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ACTITUD GENERAL ANTE LA VIDA II

Parecer en lugar de ser: «Yo soy mi imagen y la tengo en gran estima. ¡No la toquéis!»

Ha elaborado una imagen de sí mismo en función de lo que cree que hay que mostrar para obtener el amor y la aprobación de los demás, es decir, para extraer su energía, y vive en la imagen que lo define. El ego sólo quiere «parecer»; a su nivel es imposible «ser». La estructura psicópata potencia y amplifica esa dinámica: «No me amo a mí mismo, sino a la idea que me he hecho de mí». Tratará de representar en la vida un papel importante, como salvador, instructor, sabio, sanador, alma grande..., en una palabra, como un ser superior a los demás de una forma u otra. Ante la «grandeza» del psicópata, la gente se siente pequeña..., lo que no ocurre ante alguien que tenga un alma verdaderamente grande, porque éste pone al otro en con tacto con la riqueza de su propia alma y hace que se sienta grande también.

Con las personas de su entorno, representará con frecuencia el papel de salvador-dominador, se hará el imprescindible. Porque, ¿qué otra cosa podría dorar más su imagen que desempeñar el papel de un salvador lleno de compasión y de amor? Esa dinámica mantiene a las personas en un estado de falsedad y de alienación que, poco a poco, destruye la alegría de vivir y crea cada vez más insatisfacción.

 

Georges era jefe de vestuario de una importante compañía de teatro. Le encantaba su trabajo, tenía absoluta libertad para crear, era muy original. El director confiaba en él plenamente y dejaba en sus manos muchas responsabilidades. Sus trajes eran muy bonitos, en efecto. Era muy creativo, pero tenía algunos problemas de relación con determinadas personas del equipo que dirigía. Muy seguro de su talento e imbuido de sí mismo, exigía perfección en todo y no toleraba ninguna crítica. Atrapado en una estructura psicópata, su actitud autoritaria y presuntuosa molestaba a mucha gente. Cuando el esfuerzo por mantener su imagen empezaba a agotarlo, encontró a Annette. Era una mujer bonita, muy frágil, que acababa de ser abandonada por su marido. Entró a trabajar en la compañía como encargada de guardarropía, pero su delicada salud le hacía difícil el trabajo. Georges tomó a Annette bajo su protección. Hablaban con frecuencia. Ella lo encontraba extraordinario, lo admiraba muchísimo. Acabaron por enamorarse y decidieron hacer vida en común. Annette estaba aprisionada en una estructura maso. A pesar de que su relación con Georges la hacía feliz (había encontrado a su salvador...), estaba cada día más triste y enferma, y no comprendía por qué. Georges pasaba cada vez más tiempo a su lado, descuidando un poco su trabajo, que ahora le parecía demasiado absorbente. Le habían asignado un joven asistente que empezaba a brillar más que él, y le costaba mucho digerir eso. Ya no era la estrella. Aunque nadie había puesto nunca en duda su talento, se sentía cada vez más inquieto. Empezó a tomarse tan en serio el papel de salvador que representaba ante Annette que, un buen día, le pareció más importante que su trabajo (al menos ante ella y su familia seguía sido la estrella...). De modo que decidió poner fin a sus actividades artísticas y entró a trabajar en una empresa, ocupando un puesto bastante importante. El trabajo de oficina le permitiría estar más disponible para ocuparse de Annette, pobre víctima de una vida difícil, que tenía tanta necesidad de ayuda... Ella, al menos, reconocía su grandeza.

Era el apogeo de la ilusión. Annette estaba contenta porque Georges iba a estar más disponible. De hecho, la estructura de víctima acababa de ganar un punto («Puesto que yo no tengo poder, los demás tampoco han de tenerlo»). Georges había dejado una profesión que le cuadraba perfectamente, pero la familia de Annette lo animó en el cambio. Al cabo de unos meses de su nuevo trabajo, Georges se dio cuenta de que se había encerrado en una prisión. Sus jefes eran exigentes, y a nadie dejaba atónito su talento. Pero era demasiado tarde, tenía que trabajar para atenderá las necesidades de la familia. Tenía cada día más estrés, más cansancio y mayor descontento. Annette, entre tanto, no iba mucho mejor. Ocurría que Georges tenía también una estructura maso bastante activa. En realidad, era lo que había hecho que se impusiera la dinámica del salvador. La pareja se hundió en la depresión y en la tristeza...

Cuando uno está atrapado en esta estructura, hará cualquier cosa por conservar un papel o una imagen que halague y tranquilice al ego. Cuando se ve desplazado, sufre de verdad; pero no lo reconocerá, no sólo ante los demás, sino ni siquiera ante sí mismo, porque eso le haría perder prestigio y empañaría su imagen; a menos que monte todo un espectáculo con su sufrimiento para atraer la atención del público. En general, aunque las cosas vayan mal, el psicópata dirá con una amplia sonrisa que todo va muy bien. Ha de mantener el brillo de su imagen (al contrario del maso, para quien todo va siempre muy mal). Hasta que llega un momento en el que el cuerpo físico, sometido durante muchos años al estrés que supone mantener la imagen, se desmorona; y entonces llega para el psicópata la hora de la verdad.

 

Emotividad: «Yo soy muy sensible»

El psicópata es muy sensible ante lo que pueda interpretar como una crítica o un juicio, y reacciona emocionalmente enseguida. Puede dejarse llevar con facilidad por un arrebato de cólera o hundirse en una profunda depresión (si su imagen ha sido empañada o cree que ya no lo quieren), o sentir un entusiasmo delirante (si su imagen brilla con mayor esplendor, si se siente amado). Parece, pues, una persona muy «sensible». Pero no se trata de la verdadera sensibilidad del alma, sino de la hipersensibilidad del ego, en el que las circunstancias externas han activado las memorias. No siempre la estructura es tan exuberante, pero todos sabemos hasta qué punto la mayoría de la gente reacciona emocionalmente ante la opinión de los demás.

 

Falta de honradez: «Haré lo que sea para que me quieran y me admiren»

La manipulación, la mentira, la ausencia de integridad, la falsedad, los compromisos dudosos, la hipocresía y la comedia, todo esto le resulta familiar al psicópata extravertido. La autenticidad, la franqueza, la rectitud y la lealtad le dan mucho miedo.

El psicópata introvertido no mentirá tal vez directamente porque, para hacerlo, hace falta tener mucho descaro, y este tipo de psicópata está más bien dominado por el miedo. Pero tampoco será del todo veraz. Adula, sabe dar coba, aparenta estar de acuerdo, no dice lo que piensa, actúa y vive falsamente, en función de los demás, para hacerse querer.

Ese modo de actuar, sobre todo en su aspecto extravertido, va acompañado de una total ausencia de culpabilidad. El psicópata busca la aprobación de los demás, pero al mismo tiempo los desprecia y los manipula sin escrúpulos, consciente o inconscientemente. Está persuadido de que tiene razón, y de que es perfecto. La culpabilidad, ajena a la estructura psicópata, sólo aparecerá si la personalidad tiene también un aspecto maso.

Todo esto hace que no resulte fácil deshacerse de esta estructura, tan vinculada a la propia imagen, porque conlleva poner en entredicho todo lo que uno creía ser; significa quitarse la máscara y atreverse a sufrir al perder la identidad que uno creía tener y reconocer que ha vivido en la falsedad; implica encontrarse a sí mismo, confesarse la verdad y tener la osadía de amarse.

 

 

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