A nadie se le escapa que lo que digan padres y profesores
ayuda a incrementar la propia valía del adolescente. El deseo de una
autoimagen aceptable, como rasgo general del desarrollo de un adolescente
sano, es uno de los factores más decisivos e importantes para motivar su
comportamiento. Por el contrario, a los niños les entristece que los adultos
que aprecian se muestren continua e implacablemente críticos con respecto a
ellos. De tal manera que cualquier amenaza a la valoración y al
funcionamiento del Yo constituye una amenaza vital a la propia esencia de la
persona. Por consiguiente, los chicos adoptan muy pronto complejas
estrategias de defensa para hacer frente a dichas amenazas.
Las estrategias defensivas ayudan a reducir las
ansiedades y los fracasos, y protegen la integridad del Yo incrementando la
sensación de dignidad personal.
En gran medida somos inconscientes de la forma en que
utilizamos tales estrategias. Uno de los objetivos de su adopción consiste
en reducir la tensión, y la reducción de la incomodidad inmediata sirve para
reforzar su utilización... Así, el joven efectúa elecciones y lleva a cabo
acciones que disminuyan y -si es posible- eviten la ansiedad, el dolor o
cualquier otro malestar. En realidad, todos aprendemos a utilizar
estrategias de este tipo; lo que sucede es que cuando las empleamos de
manera inadecuada o exagerada, con demasiada intensidad o inflexibilidad, se
convierten en neuróticas (así se llaman en términos médicos). La frecuencia
y el grado de utilización de las estrategias defensivas constituyen la clave
de la incorrección de su empleo. El problema reside en que implican un
cierto autoengaño y una distorsión de la realidad, y pueden impedir,
mediante una especie de cortocircuito, una solución realista -aunque
dolorosa- de los problemas cotidianos. Veamos, a continuación, algunas de
estas socorridas estrategias psicológicas, que quizá nos ayudarán a
comprender mejor la conducta de los adolescentes.
Mediante el encapsulamiento o aislamiento afectivo,
el joven reduce las tensiones de necesidad y de ansiedad, apartándose
bajo una capa de parálisis y pasividad. Disminuye sus propias expectativas y
se mantiene no implicado y distante desde el punto de vista afectivo. La
apatía y la resignación claudicante constituyen las reacciones extremas ante
una frustración y un estrés prolongados. Los adolescentes a menudo optan por
el cinismo ("pasotismo") como medio de protegerse del dolor que les causaría
el desengaño de sus esperanzas idealistas.
Con el escapismo o negación de la realidad podemos
evadirnos de los hechos desagradables de la vida negándonos a verlos. Por
ejemplo, abandonamos las situaciones competitivas si tenemos la sensación de
estar en desventaja y de que vamos a fracasar. Así, un adolescente puede
escapar "enfermando" en época de exámenes.
El refugio en la fantasía es una de las tácticas
preferidas por adolescentes. Ciertamente, las soluciones fantásticas son
mucho más brillantes que la desagradable realidad. Los chicos muy soñadores
intentan de esta manera compensar una realidad ambiental imposible de
aceptar, creando una especie de mundo de fantasía en el que les gustaría
vivir ("está siempre en las nubes", dicen sus padres y maestros).
Refugiándose en este mundo fantástico, el adolescente, "héroe que sufre",
"víctima incomprendida de la injusticia", conserva así su autoestima.
Echando mano de la racionalización, intentamos
justificar aquello que hacemos y aceptamos las molestias que provocan los
objetivos imposibles de alcanzar. La racionalización ayuda a reducir la
llamada "disonancia cognoscitiva": cuando existe una discrepancia entre los
pensamientos (conocimientos) y las conductas, apareciendo un malestar
psicológico. Este malestar persistirá hasta que los conocimientos y las
conductas se armonicen. Así, los alumnos que se consideran inteligentes pero
rinden poco en los exámenes, pueden decirse a sí mismos que el sistema de
exámenes no es fiable para chicos con un temperamento tan nervioso como el
suyo. Y gracias a esta racionalización desaparece la distancia existente
entre la opinión que tienen de sí mismos y su rendimiento efectivo (como
Juan Palomo: "Yo me lo guiso y yo me lo como").
Por medio de la proyección, atribuimos
injustificadamente a otras personas (proyectamos) determinados sentimientos
nuestros que nos cuesta reconocer. Nos quitamos el peso de encima buscando
chivos expiatorios y nos protegemos de la ansiedad. Así, una chica que
sienta celos y hostilidad hacia una compañera de clase puede negar tales
sentimientos ante sí misma, diciéndose que es la otra la que está celosa de
ella y por esto se muestra antipática.
Por último, nos queda el desplazamiento, que
implica trasladar una emoción o un intento de acción desde la persona hacia
la cual se dirigía originalmente hasta otra persona u objeto. Un ejemplo
sería el del chico que amedrenta a sus compañeros de curso y se enfrenta con
el profesor, descargando la agresividad que le causa su hogar, en donde
recibe las broncas de un padre déspota y maltratante.