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ENAMORARSE
Enamorarse es la ruptura
de la razón, el triunfo del sentimiento, de los afectos. Siempre de profunda
intensidad. Su vivencia es distinta, pero de similar carácter, cuando se
vive de niño, adolescente, joven, adulto o anciano. Vivir enamorado puede
ser un «sin-vivir», pero morir sin haberse enamorado es no haber vivido.
Recuérdese que el amor
de un joven y aun de un niño es intenso, incluso virulento; se disfruta sin
límites, se sufre sin limites.
La vida comienza a girar
en torno a este sentimiento, cualquier pretexto es bueno para hablar de la
otra persona, el móvil y el teléfono adquieren mayor importancia, no dejan
de sonar, se utilizan a todas horas, el tiempo adquiere una dimensión
distinta según se comparta o no con el enamorado, no importa el frío o el
calor, todo se vive con las sensaciones a flor de piel, los besos, las
sonrisas, las palabras...
Dice Helen D. Fisher en
La anatomía del amor (1990): «Comenzamos por el éxtasis sublime del
enamoramiento; luego llega la intimidad profunda de la unión; con el tiempo,
volvemos a experimentar el ansia seductora de la novedad y del romance; más
tarde nos enfrentamos con el tormento del abandono; para concluir con la
necesidad vital de emparejarse de nuevo».
Lo dejó escrito Erich
Fromm en El arte de amar (1956); «El hombre es consciente de la brevedad de
su vida, de que nace sin su consentimiento y perece en contra de su
voluntad, consciente de que morirá antes que aquellos que ama, o aquellos
que ama morirán antes que él... El hombre sabe que se volvería loco si no
pudiera liberarse de esta prisión y unirse, de alguna forma, a otro ser
humano».
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