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ELECCIÓN DE LA PAREJA
Del acierto en la
elección de la pareja depende en gran medida la felicidad de la vida. Es una
responsabilidad de dos personas y sólo de ellas.
Los padres podemos y
debemos haber formado a la hija/o en los valores de la vida, en lo que
facilita ser feliz, en lo que supone la entrega, y con esos principios
fundamentales, el hijo o hija sabrá cuales son las características de la
persona con la que complementarse y vivir en común.
No es menos cierto que
cada ser humano es de una inmensa complejidad de rasgos y detalles, que van
desde el tipo de barbilla a la forma de expresarse, de los gustos personales
a la estatura, de... (inabarcable). Y cada persona tiene su propio gusto.
Bien está dialogar con
los hijos, aportarles consejos y experiencias, servirles de «pared de
frontón», pero sin entrometerse, sin querer decidir/elegir por ellos. Es su
vida afectiva, emocional, y el desarrollo de la misma revertirá seguramente
el día de mañana en los hijos que ellos tengan.
Los padres viven con
ansiedad y amargura que un hijo (generalmente hija) entable relación con un
divorciado, y más si es mayor. Resulta comprensible por los handicaps
objetivables, por las vivencias que aporta cada uno, por la desconfianza en
quien ya ha fracasado en una ocasión.
Cabe razonar,
argumentar, «hacer ver», nada más. En todo caso, las situaciones afectivas,
su futuro, son difícilmente garantizables. Se puede evaluar, se pueden
establecer criterios, pero, después de todo, el amor y la evolución del
mismo —y de las dos personas que participan de él— son, de alguna manera,
imprevisibles.
Las relaciones afectivas
pueden ser aniquiladas por las discusiones continuadas, por los celos, por
la falta de detalles con el otro, pero también por el aburrimiento, y aunque
esté en el inconsciente, la frustración en las relaciones sexuales suele
encontrarse en el fondo de los conflictos habituales en la pareja.
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