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Las memorias procedentes de «vidas pasadas» I.
 

Consideremos, para empezar, la perspectiva de vidas anteriores personales. Si nos apoyamos en el modelo esotérico presentado en los espacios anteriores, parece coherente que, en el transcurso de vidas pasadas, se hayan ido acumulando no sólo conocimientos sino también desechos psíquicos, por lo que tratar las historias que derivan de ellos como si procedieran de vidas pasadas de la persona no presenta ningún inconveniente (si no es para la mente inferior, que tiene sus propios puntos de vista). Se trata sólo de estar alerta, como hemos dicho anteriormente, para evitar que el ego se apropie de esa perspectiva y siga alimentando con ello una continua ilusión.


He aquí dos ejemplos de sanación entre otros miles que he escuchado en la práctica de la profesión terapéutica:

Martine es una chica muy guapa, tiene unos treinta años. En su vida funciona todo bien, excepto sus relaciones amorosas. Ha intentado en tres ocasiones establecer una relación seria con un hombre, y cada vez se reproduce el mismo escenario: en cuanto su compromiso empieza a formalizarse, siente una gran inquietud, un gran estrés y muchísimo miedo. Quisiera que su pareja estuviera siempre a su lado. En cuanto se marcha, aunque sólo vaya a estar ausente durante unas horas, se siente muy triste y desgraciada, y ansia su regreso. Sus compañeros se han cansado de su ansiedad permanente y de sus exigencias. Acababa de emprender un proceso de interiorización para liberarse de esa dependencia, cuando empezó una nueva relación con un hombre que vivía en Inglaterra. Se habían encontrado en París y se veían con regularidad cuando él iba a Francia en viaje de negocios. Para Martine, la separación resultaba cada vez más penosa. Aprovechando unos días de vacaciones, decidió ir a casa de su amigo, que vivía en un hermoso lugar de la campiña inglesa, a dos horas de Londres y que se alegró mucho de su visita.

Al día siguiente de su llegada, la llevó a dar una vuelta por los alrededores, y llegaron hasta un viejo molino que era el orgullo del lugar. Cuando Martine entró, se sintió de pronto muy mal, sin saber por qué. Estuvo incluso apunto de desmayarse. Su amigo la llevó de inmediato a casa, la ayudó a tenderse en el sofá, y encendió la chimenea. Martine se encontraba cada vez peor. Comenzó a hacer un ejercicio de respiración para tratar de deshacerse de aquel malestar, y entonces revivió la historia siguiente: Se encontraba en un entorno muy parecido al que había visitado horas antes. Era la hija del señor del condado. Era joven y guapa, y tenía varios pretendientes. Sin embargo, tenía un amor secreto: el hijo de la niñera que la había criado. Iba a menudo a verlo a escondidas al molino de su padre. Daban largos paseos por el bosque, y soñaban con poder vivir juntos algún día. El padre de Martine se dio cuenta de aquellas salidas de su hija y le dijo claramente que tenía que dejar de ver a aquel joven que no era de su clase. Siendo niños, no tenía importancia, que fueran amigos, pero, siendo ya una joven casadera, debía hacer honor a su título de heredera del condado. No obstante, Martine siguió viéndose con el hijo de su niñera hasta que su padre, que empezaba a vigilar a su hija, se enteró de que se veían todas las noches. Se enfadó muchísimo y decidió poner fin a todo aquello.

Tenía un amigo, capitán de barco, que iba a partir hacia los mares del sur y estaba buscando hombres para completar su tripulación. Se las arregló para que el joven amigo de su hija subiera al barco y no pudiera bajar hasta que levaron anclas para dirigirse hacia alta mar. Aquella noche, Martine esperó a su amigo, que no acudió a la cita. Al día siguiente preguntó por él, pero nadie lo había visto. Cada vez más inquieta, lo buscó por todas partes. Fue al molino de su padre y acabó por enterarse de que su amado se había marchado en un barco. Sintió que se le partía el corazón. No comprendía por qué la había abandonado. Lloró durante mucho tiempo y, profundamente herida, perdió las ganas de vivir. Sólo mucho tiempo después se enteró de lo que en realidad había pasado, pero era demasiado tarde; la herida del abandono ya estaba hecha.

