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EL DIÁLOGO Y LA
COMUNICACIÓN CON LOS HIJOS
Comunicarse con los
hijos es algo más que hablar y escuchar, incluye también el diálogo. El
diálogo debe basarse en la reflexión, en la razón, no en la confrontación
emocional.
Se puede lograr una
relación más empática con los hijos si se atiende afinando el oído para
percibir mejor los mensajes ocultos (el subtexto).
Debe existir una
comunicación fluida e informal. Pero también deben marcarse algunos momentos
para reunirse y tratar temas serios como los estudios, las interrelaciones,
las alegrías y los problemas... Esos espacios temporales, que han de ser
breves, relajados y efectivos, resultan necesarios para poder hablar con
claridad y profundidad de temas que a todos interesan.
En el hogar hablaremos
de lo que nos preocupa a los hijos y a los padres. Del apoyo mutuo entre
ambos. Los problemas familiares deben ser comunicados a los hijos
(adaptándolos a sus características y comprensión). Hablaremos de las
ocupaciones (trabajo, estudios, tareas domésticas...), del dinero de
bolsillo, del horario para regresar a casa... Y también de educación. De
nuestros sueños y pesadillas, de lo que nos gustaría cambiar, del peso de la
vida en el hogar, de la responsabilidad de la buena marcha de la familia.
Los padres han de
ganarse la confianza de sus hijos para que, les pase lo que les pase, lo
cuenten en casa (ya sean agredidos, víctimas de abusos...), para que, cuando
el grupo influya mucho, los padres desde un segundo plano estén receptivos a
cualquier consulta o demanda.
En todo caso, los padres
siempre han de ser cautelosos con la expresión «no cuenta nada» referida al
hijo, pues hay cosas que normal y sanamente los hijos no cuentan (ni
contaron, ni contarán) a los padres, como lo referente a sus sueños y
pesadillas, al primer amor, ideas de suicidio, pensamientos de fuga, la
valoración del trato que dan sus padres a sus abuelos, sus preocupaciones:
miedos «inespecíficos», su aspecto físico, lo que les dicen los amigos
(cuando se ríen de ellos o les pegan), el terrorismo, el «maligno»
(espíritus, fantasmas..,.), el «fin» del mundo, el temor a quedarse solo/a
por un accidente de sus padres, lo que piensen aquéllos de algunas de sus
cosas, etcétera.
Debemos incentivar a los
hijos para que desde pequeños pregunten, para que den su opinión, para que
dialoguen. La mejor herramienta de la que disponen los padres, junto con el
diálogo, es el ejemplo, la propia conducta como personas y tutores. Hay que
educar recordando que aunque las palabras mueven, lo que empuja y arrastra
es el ejemplo.
Los núcleos y pautas
parentales son esenciales, porque suponen modelos de identificación que se
van introyectando en el hijo; en ellos captan los niños la forma de afrontar
los problemas, de flexibilizar y de negociar. El ejemplo de los padres es la
única pedagogía válida. La recibimos, la amamos, la recordamos, la valoramos
y, en ocasiones, la modificados y la transmitimos.
La comunicación no
verbal entre padres e hijos es vital en la relación. La capacidad de
sonreír, las caricias, los gestos ante algunas situaciones...
Sólo el 35 por ciento de
la comunicación humana es verbal, el resto es gestual. Las expresiones
emocionales son un vehículo interesantísimo de comunicación que se establece
entre niños y adultos.
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