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Relatos
Charles ha tenido una infancia que podría considerarse normal Sus padres,
pequeños comerciantes, eran personas buenas y amables. No dedicaban mucho
tiempo a sus hijos porque su trabajo los tenía siempre muy ocupados, pero
eso no parecía plantear problemas. A la edad de dos años, Charles estuvo
ingresado durante un mes en el hospital, donde fue sometido a una operación
para solucionarle una malformación congénita. Conserva de aquello un vago
recuerdo, no muy grato. Las enfermeras lo cuidaban muy bien, pero él lloraba
mucho por la noche, cuando estaba solo, porque echaba mucho de menos a su
madre; siempre se dormía pensando que tal vez iría a verlo al día siguiente.
Pero ella, como estaba muy ocupada en la tienda y sabía que el niño estaba
en buenas manos, sólo iba los lunes, cuando cerraban por descanso del
personal Entonces le llevaba caramelos y chocolatinas, que a él le gustaban
mucho, pero no era ni mucho menos suficientes para colmar el vacío que
sentía cuando ella se marchaba. Cuando llegó el momento de volver a casa, se
puso muy contento; pero, una vez allí, su madre tampoco se ocupó mucho de
él, tenía demasiado trabajo. Durante los primeros meses después de su
retorno, Charles lloraba casi todas las noches. Su madre no comprendía por
qué, puesto que la operación había sido un éxito y Charles ya no tenía
ningún problema en las piernas... Aparte de este incidente, la infancia de
Charles parece haberse desarrollado de forma normal.
En la actualidad, Charles es gerente de una sucursal de una gran cadena de
supermercados. Le gusta su trabajo, pero no llega a sentirse plenamente
satisfecho de su vida. En primer lugar, tiene un problema de peso. Como
puede obtener con facilidad todo tipo de alimentos debido a su trabajo, no
acaba de controlar su apetito. Ha pensado hacer deporte para perder algunos
kilos, pero nunca se ha sentido motivado para lanzarse a ello. En cuanto
tiene vacaciones, se va a la orilla del mar, a un lugar muy agradable, donde
la alimentación es abundante, donde los servicios son de primera clase, y
donde puede encontrar mujeres guapas. El «Club Mea» le va de maravilla,
porque le proporciona todo lo que quiere; sabe que no le faltará nada de
nada.
Presta muchísima atención a sus posesiones materiales, y tiene muchas cosas
por duplicado o por triplicado, por si acaso se agotan en el mercado...
Acumula un número increíble de objetos; su casa es como la de una ardilla
que se preparara para décadas de hambre y de carencia. Aunque está en muy
buena posición económica, siempre está buscando saldos. Obtener más por
menos lo pone muy contento. Le encanta recibir regalos, pero pocas veces se
le ocurre hacer alguno, o, si lo hace, es muy por debajo de sus
posibilidades. Tiene mucho miedo de que le falte lo que sea, en particular
dinero, y eso le hace vivir con un estrés permanente.
Sus relaciones no funcionan bien. Ahora tiene treinta y cinco años y todavía
vive solo. Es verdad que su físico no es muy atractivo, pues está demasiado
gordo. Le gustan mucho las mujeres y ya ha tenido relaciones con varias,
pero todas lo han abandonado al cabo de poco tiempo. Sueña con una relación
en la que él pudiera estar todo el día pegado a su Dulcinea, que tendría que
darle todo el consuelo y la energía que él necesita. Pasarían así las horas,
uno junto al otro, haciendo el amor con mucha ternura, y durmiendo después
entrelazados. Eso le haría el hombre más feliz del mundo. La mujer ideal con
la que sueña tendría que ser no sólo muy atractiva sexualmente, sino,
además, muy fiel, y siempre dispuesta a responder a sus necesidades
afectivas o sexuales. Pero las mujeres no parecen comprender sus sueños de
amor y de unión. Le reprochan mil cosas y, en especial, su dependencia
afectiva y sus incesantes peticiones. En cada una de sus relaciones, la dama
de turno se ha hecho cada vez más impaciente y desagradable, y ha terminado
por marcharse. Charles todavía no ha comprendido por qué. Es amable,
inteligente, amante, no ve por qué ha sido abandonado tan a menudo por las
mujeres que él ha amado tanto... Es cierto que alguna que otra le ha tomado
cariño, pero entonces ha sido él quien la ha encontrado demasiado exigente y
poco interesante, y la ha dejado.
