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La pureza de
intención
Ha llegado el momento de comprender el principio primordial que gobierna la
verdadera espiritualidad -el verdadero esoterismo- y condiciona a las
personas que trabajan espiritualmente: El Motivo justo.
La pureza de intención y la claridad de la motivación es algo de lo que no
se suele hablar en las enseñanzas de la nueva era, porque atrae menos que
cualquier técnica espectacular. Supone, en efecto, que desde el primer
momento tiene uno que hacerse varias preguntas. Y, si las respuestas son
sinceras, de inmediato iluminan los mecanismos del ego. Así pues, es uno de
los factores principales que condicionan el verdadero trabajo interior.
Debería uno preguntarse regularmente lo siguiente: ¿Por qué sigo esta
enseñanza, o por qué practico esto? Y no contentarse con respuestas vagas y
generales.
La respuesta no siempre es fácil porque casi siempre hay en nosotros una
doble intención: la del ego, que quiere potenciar sus mecanismos, y la del
alma, que exige una transformación real. Por eso hay que observar con la
mirada del testigo (en silencio, con compasión hacia nosotros mismos y sin
juzgarnos) lo que nuestra personalidad pretende obtener de esa búsqueda. Así
podremos clarificar las cosas, y descubrir cuál es nuestra intención real,
la de nuestra alma. La pureza de intención y la claridad de la motivación de
la personalidad atraen la atención del alma (tanto más cuanto mayor sea la
pureza), que envía entonces a la personalidad un flujo de energía sanadora y
transformadora.
Los maestros espirituales mencionan con frecuencia este hecho al recordarnos
que tenemos que clarificar nuestros motivos, encontrar «el motivo justo».
El motivo «puro» es raro; cuando existe, se ve siempre coronado por el
éxito. El motivo puede ser egoísta y personal, o desinteresado y espiritual;
cuando se trata de aspirantes, está más o menos mezclado. El poder depende,
pues, de la pureza de la intención y de que el propósito sea único.
En realidad, cualquiera que sea el nivel en el que uno se sitúe, y haga lo
que haga, lo que determina en definitiva los resultados obtenidos es la
intención, no las acciones exteriores.
Ocurre así tanto en las acciones materiales del mundo ordinario como en lo
que se hace en el camino espiritual. Aunque uno medite diez horas al día, si
su intención es adquirir poderes y satisfacer su orgullo, o demostrar que la
vida es dura, o huir del mundo (psicópatas, masos, esquizos, etc.), no hará
más que reforzar sus estructuras de la personalidad. La iluminación no
vendrá por haber meditado. Es esencial que uno tenga un buen conocimiento de
sí mismo para no ilusionarse respecto a sus «buenas intenciones», que tal
vez proceden directamente de la parte inconsciente del ego. Lo mismo puede
decirse respecto a las disciplinas, a las técnicas de transformación, a los
métodos de desarrollo personal o a las prácticas espirituales. Si uno no se
toma la molestia de cercar al ego desde el principio, se arriesga a no hacer
otra cosa que reforzar el muro de la ilusión y aprisionarse cada vez más en
los mecanismos de la naturaleza inferior.
Llegar al motivo justo requiere un esfuerzo progresivo; su focalización
cambia sin cesar, a medida que uno se descubre a sí mismo y va teniendo
mayor luz en el camino; constantemente surge un motivo superior...
Ponerle cerco al ego no es nada fácil, pero tarde o temprano tiene uno que
afrontar la realidad si quiere encontrar la libertad y la potencia de su
alma. Clarificar cuanto sea posible el motivo que tiene para seguir una
determinada disciplina le dará una gran fuerza, cualquiera que sea el
enfoque que siga para su transformación personal. Para clarificarlo a nivel
consciente, es de gran ayuda el conocimiento de las estructuras de la
personalidad, que permite reconocer con relativa facilidad las motivaciones
procedentes de los mecanismos del ego.
Para apoyar el esfuerzo consciente, habrá que trabajar también sobre el
inconsciente en un momento u otro, pues es ahí donde se encuentran las
motivaciones más fuertes. Lo que uno piensa conscientemente a menudo es muy
distinto de lo que contiene su inconsciente, que, con todo lo que arrastra,
condiciona la vida. Cada una de las estructuras del carácter puede utilizar
para sus propios fines la búsqueda espiritual, como hemos visto en espacios
anteriores, y las estructuras están ancladas en el inconsciente. De modo
que, cuanto más se libere el inconsciente de los obstáculos que lleva
consigo, más fácil resultará tener una intención realmente clara.
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