La experiencia de abandono, que Martine no había sido capaz de asimilar en su momento, dio origen a una gran memoria activa que condicionaría, en sus vidas siguientes, todo cuanto tuviera que ver con las relaciones amorosas. Tras esa toma de consciencia espontánea, Martine continuó su camino interior e hizo un trabajo concreto sobre el inconsciente para sanar la herida que llevaba en sí desde hacía tanto tiempo sin saberlo, y consiguió desactivar la memoria. Desapareció la ansiedad permanente en la que vivía. Fue como si le hubieran quitado un gran peso de encima. A partir de entonces pudo vivir su nueva relación sin temor, con serenidad, relajada, con una libertad que nunca había conocido antes.

Michele es una joven de veintiocho años que vive todavía con sus padres. No quiere independizarse porque desea estar cerca de su madre para poder cuidarla. Pero su madre está muy bien y no necesita ayuda especial, tiene un cónyuge excelente y una vida agradable. Aunque ha concluido muy bien los estudios de medicina y está preparando el doctorado, a Michele le falta confianza en sí misma. Necesita comprobar una y otra vez que hace las cosas bien, y tiene un deseo permanentemente insatisfecho de aprobación. A pesar de haber superado con brillantez todos los exámenes y de poseer los conocimientos necesarios, no está en absoluto segura de ser digna de su futura profesión. Es una duda irracional que envenena su vida, y ella lo sabe. En un determinado momento de su proceso de interiorización, encuentra espontáneamente una «historia» alojada en su inconsciente. Data del siglo XVIII. Viaja con su madre en un gran velero, que naufraga. Después se encuentra en una chalupa de salvamento, junto a otras personas, entre ellas su madre. Las olas son enormes, arrecia la tempestad. De pronto, una gran ola arrastra a su madre al agua. Michele le tiende la mano, pero no lo hace con bastante rapidez ni a la distancia suficiente, y su madre desaparece bajo las aguas. Michele está horrorizada. Siente entonces como si una gran sombra descendiera sobre ella, llenándola de culpabilidad mientras le dice: «Si tu madre se ha ahogado ha sido por tu culpa». En ese estado de estrés, de pánico y de terrible pena, se ha grabado en su inconsciente una memoria activa: «Soy indigna, no soy capaz de ayudar a nadie, los demás me juzgarán y me odiarán por haber dejado morir a mi madre».

Michele vino a esta vida con esa memoria que se reactiva a la menor ocasión. Después de un trabajo adecuado, pudo desembarazarse del mecanismo interior que le causaba una ansiedad permanente frente a su madre desaparecida. Volvió a tener la confianza en sí misma que requería su profesión, y que luego practicó con gran eficacia. Y comenzó a vivir realmente, libre y serena.

El modelo esotérico que hemos presentado en antriormente permite comprender mejor, por supuesto, cuál es el proceso en el que se han acumulado esas memorias, para qué han servido y, en todo caso, qué se puede hacer con ellas. Pero, para trabajar con esas cargas energéticas, no es necesario «creer en la reencarnación». Basta reconocer la existencia de unas memorias cargadas, aunque no se quiera conocer o concretar su origen. Lo que nos conduce a adoptar esta perspectiva, más que la teoría en sí, es el trabajo concreto de liberación y de sanación práctica que permite efectuar. Es un modelo que se ajusta muy de cerca a la realidad de las experiencias que se puede observar en miles de personas. Como en toda investigación científica, es la experiencia lo que da validez al modelo, es la experiencia lo que ratifica la teoría.

Así pues, en cuanto nos concierne, consideramos que, además de las experiencias de la vida presente, llevamos en nosotros unas memorias procedentes de vidas pasadas, es decir, procedentes de experiencias vividas por las diferentes personalidades que ha tomado el ego en su proceso de formación, todo ello dirigido por el alma que supervisa la evolución de su instrumento.

Ampliaremos más esa perspectiva añadiendo a esas memorias las de los antepasados elegidos por el alma para acelerar su proceso, y añadiendo también las del inconsciente colectivo.

Antes de abordar esos aspectos, nos gustaría precisar una dinámica especial que las vincula a todas ellas. Porque parece, en efecto, que ni las memorias ni las condiciones que las crean se presentan de forma independiente. Parece existir un vínculo, con frecuencia muy fuerte, entre las experiencias no integradas de vidas pasadas (tanto si su origen es personal como si es ancestral o colectivo) y las condiciones de la vida presente, en especial las del comienzo de la vida (la vida intrauterina, el nacimiento y la infancia).

