ató de pies y manos y lo encerró en un calabozo. Ahora que el amo
del inframundo estaba preso, ningún mortal podía morir. Esto resultó
especialmente irritante para Ares, el dios de la guerra, ya que por todo el
mundo ocurría que los hombres que mataban en las batallas volvían de
inmediato a la vida dispuestos a luchar otra vez. Finalmente, Ares liberó a
Hades, y entre ambos cogieron a Sísifo por los brazos y se lo llevaron por
la fuerza al inframundo.
Rehusando admitir su derrota, Sísifo ensayó una nueva estratagema para
escapar a su destino. Cuando llegó al inframundo, fue derecho ante la reina
Perséfone y se quejó de que lo habían arrastrado hasta allí vivo y sin haber
sido enterrado, y que necesitaba tres días para ir al mundo superior a
disponer su funeral. Lejos de sospechar nada, Perséfone accedió, y Sísifo
regresó al mundo mortal y continuó su vida igual que antes. Desesperado,
Zeus envió a Hermes, que era aún más inteligente que Sísifo, para obligarlo
a asumir su condena. Los jueces de los muertos aplicaron a Sísifo un castigo
adecuado tanto a sus métodos engañosos como a su crueldad manifiesta al
matar a la gente a pedradas. Colocaron una enorme piedra sobre él en la
ladera de una colina muy escarpada. El único modo que tenía para impedir que
la piedra resbalara y lo aplastara era hacerla rodar colina arriba. Hades le
prometió que si lograba empujarla hasta la cima y después hasta abajo por el
otro lado, cesaría su castigo. Con inmenso esfuerzo, Sísifo hacía rodar la
piedra hasta la cima de la colina, pero la enorme piedra le jugaba siempre
una mala pasada; se deslizaba de sus manos y lo perseguía colina abajo hasta
llegar a la base. Este fue su destino hasta el fin de los tiempos.
Volviendo a la tierra, Sísifo había dejado hijos y nietos, y todos ellos
heredaron la inteligencia brillante de Eolo, el rey del viento. Pero no
usaron el don prudentemente. El hijo de Sísifo se llamaba Glauco. Era un
hábil jinete, pero, despreciando el poder de la diosa Afrodita, rehusó
permitir que sus yeguas criaran. Actuando de ese modo, esperaba lograr que
fueran más briosas que las demás contendientes en las carreras de carros,
que eran su interés principal. Pero Afrodita se sintió vejada ante esta
violación de la naturaleza por las maquinaciones humanas y sacó a las yeguas
durante la noche para que comieran una hierba especial. A la mañana
siguiente, tan pronto como Glauco las unció a su carro, se desbocaron,
volcaron el carro, lo arrastraron por el suelo enredado entre las riendas y
después se lo comieron vivo.
El hijo de Glauco se llamaba Belerofonte. Este apuesto joven había heredado
la inventiva y el ingenio rápido de su bisabuelo Eolo, el temperamento fiero
de su abuelo Sísifo y la arrogancia de su padre, Glauco. Cierto día,
Belerofonte tuvo una pelea violenta con su hermano y lo mató. Horrorizado de
su crimen, juró que nunca volvería a mostrar ninguna emoción y huyó de su
tierra natal.
Vagó por muchos países y finalmente arribó a la fortaleza pétrea de Tirinto,
cuya reina se enamoró de él y lo invitó a que fuera su amante. Belerofonte,
temiendo con prudencia las consecuencias emocionales, declinó. Pero nadie se
había rehusado antes a la reina de Tirinto. Humillada y airada, se fue a ver
a su esposo en secreto y acusó a Belerofonte de intento de violación. El rey
era reacio a castigar a Belerofonte y arriesgarse a la venganza de las
Furias por el asesinato directo de un aspirante. En consecuencia, mandó a
Belerofonte a la corte del padre de su esposa, el rey de Licia, con una
carta sellada que decía: «Apresa y elimina de este mundo al portador; ha
tratado de violar a mi esposa, tu hija». El rey de Licia, como era de
esperar, mandó al joven héroe a correr una serie de aventuras mortales. La
primera de ellas consistió en que Belerofonte tenía que matar a la Quimera,
un monstruo que despedía fuego por la boca y vivía en una montaña cercana,
aterrorizando a la gente y quemando la tierra. Belerofonte era lo
suficientemente inteligente como para saber que necesitaba ayuda urgente.
Consultó a un vidente, quien dio al héroe un arco, un carcaj con flechas y
una lanza que en el extremo llevaba un gran bloque de plomo en lugar de una
punta. Después recibió instrucciones para que fuera a la fuente mágica en la
que encontraría bebiendo a Pegaso, el caballo alado. Belerofonte debía domar
al caballo, embridarlo y volar sobre su grupa para luchar con la Quimera.
Belerofonte cumplió con todo debidamente, matando al dragón que echaba
fuego. Para lograrlo le introdujo por la garganta la lanza con la punta de
plomo de modo que el plomo se fundió, le fue bajando a los pulmones y se
asfixió. Tras regresar a Licia, derrotó a los enemigos que el rey mandó
contra él, arrojándoles una lluvia de piedras desde el cielo. Finalmente, el
rey reconoció que Belerofonte era un campeón y le concedió la mano de su
hija y la mitad de su reino.
