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La percepción de la
realidad a partir de la mente superior
3. El acceso a la mente superior y el control del cuerpo emocional
mediante la aceptación dinámica, el desprendimiento y la no resistencia
La mente superior no puede funcionar más que cuando la mente inferior está
silenciosa; estar desprendido, aceptar y no resistir crea el necesario
silencio.
Cuando la realidad entra en contacto con el filtro mental y es procesada
directamente por la mente superior, no es comparada con ninguna experiencia
pasada. No hay evaluación consciente ni inconsciente, ni reacción emocional
en función del pasado. No hay expectativas ni exigencias emocionales o
mentales. Hay una percepción no deformada de lo que está ahí, un simple
reconocimiento. En la percepción no intervienen las emociones (el caballo,
por completo dominado, espera las órdenes del cochero antes de moverse, y no
dispersa su energía en espantadas inútiles. Toda la potencia emocional está
disponible para ejecutar la voluntad del dueño).
No estar atado a las demandas,
a las expectativas y a las falsas
necesidades del ego permite
entrar en contacto con el alma
a través de la mente superior.
Si la mente inferior no presenta resistencia alguna, lo que está ahí no
encuentra eco en ningún mecanismo mental-emocional inconsciente que pudiera
dar lugar a alguna reacción procedente de deseos insatisfechos o de puntos
de vista establecidos a priori, con lo que la mente superior tiene un
conocimiento objetivo y claro de la realidad. Entonces uno observa y evalúa
conscientemente la situación, de una forma tan inteligente, clara y
tranquila que le lleva a aceptar serenamente lo que está ahí en cada
instante.
Para que eso ocurra, el ordenador de la mente ha de estar en silencio; es
decir, no ha de ponerse en marcha activado por viejas memorias. Lo que
significa que uno ya no está atado a las demandas, exigencias, expectativas
y falsas necesidades del ego.
¿Y eso puede hacernos felices? Lo que ocurre en realidad es que la serenidad
y la receptividad inherentes al funcionamiento de la mente superior nos
permiten estar en contacto directo con toda la riqueza de nuestra alma. Nos
sentimos llenos de su presencia; experimentamos de un modo natural la
plenitud, porque su presencia nos alimenta; tenemos la vivencia profunda de
nuestra propia identidad; vive en nosotros la paz, la potencia del alma, la
alegría, el amor. No necesitamos buscar en el exterior. Lo tenemos ya.
Un gran maestro zen vivía cerca de un pueblo de pescadores. Todas las
tardes, sentado a la puerta de su casita, impartía su enseñanza a todos los
que la querían recibir. Entre sus alumnos, había una joven que acudía con
asiduidad y que lo admiraba muchísimo. Tenía relaciones con un joven
pescador, y un día se encontró que estaba encinta. Su amigo, que la amaba,
pensaba pasar fuera una larga temporada pescando; esperaba, con el resultado
de su trabajo, poder fundar un hogar. Le prometió casarse con ella al
regresar, Y se marchó. La joven trató de ocultar su estado cuanto pudo, pero
pasaba el tiempo y su amigo no volvía. Le daba mucho miedo decírselo a sus
padres, porque en el pueblo estaba muy mal visto que una joven soltera
tuviera un hijo. Como el maestro zen era muy venerado por todos, les dijo
que él era el padre de la criatura, suponiendo que así evitaría represalias.
Pero eso no arregló las cosas, al contrario. Los aldeanos, furiosos,
sintiéndose traicionados, insultaron al maestro y le dijeron que no
volverían nunca más a recibir sus enseñanzas. El maestro, tranquilo y sereno
dijo; “Muy bien”. Cuando el niño nació, se lo llevaron, y le dijeron que,
puesto que él era el padre, era él quien tenía que ocuparse del niño. El
maestro, tranquilo y sereno, dijo: “Muy bien”. Tomó al niño y se ocupó de él
durante todo un año, rodeándolo de cuidados y de amor. Cuando el joven
pescador regresó algún tiempo después de haber hecho fortuna, la joven
confesó que el padre de su hijo era su amigo. Los aldeanos fueron entonces a
ver al maestro, le dijeron de todo por haberlos inducido a error, y le
pidieron que les diera el niño. El maestro se lo entregó y, tranquilo y
sereno, dijo: “Muy bien”... Nada había podido alterar ni su serenidad ni su
amor...
