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Servicio, colaboración
La dinámica que subyace en todas las acciones del alma es la del amor
expresado a través del servicio. En cuanto se manifiesta el alma, la
voluntad de servir, de colaborar, de aportar algo al mundo, emerge de modo
natural. Es, de hecho, su objetivo fundamental.
El servicio es el instinto del alma. Es la característica dominante del
alma, como el deseo es la característica dominante de la naturaleza
inferior. Es un deseo hacia el grupo, exactamente como en la naturaleza
inferior es un deseo hacia la propia personalidad. Es la necesidad de llevar
el grupo hacia el bien. De modo que no se puede enseñar ni imponer a
nadie... Es, sencillamente, el verdadero efecto, exteriorizado en el plano
físico, de que el alma empieza a manifestarse en su expresión externa.
En cuanto el alma se manifiesta, hay un desplazamiento importante y natural
del centro de interés. El deseo de satisfacción del ego, cualquiera que sea,
se transforma en un deseo natural de servir. El deseo de servir es la señal
más clara de la presencia de la energía del alma.
El grado de evolución espiritual de una persona no se reconoce por sus
palabras o por sus poderes, sino por la calidad del servicio que presta al
mundo.
Para quien está aprisionado por el ego, servir es un suplicio, porgue el ego
cree vaciarse cuando da. Es cierto que el ego puede utilizar el servicio
para sus propios fines; por ejemplo, puede ser una forma de recibir
reconocimiento, o de representar el papel de mártir, o de hacerse valer, o
de imponer su punto de vista; pero, en ese caso, tarde o temprano llega la
decepción y el agotamiento. No es el servicio lo que agota: es la motivación
errónea que subyace en ese tipo de servicio.
En cuanto al alma, la dinámica es muy distinta: se sirve sin ninguna
expectativa, por el placer de hacerlo, simplemente. Que sea reconocido o no,
no tiene importancia. El hecho mismo de servir lleva en sí su alegría y su
recompensa.
A pesar de que ya no era joven físicamente, pues tenía más de setenta años,
Alberto continuaba con todas sus actividades: durante la semana, trabajaba
como psicoterapeuta, y los fines de semana colaboraba por propia voluntad en
diversas organizaciones de ayuda humanitaria. Estaba casado, y no descuidaba
en absoluto su vida privada. Era de ana jovialidad y de una disponibilidad
extraordinarias. Siempre dispuesto a servir, a disfrutar de todo, era un
placer estar en su compañía. Creía firmemente en la vida y en la riqueza del
ser humano. Hacía más de veinte años que las personas que lo rodeaban le
decían que tenía que descansar. Él se reía, y continuaba viviendo en
plenitud su vida de servicio a los demás. Un buen día, mientras quitaba la
nieve que había alrededor de su coche, su corazón se detuvo. Así terminó su
vida, sencilla, directamente, sin haber arrastrado enfermedad alguna. Su
pasión por servir lo había mantenido joven y útil hasta el último minuto.
Cuando su alma decidió que había llegado el momento de pasar a otra cosa,
puso término a esta existencia; pasó al otro lado para continuar sirviendo
de otra forma...
Vivir en una actitud de servicio así proporciona impulso y energía. Cuando
uno ha hecho todo cuanto estaba en su mano, está muy satisfecho
interiormente, cualesquiera que sean los resultados exteriores. Realizar
todas nuestras actividades con ese espíritu nos lleva a vivir en un estado
de amor y de alegría, a vivir en un permanente estado de gracia.
El
servicio es el amor hecho visible.
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