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Experiencias de la
vida presente que favorecen la recreación de la estructura esquizo
Desde el
momento de la concepción, en el nacimiento y a lo largo de la primera infancia,
el ser se siente muy vulnerable en un cuerpecito que está a merced de los que lo
rodean. Esa vulnerabilidad crea una hipersensibilidad a toda agresión física o
amenaza (real o percibida como tal) que facilitará la reactivación de memorias
como las que se acaban de describir. En el caso de esta estructura, ¿qué
condiciones de la vida presente reactivarán más fácilmente las memorias activas
procedentes de vidas pasadas? Veámoslas en líneas generales. Insistimos en que
lo que estamos exponiendo aquí no es una teoría más o menos especulativa, sino
el resultado de lo que hemos podido observar durante muchos años respecto a
experiencias vividas por muchísimas personas en su trabajo sobre el
inconsciente.
Reich consideraba que esta estructura se construía en esencia cuando el niño
no había sido deseado por su madre. Es una razón, pero no la causa. Es más bien
una ocasión, entre otras, de reactivación de la memoria. Es cierto que el ser se
da cuenta de que su cuerpo físico está totalmente sometido a la voluntad de su
madre, y, desde el momento de la concepción, se siente impotente y dependiente
de esa persona para su bienestar físico. Así que puede «elegir» (o sea, ser
atraído energéticamente por) una madre que no lo desea y que, apenas llegado,
desearía su desaparición. Esa elección reactivará el miedo desde el comienzo de
la nueva vida, y también la memoria, ya inscrita en el inconsciente, de que el
mundo físico es cruel y desea aniquilarlo.
Pero
podemos ampliar mucho más esa perspectiva. Hemos observado que el rechazo de la
madre no es el único factor que entra en juego en la construcción de esta
estructura, ni mucho menos; incluso puede que no exista. Las memorias que están
en el origen de esta estructura y que están ancladas en el cuerpo provienen en
general de experiencias de vidas pasadas mucho más violentas, y pueden ser
reactivadas por otros muchos factores durante la vida intrauterina, durante el
parto y en los momentos posteriores al nacimiento.
La
vida intrauterina
Las
complicaciones físicas que sobrevengan durante este período pueden reactivar
antiguas memorias. Por ejemplo, un problema en la placenta que haga sufrir al
niño puede reactivar memorias de envenenamiento.
La
amniocentesis, las inyecciones, etc., son otras tantas «agresiones» físicas o
simbólicas del útero.
También
influyen los pensamientos negativos de los padres respecto al niño. Se han
llevado a cabo numerosos estudios sobre la vida fetal, (Entre otros, La vida
secreta del niño antes de nacer, de Thomas Verny, Ed. Urano, y Los nueve
peldaños, de Anne y Daniel Meuroís-Givaudan, Ed. Luciérnaga, Barcelona, 1993) y
en la actualidad se sabe que el feto capta todas esas vibraciones y reacciona
ante ellas.
El
nacimiento
Las
dificultades que tienen lugar durante el pasaje por el cuello uterino pueden
reactivar memorias de aplastamiento, de asfixia (avalancha, derrumbamiento,
hundimiento, etc.) o de encarcelamiento a cadena perpetua en un calabozo angosto
donde la persona acaba muriendo.
Las
agresiones físicas debidas a las técnicas utilizadas en un parto de urgencia
(fórceps u otra técnica) pueden reactivar malos tratos físicos y un sentimiento
de impotencia.
Sin
contemplar necesariamente la resonancia con vidas pasadas, Stanislav Grof,
psiquiatra norteamericano, ha hecho un estudio detallado de las distintas etapas
del nacimiento y de los traumas aparentemente vinculados a ellas. Bernard
Montaud ha profundizado también sobre el tema, y ofrece una perspectiva
interesante respecto al acontecimiento de nacer. Conociendo la historia de la
humanidad, es muy fácil ver a través de sus descripciones resonancias con
circunstancias de vidas pasadas.