Es fácil imaginar cuál hubiera sido la reacción de cualquier persona menos
evolucionada en la misma situación, dependiendo del contenido de su
inconsciente. Sin embargo, el maestro zen estaba en contacto con el amor,
con la sabiduría y con la impersonalidad de su alma. Ese estado de
aceptación, de desprendimiento y de serenidad nos parece muy lejano; además,
¿lo deseamos realmente? Es una dinámica que, por ahora, al ser humano le
resulta extraña. Nos preguntamos cómo podemos conseguirlo, incluso si no irá
contra la naturaleza... Por otro lado, ¿no nos convertirá la aceptación en
seres sumisos y sin sensibilidad? Y, además, si lo aceptamos todo, ¿no
acabaremos convirtiéndonos en seres pasivos? ¿No terminaremos dejándonos
manipular y zarandear por las personas y por las circunstancias?
No. En realidad, es todo lo contrario. Tenemos que clarificar lo que
entendemos por “aceptación”, pues la descripción de esa dinámica, tan poco
familiar, requiere precauciones. Estamos tan habituados a percibirlo todo en
función de los deseos que tenemos programados en el inconsciente que
difícilmente podemos imaginar que se puedan percibir las cosas de otra
manera. Ya hemos visto, en efecto, que el mecanismo del deseo está anclado
en el ordenador, y desde hace mucho tiempo, y lo difícil que resulta dejar
de identificarse con él. Sin embargo, vamos a ver en el siguiente espacio
que significa la genuina aceptación... dinámica.
La aceptación
dinámica
Nuestro vocabulario ha sido construido para describir niveles de consciencia
ordinarios. Por eso es por lo que el término “aceptación” se presta a
confusión, y recuerda sumisión, inacción, abandono, insensibilidad o
indiferencia. La aceptación a nivel de la mente superior es lo contrario a
todo eso. Para subrayar la diferencia, le llamaremos aceptación dinámica.
La aceptación dinámica consiste
en no estar atado a los deseos ni
A las falsas necesidades de la
personalidad.
Aceptar, a nivel de la
mente superior, significa estar libre del mecanismo del ordenador mental,
simplemente. Es decir, aceptar significa no estar atado a los deseos ni a
las falsas necesidades de la personalidad, lo que permite que la consciencia
pase del ego al Ser. Es el primer paso, indispensable, para que comience el
proceso de desidentificación de la consciencia con el ego, o sea, el proceso
fundamental de transformación.
El desprendimiento
En todas las enseñanzas espirituales se nos exhorta al desprendimiento.
Ahora comprendemos mejor la dificultad de llevarlo a la práctica.
Estar desprendido significa no
estar sometido a la influencia de
las memorias activas.
Las memorias activas, de
las que está cargada la mente inferior, tienen apresada nuestra energía y
son ellas las que dirigen nuestra vida. La aceptación dinámica significa que
ya no estamos sometidos a la influencia de las memorias activas porque nos
hemos liberado de su atadura. La mente inferior está entonces silenciosa y
la mente superior puede entrar en acción. Como la mente superior nos pone en
contacto con la plenitud del alma, ya no nos resulta difícil aceptar lo que
está ahí, lo que es; ya no nos cuesta estar desprendidos, porque no
esperamos que sean las personas o las circunstancias los que nos aporten la
felicidad.
La necesidad de llenarnos física o psíquicamente, la necesidad de
aprobación, la angustia existencial, los miedos, la búsqueda del placer o
del poder, la necesidad de ser amado, todos los deseos que nos
importunan..., todo eso se ha acabado. Está uno en paz y es libre.
Como la felicidad proviene de la concordancia que existe entre lo que yo
quiero y lo que en realidad se produce, si en lugar de exigir que el mundo
corresponda a mis expectativas soy yo quien me pongo en concordancia con él,
el resultado será el mismo; entonces habrá armonía y desaparecerá el
conflicto y la frustración.
Fácil de decir, ¡pero difícil de hacer!..., porque la consciencia humana
actúa a impulsos de la personalidad desde hace miles de años. Sin embargo,
es ese tipo de funcionamiento superior el que garantiza el poder de la
acción, la verdadera felicidad y la auténtica libertad. Por eso es
importante comprender de qué se trata exactamente. Clarificar la cuestión
nos permitirá exponer, de paso, algunas consecuencias muy positivas que se
derivan de la utilización de la mente superior en la vida cotidiana.
