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La construcción del
instrumento de manifestación del Ser desde el momento de la
individualización hasta la actualidad I
O cómo, según la tradición esotérica, a lo largo de todo nuestro proceso
evolutivo llevamos en nosotros nuestra historia, con todas las riquezas que
hemos ido adquiriendo y todos los bloqueos que proceden de un pasado no
dominado:
1. Principio general, los sucesivos descensos hacia el mundo físico
Desde el momento de su individualización, el ser humano trabaja en la
construcción progresiva de su ego para ir conformándolo paulatinamente al
alma mediante un proceso concreto que se desarrolla sobre todo a través de
una serie de «viajes» a la materia, es decir, mediante una serie de «vidas»
sucesivas. En este sentido, la ciencia esotérica confirma, a ese respecto,
muchas experiencias y observaciones realizadas actualmente en psicología
avanzada. Se puede ver Otras vidas, otras identidades, de Roger J. Woolger,
Ed. Martínez Roca. Es un psicoanalista junguiano que, trabajando con todo
rigor, descubre de nuevo el fenómeno de las «vidas pasadas».
Pasando repetidas veces por los tres mundos, el ser humano perfecciona el
instrumento de expresión de la voluntad del Ser. A esos viajes
«individuales» se añaden otros procesos más amplios, en los que está
implicada la consciencia colectiva, de los que hablaremos después.
De cada viaje, regresa con un conocimiento y un dominio cada vez mayores,
con un bagaje de cosas útiles, pero también con otras inútiles y molestas
(bloqueos, recuerdos negativos, fracasos, sufrimiento, etc.) y otros
aspectos aún no dominados.
El hecho de poder hacer más de un viaje hacia la materia para ir
construyendo nuestro instrumento y conformarlo cada vez más al alma resulta
relativamente familiar a la consciencia colectiva de la humanidad desde hace
algunas décadas. Es lo que llamamos «reencarnación». Aunque cada vez más
aceptado, todavía reina mucha confusión en torno a ese tema. El fenómeno, en
efecto, es complejo.
¿Qué es lo que se reencarna exactamente?
Digamos aquí con claridad que no es el ego lo que se reencarna. Para
perfeccionar su instrumento, en cada reencarnación el Ser construye una
personalidad nueva; las precedentes han sido ya disueltas. Es cierto que las
experiencias de vidas pasadas influirán en la constitución de la nueva
personalidad, pero no porque ésta vaya a ser una continuidad de las
anteriores, sino porque utilizará todo cuanto haya adquirido en las
personalidades precedentes. Somos inmortales en cuanto al Ser, pero
absolutamente mortales en cuanto a la personalidad. Y, puesto que todavía
nos identificamos con nuestra personalidad, hay que decir que morimos, por
supuesto. ¡Lástima que no hayamos encontrado una bonita teoría para
tranquilizar al ego!
El ego, siempre en busca de una definición de sí mismo que nunca llegará a
tener, puede utilizar el proceso de la reencarnación para creerse inmortal.
Por eso la palabra reencarnación resulta sospechosa para muchas personas,
que la consideran como simple fantasía de los «adictos a la Nueva Era».
Porque, en efecto, contar que hemos tenido una vida anterior como princesa
atlante o como rey de Inglaterra no tiene mucho interés, y menos aún
teniendo en cuenta que las vidas que se relatan son con frecuencia vidas
célebres y halagüeñas, y en raras ocasiones vidas de mendigos, esclavos,
estafadores o tiranos. Dar una importancia personal a esas historias no hace
más que mantener a la gente en la ilusión del ego.
Así pues, el fenómeno de la reencarnación será contemplado aquí como el
proceso de construcción del instrumento de manifestación del Ser en los tres
mundos, y no como la ilusión de permanencia del ego.
A fin de evitar esa trampa en la que el ego puede caer con facilidad,
algunas tradiciones espirituales no hacen referencia alguna a vidas
anteriores, pero reconocen implícitamente la reencarnación al hablar de la
muerte como de un retorno a la consciencia universal y explicar que, una vez
allí, la elección del material sobre el que habrá que trabajar se hará, no
de acuerdo con las propias experiencias, sino en función de las de toda la
humanidad. Ese enfoque tiene también su parte de verdad y tiene la ventaja
de facilitar la desidentificación con el ego. Porque, en efecto, el ego no
se reencarna. No obstante, aquí vamos a adoptar una perspectiva más global,
que incluye tanto el aspecto de vidas individuales (desde el punto de vista
del alma) como la posibilidad de utilizar la experiencia de toda la
humanidad.