Hasta el momento, Belerofonte había utilizado su inteligencia heredada,
mientras mantenía bajo control su arrogancia e impetuosidad. Pero
finalmente, cuando descubrió que había sido la reina de Tirinto la
responsable de todas sus dificultades, su cólera pudo más que él y voló
sobre su caballo alado, Pegaso, hasta Tirinto; se llevó consigo a la reina a
miles de metros de altura y la dejó caer para que muriera. Después, ofuscado
por el acaloramiento y la emoción de volar como el viento —ya que, después
de todo, su bisabuelo Eolo era el señor de los vientos—, decidió elevarse
todavía más y visitar a los mismos dioses. Pero los mortales no pueden
entrar en el Olimpo a menos que un dios los invite. Zeus envió a una mosca
para que picara a Pegaso; el caballo alado se encabritó y Belerofonte cayó y
se mató.
COMENTARIO.
Siempre se ha prestado a debate el tema de si la inteligencia es algo que se
hereda. Se han ofrecido toda clase de razones, desde el medio ambiente a la
educación, pasando por poner el énfasis en lo cultural, para explicar por
qué la inteligencia parece transmitirse en la familia. Sin embargo, ya sea
que la inteligencia se herede o no, la madurez y la moralidad que nos
capacita para utilizarla prudentemente no son genéticas, y siguen estando en
manos de cada persona, así como en las de los padres que enseñan a sus hijos
a valorar todo lo que nos ayuda en la vida.
Los griegos creían en la herencia de los dones; asumían que si un dios o un
semidiós, tal como Eolo, respaldaba a un linaje humano, los descendientes
heredaban alguno de sus atributos, quizá diluidos a lo largo de sucesivas
generaciones, pero no obstante presentes en cada miembro familiar. La
inteligencia, según el mito griego, no es un talento menor que la música, el
poderío marcial o el don de la profecía. Y si los mortales que heredan esos
talentos son suficientemente tontos como para olvidar sus limitaciones
mortales y ofenden a los dioses, entonces solamente ellos, y no los dioses,
son los responsables de tener un mal fin.
Eolo, parte dios y parte espíritu del viento, es piadoso, y se le venera por
eso. Pero su hijo Sísifo no tiene ni conciencia ni humildad, y es sometido a
un castigo terrible. ¿Cómo podemos dar a nuestro hijos un marco de valores
dentro del cual ellos puedan desarrollar su talento sin sucumbir a la
arrogancia y a las ilusiones de la grandeza? Un marco demasiado rígido ahoga
el talento; la ausencia de un marco conduce a un subdesarrollo del potencial
o a abusar de los dones innatos. Un aspecto significativo de la historia de
los descendientes de Eolo es que los respectivos padres no están presentes
para ayudar a proporcionar ese marco a sus hijos. El don se hereda, pero no
existe el receptor amoroso y capaz de brindar apoyo, en el que el don crezca
junto con un reconocimiento de las limitaciones humanas. Eolo está demasiado
ocupado gobernando los vientos como para molestarse con Sísifo; este está
demasiado ocupado engañando a los viajeros como para molestarse con Glauco;
Glauco está demasiado preocupado con las carreras de carros como para
molestarse con Belerofonte; y finalmente este, el más atractivo de esta,
saga y el más parecido a Eolo, es en definitiva incapaz de controlarse a sí
mismo, porque nadie le ha enseñado a hacerlo. Asesina a su hermano en un
rapto de ira, y solo así reconoce su gran debilidad. Pero entonces ya es
adulto, y el control se le hace difícil. Sabe lo que tiene que hacer. Pero a
la hora de la verdad, es capaz de resistir las artimañas de una mujer, pero
no la vacuidad de su propio engrandecimiento.
Esta historia de una línea familiar inteligente pero arrogante nos dice
muchas cosas sobre la elección y la responsabilidad. Los héroes del mito,
tanto hombres como mujeres, son símbolos de las cualidades especiales
existentes en cada uno de nosotros, que nos dan un sentido de significado y
de destino personal. Debido a que cada uno posee algún don que lo hace
único, todos somos «descendientes de los dioses», en el sentido de los
griegos. Y todos tenemos la capacidad de utilizar nuestros dones para bien o
para mal. Puede que nuestro talento sea producto de un medio ambiente
favorable; o puede que sea heredado junto con el color de los ojos o del
cabello. O puede que ambas cosas sean verdad. Esta historia nos enseña que
la inteligencia sin respeto por el valor de los demás puede ser un don de
doble filo con posibilidad de que finalmente se vuelva contra el que lo
posee. ¿Dónde aprendemos lo que los griegos entendían como respeto por los
dioses? Esto no requiere ningún marco religioso específico, aunque las
religiones ofrezcan un código de comportamiento, en concordancia con la
«voluntad de Dios». Pero la piedad, en el sentido griego, requiere un
reconocimiento de la unidad de la vida y del valor de las cosas vivientes.
Los dioses son, después de todo, símbolos de las muchas facetas de la vida
misma.
Podemos aprender de Belerofonte que, por más capaces que seamos, no podemos
entrar solos al Olimpo. Únicamente podemos ser humanos, y debemos usar
nuestros dones con amor y humildad. Quizás, de esta manera nos invite algún
dios a subir al Olimpo...
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