1. Aceptación dinámica no significa sumisión.
Al contrario, el desprendimiento y la aceptación dinámica garantizan la
libertad.
La sumisión no es más que la represión de las memorias activas, que
mantienen su carga emocional (incluso la amplifican) y no dejarán de
aparecer con fuerza a la menor ocasión. Es una resistencia no expresada, que
origina mucha frustración y mucha cólera reprimidas. La sumisión tiene su
sede en la mente inferior. La aceptación dinámica tiene lugar cuando ya no
intervienen las memorias activas y es la mente superior la que lleva el
control. Entonces se está en condiciones de reconocer objetivamente lo que
está ahí, sin más, sin connotación emocional alguna.
Las situaciones de la vida son las mismas. Es posible que la realidad nos
agrade y esté en armonía con nuestros anhelos. Entonces todo va bien.
También es posible que la realidad, lo que está ahí, no nos agrade; en ese
caso, como no estamos atados a nuestros anhelos, tenemos capacidad para
pasar en todo momento a la acción desde la paz, la inteligencia y el amor,
cambiando las cosas si es necesario. Así que no se trata de sumisión.
Si hay que llevar a cabo una acción, se hará en un contexto completamente
distinto al del mecanismo de la mente inferior. Se actúa, pero de forma
tranquila y equilibrada (casi se podría decir “impersonal”), sin la
agitación emocional que consume la energía y aumenta la resistencia. El
hecho de mantenerse equilibrado hace que no se dilapide la energía. Deja uno
de resistir a las dificultades. Ya no las considera obstáculos, sino
ocasiones que le permiten desarrollar la creatividad y contribuir a la
construcción de algo mejor; o se ven las dificultades como desafíos que
forman parte de la condición humana y que hay que afrontar. No es una
filosofía. Es una actitud que procede del contacto permanente con el poder
interior. Es un estado de libertad y de equilibrio que proviene del contacto
con el alma y con el presente, y que nada exterior puede turbar.
Cualesquiera que sean las circunstancias, favorables o desfavorables, se
vive en un estado permanente de paz interior.
Estamos en julio. Dentro de unos días será mi cumpleaños y he pensado
celebrarlo dando en mi casa una pequeña fiesta. Durante los días previos
estoy pendiente de la información meteorológica, que anuncia buen tiempo.
Así que prepararé la fiesta en el jardín. Por la mañana, unos amigos me
ayudan a instalarlo todo: las guirnaldas, las mesas para el buffet, los
sillones, etc.; todo está perfecto. A lo largo del día, el cielo va
oscureciéndose más y más. Cuando llegan los invitados empiezan a caer
algunas gotas, que se convierten rápidamente en un aguacero. Tengo dos
opciones: o resisto, o no estoy atada. No estar atado quiere decir, en este
caso, actuar: sin perder la tranquilidad ni el buen humor, acepto lo que el
cielo me envía (de todas formas, lo acepte o no, llueve) e invito a mis
amigos a trasladarlo todo al salón para seguir la fiesta en el interior de
la casa. Éstos, consternados al principio, se dejan luego arrastrar por mi
energía y por mi buen humor, y todo el mundo se pone manos a la obra,
encontrando soluciones originales para que quepa todo. Algunos cantan
mientras otros transportan los sillones, quitan las cosas de las mesas,
ponen las guirnaldas en las paredes del salón, improvisan el buffet en torno
a la chimenea, etc. Mi suegro, que normalmente tiene un aspecto serio, ríe
como un niño. Nos divertimos como locos, y así pasamos el resto de la
velada, con alegría y buen humor.
Hubiera podido pasar a la mente inferior, ponerme de malhumor y resistir
sintiéndome víctima de la meteorología y de un destino injusto (“¿Por qué
Dios me hace esto a mí, y precisamente el día de mi cumpleaños?”). Mi baja
energía se hubiera transmitido a mis invitados. Hubiéramos pasado al salón
(apretujados e incómodos entre los muebles) esperando a que dejara de
llover; yo hubiera arrastrado mi frustración y malhumor durante el resto de
la velada. A nadie le hubiera hecho gracia...
Del mismo modo que la sumisión crea tensión debido a que es un estado de
resistencia, así la verdadera aceptación dinámica y el desprendimiento
aportan paz, serenidad, energía y creatividad. Todo ello da lugar a un
estado de espíritu ligero, en el que resulta natural quitar dramatismo a las
situaciones, y tener alegría y buen humor, lo que está muy lejos de ser el
caso de la sumisión.