Compensa sus fracasos amorosos mediante un relleno intensivo. Principalmente
con la alimentación, por supuesto, que es su punto débil, pero también con
otras cosas: compras, viajes, etc. Un consumo intensivo de todo tipo. Cuando
se siente demasiado solo, come chocolatinas. Sabe que no le conviene, pero
le resulta inevitable; las chocolatinas le levantan la moral, al menos de
momento... Es un apasionado de la música, y cambia con frecuencia todo su
equipo para tener otro mejor. Pero no por eso se deshace de los antiguos,
por si acaso los necesita. También conserva muchos discos que no ha
escuchado desde hace muchos años. No sabe muy bien por qué. En algunas cosas
gasta sin fijarse, de manera compulsiva e irracional, y en cambio en otras
es más bien tacaño.
El comportamiento de Charles, que condiciona muchísimo su vida, proviene de
un esfuerzo inconsciente, desesperado, para no sentir una profunda carencia
que nada parece colmar. Sin embargo, Charles no ha tenido una infancia muy
difícil. Aparte de la operación a la que fue sometido, nunca le había
ocurrido nada traumático de verdad. En su caso, la experiencia de carencia y
de abandono estaba inscrita en su inconsciente mucho antes de su nacimiento;
la estancia en el hospital reactivó antiguas memorias, eso es todo.
Ese tipo de comportamiento, que se encuentra con frecuencia en nuestra
sociedad, no impide llevar una vida más o menos normal. Charles es
perfectamente capaz de ganarse la vida y de gastar su dinero, lo que parece
ser el criterio de salud mental en nuestra sociedad... En cambio, al vivir
en un estado de inseguridad, de espera y de demanda permanentes, no puede
tener relaciones libres y dichosas, se le escapan una y otra vez la belleza,
la plenitud y la profunda satisfacción de la vida.
Henriette tenía un año cuando murió su madre. La recogió su tía, que se
ocupó de ella durante un tiempo. Pero cuatro años más tarde la tía enfermó y
tuvo que entregarla a la asistencia pública. Entonces Henriette pasó a vivir
con una familia de acogida. La soledad la hacía sufrir mucho. Además, cada
vez que empezaba a acostumbrarse a una familia o a un lugar, la cambiaban de
sitio; no comprendía por qué. Las familias que la acogieron se portaron
siempre bien con ella, pero su infancia no fue feliz. En la actualidad
trabaja como psicoterapeuta en un centro de servicios sociales. Le gusta
ayudar a los demás, necesita estar en contacto con la gente. Pero su
actividad no la satisface plenamente. Con frecuencia regresa a casa agotada
e insatisfecha. Le gustaría tener pacientes con quienes pudiera establecer
vínculos permanentes, pero la gente no hace más que desfilar por su
despacho, y desaparecen tan pronto como llegan. Su marido es bueno y
afectuoso, pero a ella le parece que no le da todo el afecto que de verdad
necesita. Tiene muchas amigas, pero nunca están todo lo disponibles que ella
desearía. Necesita tanto estar acompañada... Está cada vez más triste y
empieza a perder peso. En su vida hay como un gran vacío...
Las vidas de Charles y de Henriette, sus decisiones, sus reacciones
emocionales y sus «necesidades» físicas y afectivas están condicionadas por
el segundo tipo de estructura, la estructura oral. Aunque llevan una vida
relativamente normal, determinadas circunstancias han reactivado algunas
memorias activas.
El sistema de defensa de la estructura oral se construye sobre una vivencia
en la que no se ha podido colmar una necesidad vital, física o afectiva; la
persona no ha sido capaz de asimilar la intensa sensación de carencia, de
pérdida o de abandono. El oral tiene siempre la sensación de que carece de
algo esencial, y de que, para ser feliz, necesita colmar un vacío. Por mucho
que haga o reciba, nunca es suficiente. El oral no puede tener jamás la
sensación de plenitud. |
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