DEPENDENCIA E INDEPENDENCIA
AFECTIVA
En las
relaciones humanas, el afecto es un factor esencial, ya que constituye el tono
vital o la actitud general, bien de atracción o de repulsa, que mostramos hacia
el prójimo.
Cuando el
afecto que sentimos hacía otra persona está asociado con el agrado y el placer,
hablamos de cariño, sentimiento que, en su grado superior, constituiría el amor.
El
vínculo del cariño incita a adoptar una determinada conducta de acercamiento
hacía la persona querida. Aparece una cierta necesidad de aproximación a través
del seguimiento, llamada, búsqueda y apego. Tal necesidad se ve satisfecha
cuando se está en compañía del ser querido y se disfruta de una comunicación
recíproca.
Paralelamente aparece una conducta de mantenimiento, constituida sobre todo por
actos de ternura y consideración que hacen perdurar el lazo afectivo.
En
condiciones normales aprendemos a ser afectuosos desde la infancia, a través del
cariño que recibimos de los padres, complementado con el de hermanos y demás
familiares, así como del ejemplo que observamos entre los adultos. Cuando el
ambiente familiar es favorable, la personalidad se desarrolla con una positiva
actitud de cariño, afecto y confianza.
Para que
una persona pueda establecer un vínculo afectivo auténtico con alguien, es
necesario que posea una capacidad para la autoestima, para el cariño hacía sí
mismo. Cuando tiene su medida justa se dice que posee el narcisismo normal. Los
niños fomentan su autoestima cuando reciben cariño de sus protectores y hacen de
ello una necesidad esencial. Las recompensas afectuosas y las amenazas con
retirárselo ejercen una gran influencia en la educación infantil.
Con la
madurez, la persona deriva gradualmente sus afectos y autoestima hacia otras
posibilidades sustitutivas. Llega, así, a la independencia afectiva, pues sabe
dosificar sus necesidades de ser querido y sus ansias de querer en la cantidad
adecuada y precisa, acorde a las circunstancias. Sabe tolerar las frustraciones
y renunciar a la gratificación cuando es necesario, sin desestabilizar su ánimo
por ello.
Por el
contrario, la persona afectivamente inmadura precisa en todo momento querer y
ser querida. Es más frecuente lo segundo, ya que el inmaduro es débil, inseguro
y deseoso de protección. Lo que es una necesidad natural puede transformarse en
necesidad imperiosa y vital.
Aparece,
entonces, la dependencia afectiva. Cuando una persona desarrolla su afectividad
en el terreno de la dependencia, pierde su libertad. Es incapaz de disfrutar de
su vida afectiva pues mantiene una angustia latente, y a veces manifiesta, por
el miedo a perder el afecto de los demás. Puede llegar a ser ambiciosa y egoísta
en el terreno del amor y el cariño, entorpeciendo de esta manera las relaciones
interpersonales normales.
No es
raro encontrar matrimonios y parejas de novios cuya relación amorosa se halla
profundamente deteriorada por una dependencia afectiva poco sana. Lo que sería
un intercambio libre de afecto, se transforma en ellos en una necesidad
obsesiva, en una constante exigencia de cariño y atención que llega a «asfixiar»
al compañero. Con frecuencia, en este tipo de relación, aparecen los celos como
fruto de una inseguridad en sí mismo y falta de confianza en el otro.
El
auténtico cariño debe estar libre de exigencias impositivas y fundamentado en el
respeto al ser amado. Un afecto conseguido de manera forzada y carente de
espontaneidad, ineludiblemente, tenderá a agotarse y correrá el peligro de
transformarse en rechazo, al ser obligatorio.