Si nuestra experiencia de la realidad a través de la mente superior crea una
paz interior que nos lleva a un estado de bienestar permanente cualesquiera
que sean las circunstancias, ¿quiere esto decir que sobrevolamos el mundo en
un estado de beatífica serenidad, sin deseos, sin motivación, iluminados e
inactivos? No, todo lo contrario.
2. No estar atado y aceptar no significa inacción.
Al contrario, la aceptación dinámica aumenta el poder de acción y de
creación, y potencia su eficacia.
Esto por varias razones:
A. Una motivación clara y firme.
Cuando se está atrapado en la mente inferior, no hay otra motivación que la
de querer satisfacer, consciente o inconscientemente, los deseos personales
procedentes de viejas memorias. El que se encuentra en ese estado de
consciencia sólo actúa cuando tiene deseos; si no los tiene, permanece
amorfo e inactivo. La “aceptación” de lo que es, es decir, no estar atado a
los deseos automáticos, desactiva el mecanismo del deseo y sus motivaciones.
Podría uno temer entonces que, al no tener deseos, tampoco iba a tener
motivaciones. Pero en realidad es todo lo contrario.
La intención y voluntad del alma reemplaza a los deseos de la
personalidad cuando éstos se han transcendido.
En efecto, cuando se ha trascendido el mecanismo de los deseos, éste ha sido
sustituido por el contacto, la unión con el alma y su intención y voluntad.
Pues bien, el alma no quiere en modo alguno permanecer inactiva. Al
contrario, su voluntad es actuar cada vez más en el mundo; para eso ha
construido su instrumento. De modo que el alma no envía deseos reforzados
con expectativas (el alma no espera nada, no necesita nada para Ser), sino
una motivación, una intención clara y firme para realizar su propósito. Un
propósito muy fácil de definir: lograr la felicidad y la plena realización
de toda la humanidad. Ésa es la intención que nos guía cuando es la mente
superior la que dirige nuestra vida y no los deseos automáticos personales
con su cortejo de dificultades. La motivación del alma es muy fuerte; además
es muy estable y recibe energía constantemente. Por contra, las motivaciones
del ego, estimulan en el momento pero agotan después y llevan a la decepción
y al desánimo, mientras que la intención del alma crea una motivación alegre
y constante, empuja a la acción, potencia la creatividad y una intensa
actividad. Siendo su intención crear un mundo de paz y de amor, ¡tenemos
mucho trabajo por delante!
B. Energía
En el estado de aceptación de la mente superior, toda la energía creadora
del cuerpo mental y toda la energía del deseo del cuerpo emocional están
disponibles para actuar. No se dilapida energía resistiendo. Se está en
armonía con el flujo de la vida. De modo que el funcionamiento flexible y
sin expectativas, es decir, sin resistencia, de la mente superior permite
acceder a un depósito de energía casi infinito. Lo que refuerza la capacidad
de acción.
C. Percepción justa
La percepción de la realidad a partir de la mente superior es mucho más
objetiva que la de la mente inferior, porque no hay interferencias causadas
por las memorias activas o programación mental. Lo que significa que las
decisiones, elecciones, acciones, etc., todo el modo de proceder guiado por
esa parte de la mente se adapta mucho mejor a la realidad tal como es y, por
lo tanto, es mucho más eficaz.
D. Flexibilidad y gran capacidad de adaptación
No estar atado significa también no estarlo a los propios puntos de vista, y
garantiza la apertura de espíritu. Se es capaz de poner en tela de juicio en
cualquier momento la propia acción, modificándola para mejorarla en función
de la realidad, si es necesario. De modo que se tiene una gran flexibilidad
ante los cambios y una inteligente capacidad de adaptación, que contrasta
con la rigidez de la mente inferior, que se aferra a sus sistemas como una
lapa. Esa actitud proporciona una gran eficacia a la acción.
E. Creatividad
Cuando se deja uno guiar por la mente superior, como la consciencia no
revive los registros del pasado sino que está en contacto con la potencia
del alma, se tiene acceso a una gran capacidad creadora que abre caminos
nuevos y originales. Así pues, la creatividad también se ve reforzada por la
mente superior.
F. Intuición
La creatividad se ve potenciada también por la intuición procedente del
conocimiento del alma, que impulsa a crear y a actuar de forma apropiada.
