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CONSECUENCIAS DEL
FRACASO ESCOLAR
En
el fracaso escolar todas las estructuras sociales se ven salpicadas. Tiene
efectos en los chicos y en las chicas, en sus padres, en sus maestros y, en
diferentes formas y medidas, en la colectividad en general. También las
repercusiones del fracaso escolar son más grandes en los chicos que en las
chicas, por aquello de que aún las expectativas laborales, discriminando los
sexos, son mayores en los varones que en las mujeres; y por estas razones se
sienten más afectados los padres cuando es el hijo, y no la hija, quien
fracasa en la escuela. Veamos ahora cómo todos nos involucramos en el
fracaso escolar.
Las consecuencias en los padres se manifiestan en que, de entrada, la madre
y el padre toman distintas posiciones, según el papel que los dos ejerzan en
la familia. Así, por ejemplo, el padre acostumbra a adoptar una actitud,
abierta o encubierta, de rechazo y hostilidad hacia el hijo adolescente
fracasado, utilizando castigos y/o agresividad verbal o física, mientras que
la madre habitualmente opta por la sobreprotección de este hijo. Para los
padres, en general, se rompen las expectativas puestas en el hijo, ven su
futuro muy inseguro, se sienten impotentes y fracasados en su labor
parental, se muestran resentidos por la inversión (económica y de tiempo)
que creen haber malgastado en el chico, etc. Es decir: se sienten culpables,
y proyectan en el adolescente fracasado su impotencia y su hostilidad
emocional.
“Algunos son chavales que yo he bautizado y todos son fracasados de la
escuela. Es lo que más me impresiona, porque se habla de antecedentes
penales pero antes están los antecedentes escolares, que en las escuelas los
consideran malos y los expulsan y con esa conciencia empiezan a ser malos.”
Así se expresaba José María Llanos, sacerdote jesuita encargado de una
parroquia de un barrio marginal de Madrid, el llamado “Pozo del tío
Raimundo”. Al padre Llanos se le apodó en España durante años “el cura
rojo”, por su talante progresista, comprometido en la ayuda de los jóvenes
socialmente más desfavorecidos. Sus palabras están entresacadas de una
entrevista, en la cual hacía referencia a los chicos de su barrio, algunos
de ellos en situación de delincuencia y drogadicción, que acudían a
visitarle a la parroquia. Consideramos que la respuesta de este sacerdote es
bien explícita, señalando al fracaso escolar como la mayor cantera de la
marginación social. Y lo que sucede en Madrid es extrapolable a cualquier
otra ciudad del mundo.
En el hijo adolescente se produce una degradación de la imagen propia, se
deteriora también la comunicación con los padres y con los hermanos (a los
que habitualmente se le compara, de manera despectiva para él), se hace
difícil la identificación con los padres, no deseando ser como ellos. Este
conjunto de situaciones origina en el hijo una gran ansiedad y tendencia
depresiva, que conduce a un progresivo desarraigo familiar (evita estar en
casa) lo que, a su vez, para evitar la soledad (y las ideas suicidas ¡que
pueden llevarse a la práctica!), le empuja a buscar otros grupos de gentes
jóvenes para asegurarse una supervivencia afectiva. Estos grupos no están
constituidos por compañeros de la escuela (hacia la cual se ha ido creando
un rechazo global, incluyendo a sus compañeros-alumnos con una marcha
escolar normal), confluyendo personas que no necesariamente han de ser,
todas ellas, inadaptadas o con fracaso escolar. Obviamente, el absentismo
escolar en que incurre nuestro adolescente fracasado, vagando por las
calles, es idóneo para juntarse con otros jóvenes que tampoco van a la
escuela y muchos de los cuales cuentan con pocos recursos económicos “para
matar el tiempo” (y es fácil imaginarse de dónde “sacar fondos”). La rotura
de los esquemas familiares, escolares y sociales, con todas sus
consecuencias (tribus urbanas, delincuencia, drogadicción), está a la vuelta
de la esquina.
En la escuela y los maestros, el fracaso escolar del alumnado representa una
denuncia frontal a la sociedad y a su estructura escolar, a la función que
se espera de la institución docente. El maestro sufre una disminución en su
propia valoración como profesional y como persona que, de no mediar una
reflexión crítica de las causas que han conducido al fracaso de su alumno y
poner la oportuna y rápida solución al caso, conducirá a una reacción hostil
y descalificadora del alumno (y de sus padres, los cuales, a su vez,
reaccionarán en contra de la escuela: entrevistas violentas, denuncias
judiciales, etc.).
A todo esto, al adolescente fracasado se le produce una distorsión de la
imagen del maestro (que en su día pudo haber sido un modelo de
identificación y que ahora cae del pedestal), deteriorándose aún más la ya
baja autoestima del alumno y generándole una actitud hostil hacia la
institución escolar (entiéndase aquí el porqué de algunos actos vandálicos,
con asalto a escuelas, destrucción de mobiliario, etc.).
El círculo vicioso termina, pues, cerrándose sobre el adolescente con
fracaso escolar; pero el navegante habrá advertido que en esta situación de
descalabro estudiantil no hay un único responsable: muchos han sido los
protagonistas del drama... incluso puede que no haya nadie que pueda se
llamado inocente.
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