La
bienvenida al mundo físico
Además de
las dificultades causadas por el parto en sí mismo, las técnicas de acogida
practicadas hasta ahora en los hospitales occidentales han sido buena fuente de
reactivación de memorias de agresiones físicas. En este sentido, la teoría del
rebirth da mucha importancia a esas condiciones. La tienen, efectivamente, tal
vez no como causa primera, como se ha dicho a menudo, sino más bien como
reactivación. La eficacia de las técnicas del «renacimiento» reside en el hecho
de que, al liberar las experiencias vividas en el nacimiento, se liberan al
mismo tiempo, sin necesidad de saberlo, toda una cadena de experiencias de vidas
pasadas en las que ha habido alguna agresión física.
El niño
que nace tiene, en efecto, una gran sensibilidad en su cuerpecito, que todavía
nada ni nadie ha tocado nunca. Y, como todos sabemos, en un parto convencional
tiene que sufrir diversas manipulaciones que interpretará fácilmente como otras
tantas agresiones dolorosas: la luz, los ruidos, la diferencia de temperatura
entre la del vientre materno y la de la sala de partos, etc. Todo eso hace
sufrir al recién nacido. El oído y la vista se ven agredidos desde el primer
momento.
Cortar
demasiado deprisa el cordón umbilical, antes de que deje de latir, da la
impresión al niño de que le quitan la vida. Durante muchos años, ésta ha sido
una práctica corriente en los partos convencionales, y ha tenido graves
consecuencias. No obstante, la naturaleza está bien hecha, y si se espera un
poco, a los 10 o 15 minutos el cordón deja de latir; si se corta entonces, el
niño no siente dolor ni separación. Pero como la nuestra es la sociedad de la
prisa, no hay tiempo para respetar el ritmo de la naturaleza. En el fondo, si
todo el mundo quiere acabar cuanto antes con el parto es porque todos —médicos,
enfermeras y padres— han reactivado inconscientemente su propio nacimiento y, a
menos que hayan hecho un trabajo de liberación a ese nivel, la sensación que
experimentan no es muy grata. (Cuando la consciencia de la humanidad haya
evolucionado más, esa liberación formará parte del programa de formación de
médicos y enfermeras...). Así, apenas ha llegado el bebé ya intentan
aniquilarlo, ¡pues sí que empiezan bien las cosas!
Después,
coger al niño por los pies poniéndolo boca abajo es una práctica muy dolorosa;
en ese momento el niño puede revivir traumas de torturas y de ahorcamiento. En
esa posición no sonríe: tiene un miedo terrible, y grita de dolor. Los padres y
los médicos están contentos: está vivo. Pero lo que el niño está viviendo en su
interior y programando de nuevo en su inconsciente no tiene ninguna gracia: es
el miedo, el pánico, el terror de estar en un cuerpo físico.
Vienen
luego los productos que le ponen en los ojos y en la nariz (práctica igualmente
agresiva que reactiva todo tipo de dolores en el rostro), y luego lo lavan. Como
ceremonia de bienvenida ¡no es muy agradable! Después lo empaquetan para ponerlo
en la cuna...
Es la
forma ideal de llegar a este mundo reactivando traumas de torturas y de
sufrimiento en el cuerpo. El niño está vivo físicamente, pero muerto de miedo en
su interior. Después de esa clase de bienvenida, ¿cómo va a tener ganas de vivir
en este mundo? La probabilidad de que se establezca una estructura esquizo es
enorme: «Lo sabía, aquí mi cuerpo físico va a sufrir; este mundo es peligroso,
haré todo lo posible para no estar aquí. Tengo miedo».
La
experiencia traumática del nacimiento fue puesta de manifiesto hace ya muchos
años por el doctor Leboyer. Fue uno de los primeros en proponer una forma más
suave de traer a los niños al mundo, para evitar en lo posible que el niño
sufriera un trato que él interpreta como violencia física. Otros, como Bernard
Montaud y su equipo, han aportado datos esenciales que permiten comprender mejor
el proceso profundo y excepcional que se vive durante el nacimiento. Porque no
son sólo las condiciones físicas las que influyen en esa experiencia, sino
también el entorno psicológico, al que el niño es hipersensible.
