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Otras nueve
dinámicas del ego que mantienen a las personas desgraciadas, impotentes y
manipulables IV
7. IMPOTENCIA
(irresponsabilidad, «victimitis»)
Una actitud muy extendida en nuestro mundo actual es la de la víctima.
Procede de un fuerte sentimiento de impotencia que puede manifestarse en lo
exterior de múltiples formas.
Cuando estamos atrapados en el mecanismo del ego, vivimos en un estado
permanente de insatisfacción y de cólera, expresadas o reprimidas. Nos
quejamos interior o exteriormente; todo va mal. Culpamos y criticamos a los
demás: fulanito es mala persona, el otro es un incompetente; el de más allá,
un egoísta; aquél, un ingrato; el otro, un malvado; la gente no es honrada,
no es «correcta» por una u otra razón. Hay también un fuerte sentimiento de
injusticia: «¿Por qué yo? La vida es bella para los demás, pero no para mí.
La vida es dura, no tiene gracia, "pobre de mí", sufro, (suspiro...), pero
algún día, si puedo, me vengaré...».
Todo eso genera muchísima negatividad, reprimida o manifestada: cólera
contra ese mundo injusto, agresividad, violencia, resistencia, ansiedad,
cansancio, tristeza, incapacidad para comunicar, mala voluntad,
culpabilidad, irresponsabilidad (siempre es culpa de los demás), sabotaje,
fanatismo, miedos (en particular miedo a dejarse engañar), etc. Los efectos
son devastadores desde todos los puntos de vista: en las relaciones, en la
propia energía, en la creatividad, en la propia estima, en la salud; afecta
a todos los campos de la vida. En esas circunstancias es imposible sentir
alegría de vivir o tener paz interior, es imposible vivir la experiencia de
plenitud, de libertad, de amor. Imposible.
Al estudiar las estructuras del inconsciente, más adelante, veremos que ese
mecanismo tiene su origen en experiencias concretas del pasado personal y
colectivo, y que podemos deshacernos de él.
La ilusión de la impotencia hace al ser humano manipulable:
Es muy fácil manipular a alguien enfermo de «victimitis» activando su cólera
contra el mundo injusto y cruel, y contra los demás, que no son «correctos».
Utilizando este mecanismo, es fácil enardecer a las masas.
8. BÚSQUEDA DE
POSESIONES
Esta dinámica procede también del sentimiento de vacío, pero va más lejos
que el simple querer llenarse de algo. Cuando uno está atrapado en los
mecanismos del ego, ansia tener posesiones, sean materiales, sean afectivas,
y tiene mucho apego a ellas. Busca «tener». Y, como ocurre con los demás
mecanismos, nunca tiene bastante para sentirse bien; siempre necesita más en
lo material o en lo afectivo. ¡A cuánta violencia, a cuántos dramas y
sufrimientos da lugar en la vida cotidiana esa necesidad de poseer! La
historia de la humanidad está plagada de acontecimientos dolorosos que
tienen su origen en ese mecanismo.
Nuestro mundo está cada vez más dominado por la pasión de tener, más
interesado por las adquisiciones, por el poder material, cuando sólo lo
salvaría el modo de Ser, fundado en el amor, en la realización espiritual,
en el placer de compartir actividades significativas y fecundas. Si el ser
humano no toma consciencia de la gravedad de esa elección, corre hacia un
desastre psicológico y ecológico sin precedentes.
El deseo de poseer hace a los seres humanos manipulables:
El deseo de poseer está anclado en el inconsciente colectivo. Es uno de los
principales mecanismos del ego y es muy fácil manipular a una persona
atrapada en él, que procede, en el fondo, del miedo a carecer, y es
explotado por las fuerzas materialistas, lo mismo que la necesidad de
llenado, para hacer que la gente consuma más y más.
Como puedo perder lo que tengo, estoy necesaria y constantemente preocupado
por la idea de que podría perder lo que poseo. Tengo miedo de los ladrones,
de los cambios económicos, de las revoluciones, de la enfermedad, de la
muerte, y tengo miedo del amor, de la enfermedad, de mi propio desarrollo,
del cambio, de lo desconocido... Así que estoy siempre inquieto, enfermo de
una hipocondría crónica, no sólo en cuanto a la posible pérdida de mi
riqueza, sino en cuanto a la pérdida de todo lo que tengo; estoy siempre en
guardia, soy duro, desconfiado, solitario; me dejo llevar por mi necesidad
de tener más, de estar más protegido.
9. LA BÚSQUEDA DEL PODER Y LA RESISTENCIA AL PODER
La cuestión del poder es una cuestión delicada. Basta nombrarlo para que de
inmediato extienda el ego todas sus antenas, es la alerta general, por
razones muy concretas que proceden de nuestra historia.
Sin embargo, el poder es una cualidad del alma. Pero, para encontrar el
poder del alma, tiene uno que deshacerse de la influencia del ego, que
reacciona a esa energía de forma inapropiada, generalmente destructora.
Existen en el ego diversos mecanismos relativos al poder que, aun siendo muy
distintos entre sí, son todos ellos limitadores y destructores.
El primero es la vulgar búsqueda del poder exterior, material o psicológico.
En ese caso, el ego concentra toda su energía en dominar y manipular a los
demás con fines egoístas.