Según lo que hemos observado, parece útil considerar las cosas desde el
punto de vista de sucesivas vidas individuales, al menos en un primer
momento, puesto que cada unidad de consciencia tiene la responsabilidad de
un determinado trabajo de transformación. Esta óptica facilita la
identificación con el alma, ya que es ésta la que, en definitiva, se
beneficia de las experiencias de las diversas personalidades. Rechazar la
perspectiva de una serie de vidas individuales es descartar la posibilidad
de realizar un trabajo concreto en el inconsciente. Las trampas aparecen por
todas partes, por supuesto, y es importante estar alerta para no afianzar la
personalidad en vez de doblegarla y desprenderse de ella.
Basta considerar, simplemente, que esas vidas no son sucesivas encarnaciones
del ego, es decir, que no pertenecen a nuestra personalidad actual, sino a
nuestra alma: son su material de trabajo. Y, como con respecto al alma, no
estamos separados de los demás, en realidad no podemos decir que esas vidas
sean las nuestras. De modo que ambos enfoques confluyen, finalmente, en lo
que parece ser una paradoja. Siempre ocurre así cuando queremos describir la
realidad del alma, que está muy por encima de la mente ordinaria; no se
puede describir la realidad del Ser utilizando conceptos que pertenecen a la
personalidad. Pero, una vez asimilada la paradoja, queda la realidad
esencial de que, a través de las experiencias sucesivas en la materia, el
alma construye su instrumento. Nosotros no somos esas vidas; son sólo
experiencias de nuestro Ser, de las que, no obstante, tenemos la entera
responsabilidad.
Veamos ahora cómo se lleva a cabo el perfeccionamiento de los tres cuerpos a
medida que se experimentan vidas sucesivas, lo que nos permitirá comprender
con mayor claridad qué es lo que se encarna realmente y qué es lo que
desaparece para siempre. Para tener un modelo que podamos utilizar de modo
concreto, resulta práctico contemplar todo esto bajo una perspectiva
temporal, aunque el verdadero proceso tiene lugar fuera del tiempo. Ese
enfoque facilita notables cambios de consciencia que aportan sanaciones
concretas y posibilidades de liberación del ego, indispensables si uno
quiere encontrar de nuevo su libertad en la práctica, es decir, en la vida
cotidiana.
La exposición será sencilla pero suficiente para nuestro propósito.
2. La desaparición de los tres cuerpos
Al final de una determinada vida, el cuerpo físico muere, eso lo sabemos
todos. También sabemos que la materia de la que está hecha ese cuerpo se
desintegra y se une a la materia de la tierra. El cuerpo físico se destruye
por completo. En ese momento, la ciencia materialista considera que hemos
desaparecido para siempre.
En efecto, el cuerpo físico ha desaparecido para siempre, pero no por ello
ha dejado de existir la consciencia que lo habitaba. En efecto, después de
haber abandonado el cuerpo físico, la consciencia del alma continúa
experimentando en los mundos emocional (llamado también astral) y mental. De
modo que, durante algún tiempo, continuamos existiendo en el mundo astral,
con las emociones y pensamientos que tuvimos durante la vida física que
acabamos de abandonar. El cuerpo de nuestra personalidad está entonces
formado únicamente por «materia» emocional y mental.
Después, tras haber hecho en el mundo emocional lo que tuviéramos que hacer,
llega un momento en que también «morimos» a ese mundo. Es decir, abandonamos
nuestro cuerpo emocional, que se une a la materia astral universal del mismo
modo que el cuerpo físico se reintegra a la materia física universal tras la
muerte física.
Entonces existimos sólo en el mundo mental, y tiene lugar un proceso análogo
al de los dos niveles precedentes: después de haber experimentado durante
algún tiempo en ese nivel, abandonamos el cuerpo mental, que vuelve a unirse
a la «materia» mental universal; y nos encontramos a nivel del alma. En ese
momento, la personalidad, que ha servido al Ser como instrumento de
experimentación, ha desaparecido por completo. El ego ha muerto, y no
volverá a aparecer tal como era nunca más. Entonces, ¿qué es lo que queda
del viaje de la vida que acaba de finalizar? ¿Dónde tiene lugar la
continuidad?
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