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ESPIRITU DE SERVICIO
El
servicio es el crisol en el que
se forja más eficazmente la personalidad
para recibir la luz del alma.
Sorprende
que este tema no suela estar en el programa de los cursos de desarrollo
interior; aparece en determinadas disciplinas espirituales, y sólo
parcialmente, exhortando a servir a un maestro o a una comunidad concreta,
pero sin hablar del espíritu de servicio que uno debe tener en cualquier
lugar donde se encuentre. Y, sin embargo, el espíritu de servicio es un
aspecto fundamental del trabajo interior que debe acompañar a las restantes
fases del desarrollo. Cualquier actividad de servicio refuerza la presencia
del alma y libera de la influencia del ego. Aunque uno no siga ninguna
enseñanza espiritual concreta, aunque no siga ningún curso de crecimiento
personal, si es capaz de servir en el contexto del alma, está en camino
hacia una gran realización espiritual. La potencia sanadora y transformadora
del servicio es muy grande; y, si oímos hablar poco de él, es porque al ego
no le gusta servir y porque, además, difícilmente puede utilizar esa
actividad en su favor. A pesar de todo, puede utilizarlo a veces; en
particular pueden hacerlo las estructuras maso y psicópata. Pero, en
general, el ego prefiere abstenerse...
El servicio es, en definitiva, el resultado de un extraordinario
acontecimiento interior, que no sólo produce ese resultado, sino también
otras causas creadoras secundarias. En primer lugar, produce un cambio en la
consciencia inferior, una tendencia a olvidar los problemas personales para
interesarse por los del grupo, mucho más vastos. La reorientación es real,
se expresa por la posibilidad de cambiar las condiciones de vida (por medio
de la actividad creadora), lo que pone en evidencia la existencia de algo
dinámicamente nuevo. El primer efecto de la fuerza del alma que llega, y que
constituye el factor más importante que conduce al servicio manifestado, es
integrar la personalidad y reunir los tres aspectos inferiores del hombre en
un todo destinado a servir.
Está claro que hablamos aquí del servicio elegido en libertad y no del
servicio-sacrificio. Si uno sirve libremente y asume la total
responsabilidad de su elección, activa intensamente la energía del alma y
acelera el proceso de transformación interior. La energía del alma es una
realidad, y cuando uno empieza a saborearla activándola por el servicio,
siente todo el bien que le aporta, no sólo interiormente, sino también en
todas sus actividades. Es cuando tienen lugar las felices «coincidencias»,
cuando se presenta el apoyo apropiado, cuando se multiplican las
posibilidades de expansión y de realización personal.
Dormía y soñaba que la vida era alegría.
Me desperté y vi que la vida era servicio.
Serví, y vi que el servicio era alegría.
R. Tagore.
Señalemos que no hace falta ser Madre Teresa para servir. Es una actitud, un
estado de espíritu, un «estado de ser», que se puede vivir en cualquier
oficio, en cualquier actividad. Sea uno profesor, panadero, ingeniero,
artista, comerciante, madre de familia, etc., cualquiera que sea su
actividad, puede llevarla a cabo de dos formas distintas: o atado a los
mecanismos del ego y dependiente de ellos, o manifestando el poder creador
del alma a través del espíritu de servicio. La elección es nuestra, y las
consecuencias que se siguen, también. En realidad, lo mismo que en todo lo
demás, lo que cuenta es la motivación subyacente en la acción, no la acción
externa propiamente dicha. Así que no es necesario tener una actividad,
digamos, «espiritual» para servir. A veces, las actividades llamadas
espirituales le sirven al ego para potenciarse a sí mismo, y no conducen a
un servicio real. Una actividad sencilla, discreta y no necesariamente
reconocida, en la que se esté de verdad al servicio de los demás, es una
prueba mucho más palpable de la presencia de la energía del alma.
Cualquier actividad es «espiritual» si conduce a amar y servir al prójimo.
A veces vale más prestar un
servicio, libre y
desinteresadamente, que seguir
durante unos meses una terapia
o una disciplina «espiritual» en
la que uno está centrado en sí
mismo.
Servir de verdad, sin expectativas, de forma desinteresada, sea en el
trabajo, sea en la familia, sea en una empresa de tipo comunitario o en otra
de mayor alcance, es lo que desactiva fundamentalmente los mecanismos del
ego. Es el medio de transformación por excelencia.
Cada paso que damos en el camino, cada vez que tiene lugar en nosotros una
sanación, cada toma de consciencia realizada en lo cotidiano, va produciendo
un progresivo cambio de consciencia y se va elevando nuestra frecuencia
vibratoria. Cuando uno ha tenido el privilegio de elevar su frecuencia
vibratoria, se le pide servir más aún, con sencillez, con amor, superándose
a sí mismo. Aumenta su responsabilidad frente a su propia evolución y frente
a la de toda la humanidad. No es el momento de dormirse en los laureles.
Cuanto más se pone de manifiesto nuestro potencial, tanto más trabajo se nos
exige. Una frecuencia vibratoria elevada no hace la vida más cómoda, ni
mucho menos, pero puede hacerla más útil...
¿Y qué más?
Podríamos hablar de otras muchas cualidades que habría que cultivar para
favorecer la emergencia del Ser. En realidad, encontraríamos las cualidades
descritas en todas las enseñanzas espirituales. ¿Que no es original? No, no
lo es. En nuestro mundo materialista, en el que prima la permisividad y
dejarse llevar, donde se ridiculizan con frecuencia los valores más
hermosos, puede que todo esto parezca pura machaconería moral. Pero, si a lo
largo de los siglos se han repetido las mismas cosas, es porque encierran
una gran verdad.
Si hay quienes tienen cierta prevención ante estos valores, es porque con
frecuencia se han presentado bajo la forma del «bien» y del «mal»,
entrañando mucha represión y culpabilidad. El hecho de saber que la
consciencia del ser humano ha emprendido un gran viaje, y conocer mejor el
mecanismo de la naturaleza humana tanto en sus aspectos inferiores como en
los superiores, permite dar a esos valores un significado mucho más real y
vivo. La vida adquiere entonces un sentido profundo, y esos valores se
integran en ella de modo natural.
Ahora ya conocemos las principales cualidades del alma. Si somos lo bastante
conscientes, haciendo caso omiso del cinismo que causa estragos en la
sociedad actual, nos gustaría ponerlas de manifiesto en nuestra vida: amor,
sabiduría, equilibrio, paz, alegría, energía, libertad, etc. En un primer
momento, podemos, pues, esforzarnos por ponerlas en práctica mediante un
acto de voluntad consciente, pero eso no siempre es fácil, ni muchísimo
menos. Por eso es muy importante que, desde un principio, se dé uno a sí
mismo la posibilidad de tener un primer contacto con el alma de una forma u
otra, tal como hemos indicado antes. En general, una enseñanza puramente
teórica no será suficiente para provocar un cambio notable en el
comportamiento cotidiano. En cambio, una enseñanza viva que acompañe a
cierto contacto con el alma permitirá empezar a poner de manifiesto algunas
cualidades del Ser, al menos en cierta medida. Y, a partir de ese momento,
tendrá ya uno la sensación de avanzar en el camino del descubrimiento y del
dominio de sí mismo. No por ello la vida resultará más fácil, porque, en ese
estadio, abundan las dificultades. Por eso, para no quedarse estancado en el
camino, es importante saber que el trabajo puede y debe reforzarse en otro
aspecto.
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