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Utilización de la mente inferior automática II

Las expectativas

La tensión constante procedente de la carga emocional produce un malestar que da lugar a la ilusión de que nos sentiremos bien cuando nuestros deseos sean satisfechos. Atrapados en esa ilusión, vivimos esperando que la vida y los demás colmen nuestras necesidades y satisfagan nuestros deseos. Pero una memoria no puede ser nunca colmada, sólo puede ser desactivada. Las falsas necesidades del ego no podrán nunca ser satisfechas de modo duradero; por eso emergen las mismas expectativas una y otra vez. Cada una de las estructuras del carácter que se han expuesto en otro apartado tiene un determinado tipo de deseos automáticos y unas expectativas características, que es lo que origina el típico comportamiento de cada una de ellas. Podríamos hacer el siguiente resumen:

 

El esquizo desea:

huir del mundo con la mayor frecuencia posible. Espera de los demás que no le pidan nunca que se implique en nada.

 

El oral desea:

llenarse lo más posible de algo. Espera de los demás que lo alimenten afectivamente.

 

El maso desea:

probar que la vida es cruel y que la gente es mala. Espera de los demás que lo compadezcan y lo salven (a menos que sea él mismo el que desempeñe el papel de salvador).

 

El psicópata desea:

probar que él es perfecto y, si es posible, el mejor. Espera de los demás amor, reconocimiento, aprobación y admiración incondicionales.

El rígido desea:

mantener el control y dominarlo todo. Exige de los demás que se adapten a su manera de ver las cosas.

 

Pretender sentirse bien intentando colmar las expectativas que proceden de las memorias activas es una de las grandes ilusiones del ser humano. Porque la carga emocional de éstas nunca podrá ser así liberada, y el ser humano nunca podrá obtener de ese modo lo que desea.

 

Cuando tratamos de satisfacer los deseos del ego, ponemos en marcha

una máquina de deseos que se refuerza a sí misma y que nos aprisiona

cada vez más. 

 Pero, en general, no somos conscientes de esa ilusión. A menos que hayamos adquirido un buen dominio del ordenador, tenemos la impresión de que nuestras necesidades son reales y de que nuestros deseos están bien fundados, y estamos muy apegados a unas y a otros. Nos parece que desprendernos de todo eso sería como negarnos a nosotros mismos, y resultaría muy doloroso. Hasta ese punto estamos aprisionados por la máquina. Hasta ese punto hemos perdido nuestra libertad.

 

Siempre estamos intentando tender un puente entre lo

que es y lo que debería ser, con lo que propiciamos un estado

permanente de contradicción y de conflicto en el que

perdemos todas nuestras energías.

Krishnamurti. 

¿No desear ya nada?

El ego se rebela ante esa perspectiva... En efecto, ¿qué mal hay en tener deseos? ¿No es lo que nos empuja a la acción, lo que nos hace sentirnos vivos y nos impulsa a relacionarnos con los demás?

Desde hace miles de años, los grandes maestros de la sabiduría nos dicen que, para encontrar la vía de la iluminación, hay que liberarse del deseo. Pero casi nunca comprendemos exactamente lo que quieren decir. Creemos que su doctrina es sólo para algunos santos que viven desconectados de la realidad de la vida, que apenas pertenecen a este mundo y no son más que extrañas excepciones de la raza humana. Nos parece que la ausencia de deseos nos haría insensibles y que la vida sería terriblemente aburrida. Intentaremos aclarar aquí la gran confusión que existe a este respecto.

 

Los deseos automáticos del ego y la voluntad del alma

La confusión procede del hecho de que el alma también tiene deseos, que llamaremos más bien «voluntad» o «intenciones». El alma tiene mucho interés en utilizar el gran potencial de energía almacenado en el cuerpo emocional para expresar en el mundo su voluntad, de modo que suscita en él determinados «deseos» (el dueño quiere poder utilizar la potencia del caballo).

El cuerpo emocional, en principio, no es más que una reserva de energía neutra; son las directrices que recibe las que hacen que se active en un sentido u otro. Si proceden de la mente inferior, los resultados son decepcionantes, como ya hemos visto. Si proceden del alma, a través de la mente superior, los resultados son muy distintos: la voluntad del alma expresa su deseo de actuar potenciando la belleza y el bien, desea el crecimiento de la consciencia, desea conocer y descubrir, amar y servir, etc. Es otro tipo de deseos lo que expresa la intención del alma.