El origen de esa dinámica es la incapacidad de entrar en contacto con el
verdadero dominio, el que experimentábamos cuando estábamos todavía en
contacto con nuestra esencia, del mismo modo que, si buscamos llenarnos de
lo que sea, es debido a la incapacidad que tiene el ego para experimentar la
plenitud. El ego busca con desesperación volver a encontrar esa sensación
extraordinaria de poder y de libertad. En cuanto al Ser, es una experiencia
que beneficia a todos y a todos respeta, porque el alma es realmente
todopoderosa y manifiesta su poder mediante la energía del amor. Pero el ego
busca el poder a través de la separatividad y del egoísmo. Y como le resulta
imposible experimentarlo de forma permanente, su búsqueda no tiene fin, y
hace falta siempre más. Hablamos de personas «sedientas» de poder. No hace
falta recordar hasta qué punto son destructores los abusos de poder,
consecuencia de ese estado de consciencia, y la cantidad de violencia, de
injusticia y de sufrimiento a que dan lugar.
La búsqueda de poder bajo el aspecto de control de los demás tiene también
su origen en el miedo: miedo a dejarse engañar, miedo a dejarse dominar,
miedo a perder el propio territorio, miedo a perder la propia identidad, es
decir, miedo a perder, en general. El ego no puede sentirse seguro si no
controla, domina y manipula todo lo que le rodea. No ve otra forma de
proceder, puesto que considera a los demás como enemigos potenciales,
prestos a robarle su territorio, o a destruírselo. Son los mecanismos
primarios del comienzo de la formación de la identidad, que desempeñaron un
papel en su momento pero que ya no son apropiados ahora que el ser humano
dispone de otros medios para gobernar adecuadamente su vida.
La segunda dinámica que limita al ego es la resistencia al poder. Quizá es
menos evidente, pero no por ello menos real. Se presenta bajo dos formas:
resistencia al propio poder y resistencia al poder de los demás. La palabra
«poder» se asocia inmediatamente con todas sus consecuencias negativas. Para
la consciencia ordinaria, significa dominación, manipulación, sufrimiento,
injusticia, abusos, desdichas, etc. Es nuestra historia pasada, inscrita en
nuestras células.
Desde esa óptica, somos incapaces de reconocer nuestro auténtico poder.
Tenemos tanto miedo a lo que significa en la vida corriente que no podemos
permitirnos tener la menor parcela. No nos arriesgamos a asumir la menor
posición de poder y preferimos permanecer inútiles e inactivos, limitando
así nuestro potencial de creación. Muchas personas, sobre todo las que
siguen un camino espiritual, creen hacer un acto de humildad al rechazar el
verdadero poder de su alma; en realidad, se están dejando llevar por el
miedo.
La resistencia al propio poder nos empuja a resistir al poder de los demás,
o a todo lo que interpretamos como tal. Bajo pretexto de libertad,
resistimos a toda forma de autoridad, real o imaginaria, lo que induce un
comportamiento automático rebelde que bloquea toda posibilidad de
aprendizaje y de desarrollo, y que, en el fondo, roba la libertad. Porque un
comportamiento rebelde está tan en función de los demás como uno sumiso. En
lugar de hacer lo que los demás quieren (sumisión), se hace lo contrario
(rebelión). En ambos casos actuamos en función de los demás. En ambos casos
perdemos nuestra libertad y nuestro auténtico poder, porque no hacemos lo
que hubiéramos elegido hacer libremente. Ese mecanismo resta eficacia a la
acción, cuando no sabotea cualquier intento de creación personal o
colectiva. Veremos sus causas profundas cuando estudiemos en detalle las
estructuras del inconsciente.
La confusión entre el poder en sí mismo y aquello a través de lo que se
transmite nos impide conocer la esencia del primero. Pues bien, ignorar la
fuente del poder supone ser inconmensurablemente débil. No tenemos que
conquistar el poder, porque está en nosotros desde siempre. Pero, mientras
no lo veamos con claridad, continuaremos con nuestros ridículos esfuerzos, y
nuestras falaces conquistas estarán siempre abocadas al fracaso bajo las
risas de los dioses... No es el poder lo que corrompe, sino la apropiación
del poder por el individuo, en una palabra, el ego.
La ilusión del poder hace al ser humano manipulable:
Aunque esa búsqueda parece apuntar al poder sobre los demás (manipulación
activa), hace al ser humano manipulable. Se nos puede llevar a hacer
cualquier cosa prometiéndonos poder, del tipo que sea, y, como éste nunca es
suficiente, porque el mecanismo está siempre en acción, se nos puede
manipular una y otra vez.
Nadie nos manipula realmente, salvo nuestro propio ego.
Aparte de los comportamientos generales que acabamos de describir, hay
determinadas actitudes que proceden directamente del mecanismo de la mente
inferior, que nos resultan muy familiares.
En efecto, cuando la consciencia está atrapada en la personalidad,
encontramos dos tipos de reacciones, hablando en términos generales: unas
son automáticas, originadas por las cargas emocionales del inconsciente,
otras son específicas de la mente inferior. Los dos tipos están muy ligados.
En las personas polarizadas emocionalmente, la mente es débil, y las
programaciones se activan sobre todo a través del mecanismo emocional. (El
cochero es débil; el caballo, fuerte; el viaje no es muy agradable, pues
depende del humor de este último.) Eso induce a comportamientos como los que
acabamos de describir. En cambio, en las personas polarizadas mentalmente
pero atrapadas en la consciencia inferior, lo que aparece de modo más
evidente es el aspecto separador y dominador de la mente inferior. (El
caballo está más o menos en forma; el cochero es más fuerte, pero está
encerrado en un sistema rígido de creencias. No está en contacto con la
sabiduría del amo. Conduce el carruaje por caminos difíciles y sin salida.
Tampoco en este caso resulta agradable el viaje. Vamos a examinar
determinadas actitudes que son características de la segunda situación.
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