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LA EVOLUCIÓN DE LAS
IDEAS SOBRE LA SEXUALIDAD
Las primeras experiencias sexuales de muchas personas consisten en la
masturbación. Pero, como hemos visto, los datos indican que un número
importante de mujeres nunca se masturba y muchas lo hacen a una edad más
tardía que los varones. Esta circunstancia puede tener también importantes
consecuencias en otras áreas de la sexualidad.
Las experiencias masturbatorias de la infancia y la adolescencia constituyen
importantes fuentes precoces de aprendizaje de la sexualidad. Mediante esas
experiencias, aprendemos cómo responden nuestros cuerpos a la estimulación
sexual y cuáles son las técnicas más eficaces para estimular nuestros
propios cuerpos. Este aprendizaje es importante para nuestra experiencia del
sexo adulto, entre dos personas. Quizá, las mujeres que no se masturban y
que, por tanto, están privadas de esta experiencia de aprendizaje precoz,
son las mismas que no tienen orgasmos en sus relaciones sexuales. Esto es
exactamente lo que indican los datos de kinsey: que es más probable que las
mujeres que se masturban hasta conseguir el orgasmo antes del matrimonio
tengan orgasmos en sus relaciones sexuales con sus esposos. Por ejemplo, el
31% de las mujeres que nunca se han masturbado hasta el orgasmo antes del
matrimonio no ha tenido ningún orgasmo al final del primer año de
matrimonio, en comparación con la proporción, entre el 13 y el 16%, de las
mujeres que se han masturbado. Por tanto, parece que existe la posibilidad
de que la falta de experiencia masturbatoria de las mujeres en la
adolescencia esté relacionada con sus problemas para alcanzar el orgasmo en
sus relaciones sexuales.
Conviene señalar que, según los datos de kinsey, los chicos y las chicas
aprenden a masturbarse de forma diferente. La mayoría de los varones dicen
haber oído hablar de la masturbación antes de tratar de hacerlo por su
cuenta, y una proporción importante de ellos ha observado cómo lo hacían
otros. Por su parte, la mayoría de las mujeres ha aprendido a masturbarse
mediante el descubrimiento accidental de esa posibilidad. Parece, pues, que
la comunicación sobre la conducta sexual no es tan libre entre las chicas
como entre los chicos, o quizá ellas no estés tan interesadas en conseguir
esa información. En todo caso, parece que la mayoría de los varones ha
aprendido a relacionar los órganos genitales con el placer hacia la época de
la pubertad, mientras que muchas mujeres no.
La relativa inexperiencia masturbatoria de las mujeres no sólo puede
provocar una carencia de aprendizaje sexual, sino también crear una especie
de "dependencia erótica" de los hombres. En general, las primeras
experiencias sexuales de los chicos son masturbatorias. Aprenden así que
pueden provocarse su propio placer sexual. Las primeras experiencias
sexuales de las chicas corresponden, en general, a caricias heterosexuales.
Por tanto, aprenden, con respecto al sexo, a partir de los chicos y que su
placer sexual lo provoca el varón. Quizá, las mujeres jóvenes sepan de la
masturbación, pero no saben cómo masturbarse: cómo producirse placer e,
incluso, cuáles puedan ser los placeres del orgasmo... Algunas mujeres
jóvenes dicen que han aprendido cómo masturbarse después de haber tenido
orgasmos en el coito y con caricias, decidiendo después hacerlo por sí
mismas.
Lo que escribe una estudiante en un ensayo proporciona un ejemplo de cómo
puede la masturbación ampliar la sexualidad femenina:
A los 12 años, descubrí la masturbación... El descubrimiento de esta
práctica, por puro accidente, casi me liberó. En realidad, fue uno de los
descubrimientos más geniales que nunca haya hecho. Me siento totalmente
cómoda con esto y lo he hablado con algunas amigas. Una de mis teorías
favoritas gira en torno a esto. Cuando los hombres me piden que tenga
relaciones con ellos y me da la sensación de que, en realidad, sólo voy a
servirles como instrumento para producirles un orgasmo, suelo decirles que
estoy segura de que lo "pasarían mejor haciéndoselo ellos mismos". La
masturbación me produce un orgasmo mejor, más controlado. En el estudio de
Shere Hite sobre la sexualidad masculina, he leído que a ellos les pasa lo
mismo. No digo que sea mejor que el contacto sexual con un hombre, pero creo
que satisface más que acostarse de inmediato con alguien a quien no quiera y
con quien no me sienta cómoda. Me sorprende que, según kinsey, sólo el 58%
de las mujeres se masturbe en algún momento de su vida. Yo creía que lo
hacía todo el mundo. Para mí, es muy creativo. He probado varias técnicas y,
sin duda, me ayuda en mis experiencias sexuales. Conozco mucho sobre mis
respuestas sexuales y creo que el hecho de conocerme a mí misma tiene algo
que ver con los hombres y sus respuestas sexuales.
Por tanto, las experiencias masturbatorias (o su falta) pueden tener mucha
importancia para configurar la sexualidad femenina, diferenciándola de la
masculina.
Sin duda, las fuerzas socializadoras que actúan sobre la evolución de la
sexualidad de la mujer también son importantes. Nuestra cultura ha impuesto
tradicionalmente restricciones más fuertes sobre la sexualidad de la mujer
que sobre la del hombre y en nuestros días aún quedan vestigios de éstas.
