El
egoísmo
El
egoísmo es una forma de actitud adoptada por la persona que se fundamenta en la
relación exclusiva hacia sí mismo, con preocupación por las propias necesidades
y deseos y sin interés por los demás.
Podríamos
decir que en el individuo egoísta predomina el razonamiento subjetivo sobre el
objetivo. Es decir, su perspectiva psicológica y por consecuencia su forma de
vivir se orienta siempre de acuerdo con su valoración personal menospreciando la
del colectivo. Realmente hace un culto a su propio «ego» (de ahí su nombre) al
que idealiza, y juzga todos los acontecimientos desde el punto de vista de un
acercamiento feliz o un desgraciado alejamiento de ese ideal.
El
egoísmo es una forma de ser y vivir consecuente a un crecimiento y una
maduración de la personalidad inapropiados. Es frecuente que su siembra tenga
lugar en una infancia educada con escaso acierto. Tanto una educación
excesivamente dura y crítica, como una ausencia de cuidados y atención
necesarios pueden forjar una personalidad egoísta. Si un niño ve censuradas
constantemente sus naturales muestras de vivacidad y no se siente apoyado en sus
sentimientos llega a la lógica conclusión de que no se puede confiar en los
adultos, de que todo cuanto desee ha de conseguirlo por sí mismo y sin esperar
nada de nadie. Progresivamente va integrando en su conciencia la idea de que las
personas que lo rodean son sólo medios para conseguir sus fines. Prefiere
utilizar a los demás antes de que ellos tengan oportunidad de utilizarlo y
concibe que en la vida sólo hay dos opciones: o eres «lobo» o eres «cordero» y
si no devoras, eres devorado.
Al
egoísta, en ocasiones, se le ve como un luchador, pero nunca a favor, sino en
contra de algo, en contra de todo lo que se oponga en su camino.
Su
felicidad radica en el propio orgullo, pudiendo llegar a la hostilidad y el
fanatismo. Los sentimientos son equivalentes a la debilidad y por tanto al
posible fracaso. Por ello no es raro que se proteja con una armadura de frialdad
y sea proclive a la crueldad cuando posee alguna forma de poder o autoridad.
Acostumbra a adoptar una postura pretenciosa tratando de destacar sobre los
demás y ocupar el primer plano. Y cuando algo sale mal achaca la culpa a otros,
reforzando de peso su propio ego al advertir la torpeza del prójimo.
Ocasionalmente puede parecer generoso al deparar favores y ayudas a sus
allegados, cuando realmente su intención no va en función de las necesidades
ajenas, sino en la de alimentar su persona a través de la magnanimidad.
Evidentemente, todo ese aire de poder no es más que una mascarada que encubre su
propia debilidad y un sentimiento de inferioridad. Continuamente debe reforzar
un ego que en su interior se tambalea. Por ello cuando no tiene el poder
suficiente, es fácil que caiga en la explotación del polo opuesto, representando
el ser desvalido que precisa constantemente atención y dedicación de sus
protectores, pudiendo llegar a ejercer una auténtica «tiranía sentimental» en su
seno familiar. Es el egoísta pasivo que tiende a acomodarse, pero cuya
finalidad, como la del egoísta luchador es la explotación del prójimo en su
propio beneficio. Porque, en resumen, la filosofía de vida del egoísta radica en
pensar que el prójimo está dentro de uno mismo.