Así que la acción es siempre adecuada, eficaz y constructiva.
G. Estabilidad, habilidad, equilibrio
El control emocional que surge en el ser humano por el desprendimiento
proporciona gran estabilidad y equilibrio, y lleva a actuar de forma
coherente y continuada, con lo que la acción es verdaderamente eficaz.
Todos esos aspectos, consecuencia de la aceptación dinámica y del
desprendimiento, no sólo no nos alejan de la acción, sino que nos hacen
muchísimo más activos, eficaces y creadores.
3. No estar atado y aceptar no significa insensibilidad.
Al contrario, ambas cosas permiten la expresión de la verdadera
sensibilidad.
Mientras la consciencia se identifique con el ego, lo que se llama
“sensibilidad” no es más que una dinámica de reacción emocional a
determinadas memorias. Ser sensible en cuanto al ego, únicamente en el nivel
del ego significa, en general, que se es “susceptible, egoísta y ¡se está
siempre a la defensiva”. O, en otras palabras, que puede uno ser reactivado
emocionalmente en cualquier momento. Pero eso es una sensibilidad mecánica
que no hace sino expresar los automatismos del ordenador de la mente. Se
confunde sensibilidad con emotividad. Podemos fácilmente suponer qué es lo
que activa la falsa sensibilidad de las estructuras del inconsciente.
La verdadera sensibilidad sólo brota en un estado de apertura, de presencia
sin expectativas, de intuición justa y de amor verdadero. Sólo aparece si no
se está atado a demandas alienantes, a miedos, a falsas necesidades, a
deseos. La aceptación dinámica, que supone haberse desprendido de los
mecanismos del ego, es lo único que garantiza una verdadera sensibilidad.
Cuando decimos que no tengáis deseos, no queremos decir que seáis
insensibles. Al contrario, significa: “Transmutad el deseo por la voluntad
irresistible de acceder al conocimiento puro”. Con esa voluntad invocáis
todo el poder de la luz, y hacéis que su corriente actúe en vosotros en la
misma medida en que sea intenso y puro vuestro esfuerzo.
4. No estar atado y
aceptar no significa indiferencia.
Al contrario, el desprendimiento aporta, el amor verdadero.
Sólo se puede amar
incondicionalmente,
con espontaneidad y alegría,
cuando se tiene verdadero
desprendimiento.
La aceptación dinámica implica no estar atado a las expectativas, y, por lo
tanto, supone el desprendimiento. El ego tiembla ante esa posibilidad,
porque tiene un gran apego a las cosas y a las personas, y espera de los
demás una reacción análoga. Puede uno creer que el desprendimiento, como la
ausencia de deseos automáticos señalada en el espacio anterior, hará a las
personas insensibles, frías, indiferentes, incapaces de “amar”. Cuesta mucho
comprender que no estar atado a los deseos, y el consiguiente
desprendimiento, no sólo proporciona la verdadera sensibilidad, sino también
una gran capacidad de amar.
Pero precisamente es el desprendimiento y no estar atado lo que permite
crear las más hermosas relaciones con los demás, relaciones de amor
incondicional, de autonomía, de respeto, de alegría, de libertad. Se
acabaron los dramas pasionales procedentes de los mecanismos del ego. El
“amor-emoción” vivido por el ego es sólo un conjunto de exigencias, de
expectativas, de reactivaciones emocionales. No estar atado permite
experimentar la potencia del amor del alma sin bloqueos personales, sin
ataduras inútiles y dolorosas. Permite amar verdaderamente, porque uno es
libre y deja libre al otro.
Al ego le da pánico la simple idea de dejar libres a las demás personas. Le
interesa tenerlos atadas como rehenes, para poder alimentarse de su energía.
Eso es lo que se llama “amor” a nivel de la personalidad, pero sólo es
apego.
Si queremos que nos guíe la mente superior, tendremos que aprender a vivir
en ese estado de no resistencia, de aceptación dinámica, no estar atados
frente a las exigencias del inconsciente, es decir, frente a lo que creemos
(erróneamente) que más necesitamos en la vida. Veremos un poco más adelante
qué es lo que tenemos que hacer para no estar atados, porque no es nada
fácil.
Luego, la liberación del mecanismo inferior de la mente tiene además un
impacto muy importante en el funcionamiento de la inteligencia.
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