 

Vínculo existente entre las vidas pasadas y las condiciones del comienzo de la vida presente (o la elección del material de trabajo para cada vida)

Según nuestras observaciones, aunque las condiciones del comienzo de la vida presente tienen una influencia importante sobre el comportamiento del individuo, no parecen sin embargo ser la causa fundamental, sino más bien las consecuencias de una vivencia mucho más intensa, dura y difícil procedente de vidas pasadas. Es un factor importante que se debe tener en cuenta, pues permite hacer un trabajo interior mucho más flexible y mucho más completo. En cuanto al impacto que tienen las vidas pasadas en la presente, hay que ir más allá de la teoría general y a menudo simplista del karma, y tratar de comprender con mayor exactitud la dinámica de recreación de ciertas condiciones de la infancia o del nacimiento.

Según el modelo esotérico, en cada viaje a la materia, en cada vida, el alma «escoge» para la personalidad unas determinadas condiciones de existencia a fin de permitirle construirse, perfeccionarse y convertirse así en un instrumento mejor. De modo que no ocurre nada al azar, puesto que la evolución es un gran proceso de aprendizaje del dominio de los tres mundos, dirigido por la consciencia superior, el Ser. Esto nos lleva, por cierto, a asumir con plenitud la responsabilidad de nuestro destino y las condiciones de nuestra vida actual, y, además, nos otorga la posibilidad de salir de una actitud muy debilitadora: la de la víctima.

Precisemos lo de la elección de las condiciones de nuestra vida actual, pues incluso la palabra puede inducir a confusión. Para comprender mejor esa elección, podemos contemplar la cuestión desde el punto de vista energético. Según el modelo presentado en los espacios anteriores, cuando volvemos a descender a la encarnación, atraemos energéticamente a nosotros todos los materiales adecuados para construir la nueva personalidad. En particular, durante la constitución de la mente inferior y del cuerpo emocional, atraemos determinadas memorias activas que forman parte de nuestro bagaje y sobre las que podremos trabajar en esa encarnación. Cargado con esas memorias (tanto las libres como las activas), el individuo atrae hacia sí unas condiciones de vida que estén en resonancia con esas memorias. Esa resonancia no está ahí por casualidad, o para hacernos revivir indefinidamente las mismas dificultades, todo lo contrario.

En efecto, según lo que hemos observado en la práctica, el mecanismo es el siguiente: atraemos («elegimos») unas determinadas condiciones o acontecimientos de infancia y de vida en general con dos finalidades: la primera es permitir la expresión de las cualidades ya adquiridas; y la segunda, reavivar ciertas memorias clavadas en el inconsciente para poder desprenderlas actualizándolas de una forma u otra. Las condiciones de la infancia o del nacimiento no serían, pues, las causas primeras de los comportamientos ulteriores, sino más bien ocasiones de reactivación de memorias mucho más fuertes, registradas en sucesivas vidas pasadas y que no han sido resueltas. Luego, la personalidad del ser humano tiene la posibilidad de hacer con esas condiciones lo que quiera. Esto representa una perspectiva mucho más amplia y mucho menos culpabilizadora que la perspectiva simplista del karma-premio-castigo, que no tiene mucho sentido con respecto al alma ni al aprendizaje interior.

Deseamos subrayar un hecho interesante, que dejamos a la reflexión del navegante, y es que el proceso de evolución, al parecer, no es lineal, sino que tiene lugar según una dinámica en espiral. Por eso se observan situaciones en apariencia recurrentes en una vida dada o en un conjunto de vidas. Ese tipo de proceso se encuentra en todos los niveles y en todos los fenómenos de la naturaleza. Provienen de una resonancia, de un eco, de una repetición de «lecciones» de las que hay que tomar consciencia (es decir, que hay que aprender) para que pueda proseguir el proceso de evolución. Es un poco como en el colegio: se repasa lo que se ha aprendido para integrarlo mejor a fin de poder asimilar después nuevos conocimientos. En cada vida se revisa lo que se sabe y se adquieren experiencias nuevas.

Se ha observado, en particular, que se reproducen con frecuencia las condiciones de nacimiento que reactivan la experiencia de una muerte anterior traumática (no necesariamente de la vida precedente, pues el tiempo no existe en el alma). Un ejemplo clásico es el de la persona que nace con el cordón umbilical alrededor del cuello. En ese caso, encontramos a menudo una «historia» que acaba con muerte por ahorcamiento. El ser humano medio no está todavía lo suficientemente desarrollado para aceptar una muerte así con serenidad absoluta. De modo que, en ese momento, se crea una carga muy fuerte, tanto en lo físico (el mecanismo de supervivencia resiste al máximo) como en lo emocional (porque, para terminar así, tienen que haber pasado antes cosas muy desagradables). En el momento del ahorcamiento, toda la personalidad se tensa con un gran estrés de resistencia, y se graba una memoria activa que será reactivada en el curso de otra vida, en el momento en que el alma lo juzgue oportuno para dar a la personalidad la posibilidad de integrarla.