Los
testimonios son unánimes: el feto parece vivir en un estado de consciencia muy
especial, que le da inmensas percepciones. Para aprender a elegir la vida, en
cada etapa roza la muerte, como si se realizara en él una implacable iniciación
natural. Es un gigante del espíritu, un gigante del valor el que viene al mundo.
Y nosotros, entretanto, nos limitamos a acoger a un cuerpecito frágil ignorando
todas las pruebas por las que está pasando, ignorando todo lo que él ve y sabe
de nosotros. Sí, el nacimiento es una lucha grandiosa y profundamente solitaria,
en la que el niño espera ayuda sin cesar, pero acaba llegando a la terrible
constatación de que, como mucho, lo único que de verdad interesa a los seres
humanos es su salud física. Cuando el recién nacido llega a la Tierra, es un
increíble grito el que lanza. Grita: «¡Estoy aquí, y vosotros no me veis!»
mientras nosotros estamos mirando a otro sitio, miramos su peso, sus pies, sus
caderas... Este «otro» nacimiento es una prueba terrible que causará un
traumatismo perinatal de graves consecuencias en la futura personalidad del
niño?
El
nacimiento es una gran experiencia que compartimos todos los seres humanos. Y,
por muchas razones, es un acontecimiento con una gran carga emocional.
Volveremos sobre este punto al presentar la tercera estructura, la maso, pues el
nacimiento es también la ocasión de reactivar otro tipo de memorias.
No se
trata de poner aquí en tela de juicio la competencia de los médicos o de las
enfermeras. Lo han hecho lo mejor que han podido. Sus atentos cuidados y sus
conocimientos han sido esenciales para garantizar la supervivencia física. Sólo
que, durante décadas, han ignorado la realidad psíquica del niño que llega al
mundo y la dinámica de formación del inconsciente del ser humano. Por fortuna,
cada vez es mayor el número de personas que se interesa por este tema, de modo
que las cosas están cambiando mucho últimamente. En efecto, si dos o tres
generaciones han tenido que vivir (o más bien sufrir) ese tipo de nacimiento, la
consciencia está evolucionando, y también las técnicas de dar a luz. En la
actualidad se están flexibilizando las condiciones del nacimiento convencional,
y empiezan a aproximarse a las del método Leboyer. Así que los seres humanos van
teniendo cada vez más posibilidades de llegar al mundo con suavidad, y de ser
acogidos con dulzura, lo que no podrá por menos de facilitar su integración en
la vida.
Cuando se
habla del nacimiento, de inmediato se reactiva el inconsciente de cada uno de
nosotros, y puede que tengamos tendencia a rechazar el tema de un plumazo. Pero
no olvidemos que somos nosotros quienes hemos elegido las condiciones adecuadas
para el aprendizaje que hemos de hacer. Si durante varias décadas las técnicas
del parto han propiciado la reactivación de determinadas memorias activas, no
hemos de lamentarlo, al contrario. Sin duda era el momento en que un gran número
de seres humanos tenían que traer esas memorias lejanas para liberarse de ellas
y curar así las heridas del pasado. Todo encaja a la perfección en el proceso de
la evolución.
La
primera infancia y el resto de la vida
Es cierto
que otros acontecimientos que sobrevengan con posterioridad pueden reforzar el
impacto de las primeras experiencias.
Sin
embargo, podemos observar que la estructura esquizo se constituye en esencial en
el intervalo comprendido entre la concepción y el nacimiento, a menos que, en la
vida presente, haya nuevas experiencias de torturas y de malos tratos físicos
importantes. Inmediatamente después del nacimiento, la suerte está echada y, en
general, la estructura esquizo está ya construida. Después pueden añadirse a
ésta otras estructuras, con otras características.
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