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Comportamiento del
ser humano cuando la consciencia se identifica con el ego. Presentación.
Algunas veces los seres humanos tienen un comportamiento magnífico,
inteligente y creativo, beneficioso para ellos mismos y para los demás;
pero, otras, sus reacciones ante las circunstancias de la vida son
totalmente destructivas ¿Por qué? Cuando se intenta comprender, resulta
claro que nada de eso es fruto del azar. Los seres humanos no son buenos ni
malos: se encuentran, sencillamente, en estados de consciencia que inducen
de manera automática a determinados comportamientos.
La gran diversidad de reacciones depende de quién esté dirigiendo la
personalidad, del mismo modo que un automóvil sigue con armonía el trazado
de la carretera o va ocasionando accidentes, según la pericia del conductor.
Dependiendo de quién dirija al individuo (el Ser, a través de la mente
superior, o el ego, a través de la mente inferior), se obtienen dos tipos de
comportamientos, dos maneras de entrar en contacto con la realidad, dos
maneras muy distintas de responder a las circunstancias.
En el presente espacio, nos limitaremos a observar lo que pasa en nuestra
vida cotidiana cuando la consciencia está aprisionada en las estructuras del
ego, es decir, sin contacto con el Ser. Es el estado en el que se encuentran
hoy en día la mayor parte de los seres humanos, el que crea el mundo tal
como es en la actualidad, y el que desearíamos mejorar.
El comportamiento que procede del ego no está bien ni mal, es como es, según
las leyes del Universo. Los seres humanos se han habituado a pensar en
términos de bien o de mal sencillamente porque era un medio (rudimentario)
que tomó la consciencia cuando la mente empezaba a formarse, para
diferenciar lo que se orientaba hacia el plan de evolución de aquel momento
de lo que se orientaba en contra. Por ejemplo, durante el proceso de
involución, estaba «bien» aprender a hacer la experiencia de la separación.
Ahora se considera «bien» intentar la experiencia del amor y de la unidad,
compartir. En realidad no está ni bien ni mal, con toda la carga emocional
que se atribuye a esos términos. Es, sencillamente, lo que nos pone en
armonía con el proceso natural del viaje que hemos emprendido. Viajar marcha
atrás o resistirnos a avanzar no es satisfactorio. No es que esté «mal»; es
doloroso para uno mismo y para los demás, así de simple...
Como ya hemos hecho observar en el primer espacio, todos los comportamientos
proceden, en general, de una mezcla de voluntades, la del ego y la del Ser.
A veces sabemos claramente si están actuando nuestros mecanismos inferiores
o actúan los superiores; pero, otras, es más difícil establecer la
diferencia. Se podría comparar la dificultad que tiene el ser humano para
separar el impulso del ego del impulso del alma con la que tendría un cisne
para separar el agua de la leche que le han echado al lago...
Si nos reconocemos en alguno de los comportamientos que vamos a describir, o
si reconocemos a otras personas, es muy importante que no nos culpabilicemos
ni culpabilicemos a nuestro entorno. Constataremos, por supuesto, que esos
comportamientos son fuente de sufrimiento, y por eso nos interesa
cambiarlos. La descripción nos brindará la oportunidad de tomar clara
consciencia de la situación, sin hacer juicios, con lo que estaremos en
condiciones de mejorar. A ser posible, nuestra observación debe hacerse con
el desapego que tendríamos al levantar el capó de un automóvil que tiene
repetidas averías: constataremos el estado del motor, y tomaremos nota de
las reparaciones que hay que hacer y de las piezas que hay que cambiar, con
paciencia, con amor por nuestra máquina, incluso con humor, recordando
siempre que nosotros no somos la máquina. Aunque, eso sí, somos responsables
de ella, y nos interesa muchísimo que funcione bien si queremos que el viaje
de nuestra vida sea satisfactorio.
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