Parece probable que tales restricciones hayan amortiguado la sexualidad
femenina y, en consecuencia, ayuden a explicar por qué algunas mujeres no se
masturban o no tienen orgasmos. En un ensayo, una estudiante recordaba una
de sus experiencias de socialización infantil del siguiente modo:
"Durante gran parte de mi infancia fui a una escuela católica. La directora
y las maestras eran religiosas de la vieja escuela... Recuerdo un día en que
la directora nos reunió a todas las niñas (desde tercero hasta octavo) en el
salón de actos. "No puedo culpar a los chicos porque os levanten las faldas
para ver vuestra ropa interior", gritó; "vosotras, niñas, las faldas tan
cortas que lleváis son una tentación que escapa de su control". Yo no tenía
ni idea de a qué se refería, pero, en la escuela, la longitud de nuestras
faldas tenía la máxima importancia. Las niñas buenas no enseñan las
piernas".
Uno de los ejemplos más claros de las diferencias entre las restricciones
impuestas sobre la sexualidad femenina y la masculina es la doble norma. En
esencia, la doble norma dice que las mismas conductas sexuales se valoran de
forma diferente si las realiza un varón o una mujer. El sexo prematrimonial
constituye un buen ejemplo. Tradicionalmente, en nuestra cultura, las
relaciones prematrimoniales se han considerado más aceptables en los hombres
que en las mujeres. En realidad, la actividad sexual prematrimonial podría
considerarse como símbolo de categoría para el varón y de bajeza en la
mujer.
Estas normas diferentes se reflejan en la conducta. Por ejemplo, los datos
de kinsey, recogidos en los años cuarenta, indicaban que más del doble de
varones (71%) que de mujeres (33%) había practicado el sexo prematrimonial.
En apariencia, el mensaje de la sociedad había calado en las mujeres jóvenes
de la época. La mayoría de ellas se las arreglaba para mantenerse castas
antes del matrimonio, mientras que los varones contemporáneos suyos tendían
a conseguir la experiencia que de ellos se esperaba.
Por regla general, parece que, en nuestros días, la doble norma pesa menos
que en otros tiempos. Por ejemplo, en la actualidad, las personas aprueban
el sexo prematrimonial de las mujeres casi tanto como el de los hombres. En
la muestra de Hunt, el 82% de los hombres pensaba que el sexo prematrimonial
era aceptable en el caso de los varones cuando la pareja estuviera enamorada
y el 77% pensaba lo mismo con respecto a las mujeres en las mismas
circunstancias (año 1974).
Este cambio de actitud se refleja en la conducta. El porcentaje de mujeres
que manifestó haber tenido relaciones prematrimoniales es mucho mayor en la
actualidad que en la época de Kinsey. En la muestra de Hunt, entre las
personas de edades comprendidas entre los 18 y los 24 años que respondieron,
el 95% de los varones y el 81% de las mujeres habían tenido relaciones
prematrimoniales. En consecuencia, la diferencia entre hombres y mujeres es
mucho menor ahora que hace una generación.
La ambivalencia constituye un aspecto importante de la psicología de la
mujer. La sexualidad es otra área de ambivalencia de la mujer. Sin duda,
esta ambivalencia se deriva del tipo de mensajes dobles que las mujeres
reciben de la sociedad. Al llegar a la adolescencia, se les dice que, para
ellas, es importante la popularidad, y el ser sexualmente atractivas aumenta
su popularidad. Pero, en realidad, entablar relaciones sexuales
prematrimoniales puede llevar a una pérdida de categoría social. El mensaje
productor de la ambivalencia es: "sé atractiva sexualmente, pero no seas
sexual".
La ambivalencia con respecto a las relaciones sexuales se refleja en el gran
número de embarazos no deseados entre mujeres solteras bien informadas
acerca de la contraconcepción. Por ejemplo, las investigaciones realizadas
durante los años setenta pusieron de manifiesto que el 71% de las
adolescentes sin pareja estable, pero sexualmente activas, no utilizaba
anticonceptivos en absoluto o sólo en algunas ocasiones. Las pruebas
muestran que no los usaban, ¿Por qué? El hecho de tomar a diario una pildora
anticonceptiva indica que la mujer en cuestión tiene en cuenta la
posibilidad real de mantener relaciones sexuales. A las mujeres solteras,
sobre todo a las que no mantienen una relación estable, les resulta difícil
admitirlo. El hecho de estar siempre preparada para mantener relaciones
sexuales sugiere una falta de moralidad. En realidad, parece tan grande la
antipatía sentida a tomar a diario medidas anticonceptivas que supera el
carácter indeseable del embarazo. La mujer preferiría mucho más que crean
que "la arrastraron" que la situación alternativa: que esperaba mantener
relaciones sexuales.
La investigación sobre el desarrollo de la sexualidad indica que centrarse
en las diferencias de género en la sexualidad constituye un enfoque
demasiado simple. La diferencia entre varones y mujeres se produce en el
proceso evolutivo de la sexualidad. En cierto sentido, parece que varones y
mujeres atraviesan las fases de desarrollo sexual en la adolescencia y en la
edad adulta en sentidos inversos. Para los varones, la sexualidad
adolescente se centra en los aspectos genitales, con fuertes necesidades
orgásmicas (algunos manifiestan tener entre cuatro y ocho orgasmos diarios).
Pero, cuando el hombre llega a los 50 años, el interés pasa de los aspectos
genitales a una experiencia sensual más difusa, considerándose
satisfactorios dos orgasmos por semana. Para la mujer, la sexualidad
adolescente es difusa y no centrada en los aspectos genitales, haciendo poco
hincapié en el orgasmo. La sexualidad genital y el potencial orgásmico se
desarrollan más tarde, sin llegar al máximo hasta los 30 o los 40 años. A
los 40 años la respuesta orgásmica de la mujer es más rápida y más estable
que a los 20 y antes. Parece, por tanto, que la sexualidad masculina inicial
es genital, evolucionando poco a poco hacia una experiencia sensual más
compleja y difusa, mientras que la sexualidad femenina comienza como una
experiencia compleja y difusa y sólo más adelante se desarrolla su
componente genital. |
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