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Conclusión de las
sesiones.
Al término de cada sesión de meditación, deja siempre un período de tiempo
para poder exponer y discutir las dificultades. Por lo general, existen dos
tipos de dificultades. La intrusión de pensamientos o ideas es el principal
problema al que se enfrenta el meditador a cualquier nivel. Intenta
convencer al grupo de que, con la práctica, las ideas van perdiendo
preeminencia. Recuérdales el consejo inicial de no prestar la menor atención
a los pensamientos ni permitir que establezcan una cadena de asociaciones.
Sin embargo, haz especial hincapié en que no deben intentar esforzarse
demasiado en erradicar las ideas, ya que, cuanto más se concentren en ello,
más resistencia opondrán. Puede ser útil sugerirles que visualicen los
pensamientos intrusivos como nubes que pasan por el cielo.
Las distracciones externas constituyen otro problema muy común del
meditador. Cosas tales como la incomodidad física, el ruido de la calle o
del edificio o las emociones pueden desviar la atención. Al igual que con
las ideas, basta con dejarlas que floten dentro y fuera de la consciencia.
Recomienda al grupo que no se identifique con las emociones, por muy
intensas que sean. La meditación ayuda a desarrollar la ecuanimidad, y con
ella dejamos de estar a merced de los sentimientos desagradables. Muy a
menudo, cuando aparecen las emociones negativas, nos convertimos en esas
mismas emociones (estoy triste, tengo miedo, estoy enfadado, etc.). Entre
otras muchas cosas, la meditación nos enseña a distanciarnos un poco de las
emociones que amenazan con engullirnos.
Andrea.
Andrea es la típica chica de un grupo de adolescentes que protestaba porque
su mente estaba demasiado ocupada para meditar. "Debo de ser lo peor del
mundo (decía). No consigo concentrarme ni siquiera durante diez segundos.
Creo que la meditación es una pérdida de tiempo." En lugar de realizar los
ejercicios usuales de meditación, se le aconsejó que se formulara, una y
otra vez, la pregunta siguiente: "¿Por qué mi mente no es atenta?". Para su
sorpresa, no tardó en encontrar una respuesta que la convenció: "Creo que es
porque tengo miedo. No me gusta estar en mi propio "yo" físico. Siempre
estoy pensando que me gustaría tener esto o aquello, millones de cosas que
veo a mi alrededor. Mi mente es como si fuera el resto de mí. A menos que me
mantenga ocupada, me siento sola y deprimida". Ese descubrimiento fue de una
gran ayuda para Andrea, ya que no sólo empezó a tomarse más en serio la
meditación, sino que aprendió a disfrutar más de su propia compañía y, tal y
como ella misma dijo: "a ser más amiga de mí misma". |
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