Si bien todas las familias pasan algún momento difícil
durante la transición adolescente, algunas pueden quedar ancladas en un
determinado nivel evolutivo y no moverse, ni hacia delante ni hacia atrás.
Están atascadas. La estructura familiar ha quedado congelada: ¡pobre del que
se mueva!
Pero algo habrá que hacer para ayudar a la familia a
salir del atolladero en que se encuentra. Y aquí contaremos con los sabios
consejos de la terapia familiar, que nos permitirán maniobrar adecuadamente,
sin demasiadas colisiones ni traumatismos innecesarios, para que los
miembros más jóvenes de la estructura familiar, ahora convertidos en
adolescentes, puedan cumplir sus aspiraciones.
Habitualmente se trata de familias frágiles que no
soportan los esfuerzos de separación-individualización del adolescente.
Estas familias están organizadas alrededor de creencias fundamentales o
presupuestos de base, que preservan la coherencia y la unidad del grupo,
pero dificultan frecuentemente los límites entre los miembros familiares y
las relaciones entre generaciones. Cuando esta unidad familiar se siente
"amenazada", se observa cómo cada uno de los miembros del grupo actúa a la
defensiva, reforzando la adhesión a las creencias y presupuestos que
alimentan el mito familiar y configuran las reglas -a menudo tremendamente
estrictas- que rigen el funcionamiento de estas familias. Obviamente, en un
grupo familiar que se maneja sobre este modelo, el adolescente es una
amenaza a causa de sus deseos de vida autónoma, que cuestiona los ideales
parentales y selecciona nuevos objetivos.
Los movimientos normales hacia la emancipación que
ejecuta el adolescente son percibidos por el grupo familiar como un peligro
y cada miembro reacciona echando mano de mecanismos de defensa arcaicos.
Estos mecanismos tienen por finalidad dificultar los límites entre las
personas que constituyen la familia, dejando confusa la individualidad y,
por consiguiente, la identidad de cada uno. En estas familias, por ejemplo,
los padres reaccionan ante toda tentativa de independencia del adolescente
tildando a éste de excesivamente dependiente, incapaz e incompetente... Pero
los propios padres se delatan porque emiten juicios estereotipados y sin
ningún fundamento real, influidos a menudo por el entorno (por ejemplo, los
abuelos).
Pero no hay necesidad de llegar a estos prototipos de
familias anquilosadas, potencialmente dañinas porque pueden hacer fracasar
el desarrollo de la autonomía del hijo adolescente; existen otras, más
normales y naturales, en las que los padres -inconscientemente en la mayoría
de los casos- dificultan la maduración espontánea del hijo adolescente.
Es sabido que cada período de la vida requiere que se
abandone algo anterior. En el caso del adolescente, se necesita prescindir
de los privilegios de la niñez, situación que conduce al desespero a muchas
madres que ven cómo su hijo se les escapa de las manos. Crecer no es siempre
un panal de miel para el niño, y para la madre es a menudo un amargo acíbar.
En las familias con estructura aglutinada de sus miembros
(familia fusionada) y estrecha alianza de la madre con los hijos, los niños
mayores no pueden transformarse en adolescentes hasta que la madre se
transforma en una esposa. La madre no puede funcionar como una esposa hasta
que el marido la separe de los niños. Y la madre no dejará ir a los niños
hasta que el padre le ofrezca apoyo y ternura como esposo.
Bueno sería que los padres tuvieran siempre en mente unas
palabras de Kahil Gibran -el escritor hindú autor de El profeta-:
"Tus hijos no son tuyos, son hijos de la vida; puedes darles tu amor, pero
no tus pensamientos, puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque
ellos viven en la casa del mañana. Tú eres el arco del cual tus hijos son
lanzados como saetas vivas..."