El problema no proviene de los deseos en sí mismos, sino del hecho de que los deseos automáticos, procedentes de las memorias activas, ahogan los verdaderos, los del alma.

De modo que el trabajo que hay que realizar no consiste en matar el deseo, sino en aprender a distinguir entre los deseos que proceden del ordenador y los que proceden del alma.

¿Cómo establecer la diferencia? Los deseos del alma se viven sin estrés ni tensión; aportan verdadero equilibrio, auténtica dicha y libertad, y nos proporcionan una energía permanente; los del ego, en cambio, que parecen tan fuertes y apremiantes, tal vez incluso más que los del alma, hacen de nosotros unos robots programados de antemano y, tarde o temprano, nos traen decepción, insatisfacción y cansancio, y hacen que nos sintamos desgraciados.

Tomar consciencia de la dinámica específica de la mente superior, que describiremos y compararemos con la de la mente inferior, permitirá aclarar la diferencia.

Para la mayoría de los seres humanos, el objetivo a alcanzar por el momento es la pureza física y emocional; en consecuencia, deben tratar de liberarse de la emotividad y dominar los deseos. He ahí por qué, en muchos libros de esoterismo, se encuentra a menudo mal expresada esa exhortación: «Matad el deseo». Mejor seria decir: «Reorientad el deseo», pues el proceso de la adecuada reorientación del deseo debe convertirse en un estado de espíritu permanente; es la clave de toda transmutación y de todo el trabajo mágico.

Esa confusión alimenta muchas ilusiones en el camino espiritual, en especial en las filosofías de la nueva era. Se habla de «atreverse a ser uno mismo», «atreverse a vivir la propia verdad», «atreverse a encontrar la leyenda personal», lo que, en principio, es muy loable. Y todo el mundo se pone manos a la obra con muy buena voluntad. Pero al ego le resulta muy fácil utilizar todo eso en beneficio propio, sirviéndose de esa enseñanza para justificar su propia forma de buscar la felicidad, es decir, para buscar satisfacer los mecanismos inconscientes de carencia, o de ausencia de la propia estima, o de impotencia, o, en general, cualquier otro mecanismo procedente de las estructuras del carácter. Hay que estar muy vigilantes para no alimentar el ego con bellas teorías...

Los santos y los grandes sabios saben lo que hacen: han encontrado el medio de ser profundamente felices y libres no matando el deseo, sino elevándolo al servicio del alma. Si al ser humano medio eso le ha parecido hasta ahora incomprensible y sin ningún interés, es simplemente porque su consciencia no estaba lo bastante desarrollada como para comprender dónde se hallaba la verdadera felicidad.

Conocer el origen del mecanismo del deseo permitirá hacer un trabajo de liberación interior mucho más eficaz. Pedirle a una persona que no satisfaga sus deseos sin explicarle por qué, sería como pedirle a un cojo que corriera una maratón. O bien la persona se niega a ello, o bien lo intenta, pero en este caso no lo conseguirá, y se sentirá culpable. Algunas enseñanzas religiosas que se han presentado con poca habilidad, o que han sido mal interpretadas, han condenado el deseo y han sembrado cierta confusión, dando lugar a la represión, al sentimiento de culpa y, en definitiva, a muchas perversiones que observamos en el mundo de hoy.

No es que sea «malo» tener deseos automáticos; es, simplemente, origen de muchos sufrimientos; y, además, nos priva de nuestra libertad. Del mismo modo que no es malo tener un automóvil con un motor de 1910; sólo que es ineficaz, funciona mal y nos impide avanzar a una velocidad satisfactoria. Es muy importante que contemplemos nuestros deseos desde esa óptica para no sentirnos unos monstruos en medio de las enseñanzas de amor incondicional, de luz, de desprendimiento y de conducta angelical que nos proponen las filosofías de la nueva era.

 

Los deseos, tal como los conocemos en la naturaleza humana actual,

forman parte del plan de evolución. Al principio, cuando en el ser humano todavía

no existía la mente, la vida era gobernada por el instinto. Al final de los

tiempos será gobernada por la voluntad del alma a través de la mente superior.

Hasta entonces, es decir, mientras se ha estado construyendo la personalidad y

se han estado formando las dos partes de la mente, hemos tenido que pasar

primero por ese tipo de mecanismos; pero después hemos de deshacernos de

ellos. Para muchas personas, ese momento ha llegado.

 

Una vez aclarado el mecanismo del deseo, nos resultará más fácil comprender la dinámica que subyace en el comportamiento procedente de la mente inferior y compararla con la de la mente superior.

 

 

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