La
concentración es la capacidad para fijar la atención sobre una idea, un objeto o
una actividad de forma selectiva, sin permitir que en el pensamiento entren
elementos ajenos a ella. En ocasiones es un poder mental natural e instantáneo,
uno no se plantea concentrarse, lo logra directamente. A otras personas les
exige un esfuerzo de la voluntad el centrarse en un determinado tema. La
distracción es la pérdida de la concentración, cuando el pensamiento escapa a
otras cuestiones, sin que el sujeto sea capaz de mantenerse en la que le
interesa.
La
pérdida de la capacidad para concentrarse es frecuente en muchos trastornos
psicológicos, como la depresión, que se acompaña de una disminución de la
atención, con lo que el deprimido, que se queja de no tener memoria, es incapaz
de concentrarse. Los estados cargados de ansiedad o angustia generan un malestar
interno que bloquea al sujeto, impidiéndole centrarse. El aburrimiento, el
cansancio físico, la falta de sueño, el exceso de ocupaciones y el estrés
alteran también la atención y, secundariamente, la concentración. Los enfermos
alucinados, delirantes y psicóticos en general, los que han sufrido una
intoxicación o los que padecen lesiones orgánicocerebrales tienen alterada la
capacidad de concentración.
Todo
trabajo exige un grado de concentración, desde el más simple que sólo requiere
una concentración mecánica, hasta los que precisan de una concentración
creativa. Uno puede ensayar técnicas para concentrarse: relajarse; crear un
ambiente óptimo, que se distinga por la temperatura agradable, silencio y
comodidad; evitar las interrupciones; crear las condiciones físicas y
psicológicas idóneas, como dormir lo suficiente y no abusar del alcohol, el café
o el tabaco, tan nefastos también para nuestra vida psíquica.
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