Durante una muerte traumática, la marca es muy profunda, pues se trata de la supervivencia física, y, además, porque ya no hay posibilidad de desprenderse de ella, puesto que el cuerpo desaparece; por eso es por lo que todos arrastramos, junto con nuestras experiencias de vida, positivas y negativas, los traumas de muertes violentas, y todos hemos vivido algunos. Para tener la posibilidad de liberarnos de ellos, tendremos que actualizarlos, bien en el momento del nacimiento, bien en un determinado momento de la vida física.

El nacimiento, en particular, es un momento de gran importancia en cuanto a la reactivación de memorias, porque el niño, que se encuentra en un estado de gran vulnerabilidad física y psíquica, está sometido en general a condiciones más bien difíciles. Citaré sólo algunos ejemplos: el pasaje por el cuello uterino puede reactivar memorias de asfixia, o de impotencia, o de muertes por enterramiento; la utilización de fórceps, memorias de agresiones físicas; el envío inmediato a la incubadora (practicado sobre todo en América del Norte), memorias de abandono. Muchas de las condiciones de nacimiento que han sido corrientes desde hace algunas décadas, han reactivado todo tipo de traumas ligados a la supervivencia física y a la muerte. Describiremos con mayor precisión sus efectos en el espacio dedicado a las grandes estructuras del inconsciente. Lo mismo podría decirse al respecto de las dificultades de la vida intrauterina.

Hablamos de acontecimientos correspondientes al nacimiento o a los primeros años de la vida porque es en ese momento cuando la personalidad es más maleable y cuando se sientan las bases de su construcción. Pero es evidente que las circunstancias que reactivan antiguas memorias (personales, ancestrales o colectivas) surgen en cualquier momento de la vida, dándole al individuo la posibilidad de integrarlas, según su nivel de consciencia.

La historia siguiente nos muestra un ejemplo concreto de reactivación en la infancia de las condiciones de vidas pasadas, con impacto en la vida adulta:

Louis es ebanista. Su vida podría ser agradable si no fuera porque vive en un estado permanente de estrés y de fatiga que le hace muy penosa la existencia, y también la de sus allegados. Sin embargo, le encanta su trabajo, es muy creativo. Pero cada mueble, cada objeto que hace, se convierte enseguida en una fuente de tensión. Le resulta inevitable trabajar con estrés, lo que, evidentemente, agota enseguida su energía, y no comprende por qué. Es cierto que a veces recibe encargos urgentes; pero, en general, el trabajo no es apremiante. Algunas veces se queda sin energía sin razón aparente, y es incapaz de trabajar; entonces pasa varias semanas sin aceptar ningún encargo, desanimado y sin vitalidad. Ha visitado a varios médicos que le han dado calmantes para reducir el estrés y estimulantes para contrarrestar la fatiga, alternativamente. Pero nada le ha hecho efecto. ¿ Qué le pasa?

Esta vez, pudimos llegar al recuerdo procedente de una vida pasada y su reactivación en la infancia.

Ocurría alrededor del siglo XIII, en Italia. Louis es armero al servicio del Rey. Es él quien diseña y fabrica las armas del Ejército real. Un día recibe un mensaje urgente del propio Rey, ordenándole que le construya un arma original que piensa llevar en la fiesta que va a celebrar con motivo de la visita de un señor vecino. Louis empieza a trabajar y pone en ello todo el cuidado posible y su máxima creatividad. Sabe que el Rey es muy exigente, y que su carácter tiránico no permite ninguna broma. Hace un trabajo que él considera excelente y, por cierto, muy original. No se hallará un arma semejante en ningún otro lugar. Y, al fin, entrega el pedido, orgulloso de su trabajo y confiando en que recibirá muchos elogios. Pero, unos días después, se presenta en su casa un emisario del Rey trayéndole el arma en cuestión. Va acompañada de unas letras en las que se le hace saber que el rey no aprecia en absoluto sus fantasías, y que está muy enfadado; que le retira su título de armero real y le confisca todos sus bienes; y que tendrá que abandonar la dudad, de lo contrario será encarcelado por haberse burlado de su Alteza Real. Louis está hundido. Su hijo, que acaba de casarse y está esperando un hijo, al conocer la noticia, reniega de su padre para no verse asociado a su desgracia. Louis tiene que abandonarlo todo, y con toda rapidez. Huye solo, interiormente herido, con un sentimiento profundo de injusticia y de traición, y una gran cólera; su poder de creación ha sido dañado en lo más hondo. Su vida, noble y fastuosa, ha pasado a ser miserable; apenas tiene qué comer. Y acaba en la miseria.

