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ANTROPOLOGÍA SEXUAL DE LOS ADOLESCENTES
Cuando se estudian los aspectos biológicos de la persona y su comportamiento
como miembro de una sociedad (esta ciencia se llama antropología) salta a la
vista el énfasis que ponen ahora numerosos investigadores en hacer resaltar
únicamente la vertiente física o corporal de la sexualidad, descuidando su
componente psíquico o anímico.
Sin embargo, cuando se profundiza en el estudio de estas cuestiones, uno se
encuentra, en el ecosistema de la sexualidad humana y en el claro ejemplo de
la emergente sexualidad del adolescente, que el componente espiritual, "la
capacidad de autotrascendencia", es uno de los tres apoyos del trípode sobre
el que se asienta la estabilidad emocional no solamente del individuo sino
también de la sociedad. Las otras dos columnas son la dimensión psicosocial
y el componente biológico. Así, resulta que el reduccionismo científico, tan
en boga, no es más que el intento circense de que el trípode se mantenga en
equilibrio con sólo un apoyo: el biológico. Y ya estamos ante la cotidiana
situación de la sexualidad reducida a la genitalidad, lo que hace alguien
pueda definir irónicamente al ser humano como "una realidad unitaria que
consta de pene y portapene".
Ciertos condicionantes cientificoculturales han promovido que en el reducido
espacio temporal de treinta años se hayan producido dos revoluciones
sexuales (la segunda todavía en curso), que han cambiado los comportamientos
humanos más que cualquier otra revolución conocida. La primera revolución
sexual es la de los años sesenta, con el desarrollo de la farmacología
contraceptiva (la popular píldora) que, de hecho, divide la sexualidad en
dos campos. Por un lado está la capacidad de engendrar, y por otro, la
capacidad de gozar del placer sexual. Esto, en definitiva, supone un punto
de partida nuevo en la historia de la sexualidad y de la cultura de los
comportamientos. Y si enlazamos con los modernos descubrimientos en
fecundación artificial, tiene pleno sentido la frase "del sexo sin
procreación a la procreación sin sexo.
La segunda se inicia, como bien muestra el famoso en los años ochenta, y
supone la aceptación paulatina y el reconocimiento social y oficial de
comportamientos sexuales que habían sido catalogados como desviados desde
tiempo inmemorial. Así, por ejemplo, hay que señalar que en 1974, la
American Psychiatric Association cambió su definición de homosexualidad como
trastorno mental, considerándolo a partir de entonces como un tipo de
expresión sexual. El proceso culmina en enero de 1993, cuando la
Organización Mundial de la Salud (OMS) la excluye de su lista de
enfermedades.
Nos queda señalar que en la antropología cristiana de la sexualidad destacan
los siguientes puntos: la sexualidad humana es mucho más que su mero
significado procreador; la sexualidad humana no es un elemento marginal del
ser, sino que es una dimensión constitutiva de la persona; la sexualidad es
una dimensión humana a través de la cual la persona entra en relación con
los otros seres humanos. Y esto nos lleva a una afirmación básica: no es lo
mismo sexualidad que genitalidad; ya que ésta es el aspecto de la sexualidad
que hace referencia a los órganos genitales y al comportamiento sexual
explícito, mientras que la sexualidad es la dimensión de apertura de un ser
que se siente proyectado hacia los otros y necesita de ellos para su propio
desarrollo personal. Tal vez lo importante sea saber qué lugar ocupa la
sexualidad en nuestras vidas de sujetos inteligentes.
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