LAS EMOCIONES
Las
emociones se caracterizan porque a su vertiente psicológica se suman síntomas
corporales debidos a la excitación del sistema nervioso simpático e incluso, a
veces, también del sistema nervioso parasimpático. Su propia etimología define
perfectamente qué es lo que entendemos por emoción, ya que el término proviene
del latín emóvere que significa agitar. Las emociones se caracterizan por una
cierta agitación psicológica, que, como decíamos, se acompaña de una conmoción
física o corporal.
Generalmente se producen por un estímulo exterior, con lo que su aparición es
brusca, súbita, acompañándose de cambios significativos en la expresión
corporal, especialmente en la cara. Se diferencian de los sentimientos en que
éstos no se acompañan de cambios en la esfera corporal (o de producirse, éstos
son mínimos), y en que la persistencia o duración de las emociones es mucho más
grave. Hay que distinguirlas también de las llamadas vivencias emocionales,
éstas son experiencias en las que surgen una o más emociones, lo que no es igual
a la emoción en sí, que sería más bien producto de esa vivencia, aunque van
estrechamente unidas. (A la hora de considerar una posible clasificación de las
emociones, es perfectamente válida la clasificación expuesta con motivo de las
vivencias emocionales.)
También
se han clasificado las emociones en razón de la mayor o menor participación en
su vertiente corporal del sistema nervioso simpático o del parasimpático, ya que
se han podido comprobar diferencias en este sentido: por ejemplo, la ansiedad y
agresividad están más relacionadas con el simpático, mientras que el terror lo
está más con el parasimpático.
Esta
vertiente de las emociones ha sido el tema nuclear de abundantes trabajos de
investigación. En 1937, Papez describió un circuito nervioso de la emoción en el
que participaban el sistema límbíco, el hipotálamo, el sistema reticular y las
estructuras neocorticales. Unos quince años más tarde, McLean llega a la
conclusión de que los aspectos psicológicos de las emociones están a cargo de la
corteza cerebral, mientras que los síntomas más corporales y los cambios que las
emociones producen en la conducta humana dependerían del hipotálamo. Grossman,
en 1967, demostró que se podían producir respuestas agresivas al estimular, no
sólo la corteza cerebral, sino también estimulando el cerebelo. Las
investigaciones continúan hoy día, ayudadas por modernos aparatos de registro
bioeléctrico capaces de determinar la intensidad de la vertiente corporal de
cada emoción que se provoca artificialmente en el laboratorio psicológico.
Otro
aspecto no menos importante de las emociones es el de sus manifestaciones a
través de la conducta. ¿Cómo nos comportamos cuando sentimos una emoción?
Cuando, por ejemplo, tenemos miedo, podemos actuar de tres modos fundamentales:
quedándonos paralizados, como si no pudiéramos movernos, ni hacer nada; huyendo;
o en tercer lugar, luchando, enfrentándonos con la causa del miedo. Hay personas
que siempre, o casi siempre se comportan del mismo modo cuando sienten una
determinada emoción; otras, las menos, se comportan de modo diferente e
imprevisible.
Aquí
parecen influir dos patrones de comportamiento que se superponen: uno innato, es
decir, que se posee desde el mismo momento del nacimiento, y otro adquirido, que
estaría en relación con las propias experiencias que hemos tenido a lo largo de
nuestra vida, las cuales nos condicionarían hacia determinadas pautas de
conducta, como sí hubiésemos aprendido «por experiencia» a reaccionar de un modo
determinado sin darnos cuenta, inconsciente o conscientemente que, de este modo,
éramos capaces de salvar esta situación. Se trataría, en cierto modo, de los
resultados del procesamiento cerebral de un largo caudal de información.
Enlazamos, entonces, con los conceptos desarrollados por la denominada
psicología cognitiva, según la cual, ante una determinada situación realizamos
un análisis extraordinariamente rápido de todos sus componentes, tras el cual se
genera, de forma casi automática, un modo de actuar, como, por ejemplo, se ha
comprobado en situaciones límites como las provocadas por accidentes de
circulación, en que se actúa convenientemente tras valorar un gran número de
factores en juego en el plazo de escasos segundos.