En su infancia actual, a Louis siempre le había gustado construir pequeños juguetes. Pero cada vez que empezaba a hacer algo, era como si se le fueran las ganas, de modo que, a fin de cuentas, no hacía gran cosa. Estaba triste. De vez en cuando se arriesgaba a hacer algo para divertirse, pero entonces tenía que ser algo muy bonito y perfecto. Trataba de perfeccionarlo más y más. Parecía como si nunca fuera suficientemente bonito; y, cuando al fin lo dejaba, tenía la sensación de que estaba inacabado. Le hubiera gustado que su padre le hubiera hecho algún comentario positivo para animarlo, quizá eso lo hubiera estimulado. Pero su padre, frío y distante, no se ocupaba en absoluto de lo que hacía su hijo. Nunca le dirigía ni siquiera una mirada.

Un día, cuando tenía ocho años, Louis construyó un barquito precioso, azul y blanco. Le había hecho una bonita chimenea y le había puesto una vela con un elástico para que pudiera avanzar solo. Era genial, estaba muy orgulloso de él. Estaba tan contento que decidió ira enseñárselo a su padre. Un día, mientras éste desayunaba, se acercó a él un poco nervioso y puso el barquito encima de la mesa, junto a la taza de café, dispuesto a explicarle a su padre cómo funcionaba. Pero todavía no había abierto la boca cuando su padre echó el barquito de un manotazo al otro extremo de la mesa, diciéndole que no le molestara con sus tonterías, y aumentó el volumen de la televisión. Louis intentó acercarle otra vez el barco, y explicarle un poco, pero el volumen de la tele estaba demasiado alto y era evidente que su padre no tenía ningún interés en contemplar su obra de arte. Se marchó con su barco, muy triste. Lloró durante todo el día; lo puso en un armario, y allí lo dejó. Se habían reactivado antiguas memorias (el padre, el Rey; el barco, la creación original; el no reconocimiento, el rechazo, etc.) que fueron empujadas de nuevo al fondo del inconsciente. El barco quedó inutilizado en el armario hasta que, cuatro años después, cuando se cambiaron de casa, su madre se lo dio al hijo de unos vecinos.

Las dificultades de Louis en su profesión actual no tienen nada que ver ni con la falta de vitaminas, ni con su competencia profesional, ni con otras circunstancias externas. La dinámica es muy simple: en cuanto quiere trabajar, su inconsciente retira la energía o produce un estado de gran estrés, porque crear cosas originales le ha hecho mucho daño en el pasado (en la infancia y en una vida pasada). La memoria activa está ahí, y el sistema de defensa actúa intentando simplemente limitar el riesgo del sufrimiento.

Pero, si Louis eligió el padre que tiene en su vida actual, no es por casualidad. Se dio a sí mismo la oportunidad de reactivar la herida para curarla, y para deshacerse así de una vez para siempre del mecanismo limitador inscrito en la memoria. Consiguió liberarse de ella, en efecto, mediante un trabajo interior que lo condujo a un cambio de consciencia. Y encontró de nuevo su capacidad de crear en libertad, de manera completamente original y... ¡con alegría!

Hemos sido testigo de una multitud de historias de este género. No es preciso haber tenido una infancia o un nacimiento muy traumáticos para experimentar un gran número de limitaciones. La menor contrariedad puede originar un verdadero trauma si reactiva una experiencia traumática de una vida pasada.

Por otro lado, algunas condiciones en verdad difíciles no causan especiales problemas a determinados individuos porque no reactivan en ellos memorias profundas; las han escogido para tener la oportunidad de desarrollar o de manifestar ciertas cualidades. Esto explica, al menos en parte, por qué unos niños que han sido educados en condiciones análogas se comportan de manera muy distinta. Depende del bagaje que cada ser lleve consigo, que lo hará reaccionar a las condiciones externas de una forma u otra.

La reacción a las condiciones de la infancia
depende del grado de evolución de la persona
(de la proporción de memorias libres y activas).

 

 

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