ESTABILIDAD AFECTIVA
El afecto
determina la actitud general, ya sea de rechazo, de aceptación, de huida, de
lucha o de indiferencia ante una persona, un acontecimiento o una idea.
Cuando el
estado afectivo se mantiene habitualmente, se puede hablar de estado de ánimo
fundamental.
Debemos
distinguir dos formas de afectividad según su cualidad:
Actitud
afectiva. Se refiere al estado afectivo con que respondemos a las situaciones
ambientales, en nuestra relación con el exterior.
Disposición afectiva. Se refiere al estado afectivo con que nos enfrentamos
generalmente con nosotros mismos. Esta disposición sería básicamente la que
determinaría lo que llamamos estado de ánimo fundamental.
Asimismo,
el afecto puede clasificarse según su intensidad y con relación al
desencadenante emocional en:
Afecto
superficial. Cuando la persona conecta escasamente con los estímulos emotivos.
Su respuesta es muy débil o incluso inexistente, como ocurre en la indiferencia
emocional.
Afecto
inapropiado. Cuando existe una desproporción manifiesta entre estímulo y
emoción. En este caso se pueden dar todas las combinaciones posibles entre ambos
(desencadenante y reacción emotiva) pero sin relación proporcional directa. Por
ejemplo, descargas emotivas intensas ante hechos insignificantes o, por el
contrario, leves expresiones de emoción ante hechos transcendentales.
Una forma
de afecto inapropiado sería el llamado afecto paradójico, que se produce cuando
la respuesta es totalmente contraria al estímulo. No es raro observar este
fenómeno en condiciones, digamos forzadas, en las que hay un cierto desbarajuste
de sentimientos ante un hecho impactante: dos ejemplos claros son una crisis de
risa «nerviosa» en el entierro de un familiar, o el llanto de alegría con que se
recibe un premio importante.
Afecto
lábil. Es el que caracteriza a una persona de carácter mudable, que varía,
saltando de uno a otro polo, en un corto período de tiempo.
El
equilibrio afectivo no radica en la estabilidad constante, sino en una
sintonización justa y apropiada con el exterior (actitud) y con el propio
interior (disposición). Tal vez la forma de medirlo sea el estado habitual de
ánimo.
Un factor
esencial en el equilibrio afectivo es el desarrollo de la personalidad en las
etapas de la infancia. El niño aprende primero a dar y recibir afecto en el
marco familiar, a través de sus padres y hermanos, posteriormente lo extiende al
colegio, ampliándolo al terreno de la amistad, y por último, en el trabajo, lo
integra en el plano de la colaboración y compañerismo laboral.
Pero,
como dijimos, es en el terreno familiar donde se elaboran los cimientos
afectivos. Cuando la familia presenta un ambiente conflictivo y cargado de
tensiones, el niño crece con una actitud de desconfianza básica. Su temperamento
adopta un comportamiento receloso y hostil, poniéndose a la defensiva ante todo
compromiso afectivo. Con el tiempo, si el ambiente sigue siendo desfavorable,
esa actitud defensiva tiende, por repetición, a convertirse en una disposición
afectiva habitual.
Al ser el
afecto un rasgo esencial de las relaciones sociales, su configuración
distorsionada condicionará la vida de quien la padece. De este modo, la
inestabilidad afectiva puede manifestarse de una forma inhibida o explosiva.
Un
ejemplo de forma inhibida es el de las personas frías y sin sentimientos, que no
saben querer al prójimo y permanecen indiferentes ante los sentimientos ajenos.
Raramente se emocionan por las circunstancias ambientales y ciñen su carga
afectiva al amor propio.
Por otro
lado, en la forma explosiva, aparece la persona que proyecta su recelo y
suspicacia hacia la defensa agresiva. Sólo sabe relacionarse sentimentalmente
mediante la agresión y el desprecio por los demás. No es raro que su
manifestación amorosa y sexual sea autoritaria y cercana al sadismo.
En
cambio, la estabilidad afectiva marca un clima de autoconfianza y confianza en
el prójimo. La persona estable es abierta a la relación social, disfruta de la
amistad y el amor con naturalidad. Se alegra y sufre en las situaciones
adecuadas y está dotada de los sentimientos precisos que dan humanidad a su
vida.