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Algunas dinámicas peculiares de la mente inferior
Entre las actitudes más corrientes, podemos mencionar las siguientes:
1) Mantener a toda costa el propio punto de vista. Querer tener razón
siempre y en todo (tanto en la forma de hacer una salsa como en el modo de
educar a los niños, lo mismo en el aprecio que merecen los dirigentes
políticos o el último cantante de moda como en la existencia o no existencia
de Dios, en cuál es la mejor marca de galletas de chocolate o..., etc.) y,
sobre todo, no cambiar nunca el propio punto de vista, cerrándose a toda
posibilidad de ver las cosas de otra manera. Por supuesto, eso implica no
aceptar el punto de vista del otro si es distinto. La mente inferior de cada
persona, en su esfuerzo por dar validez a su propio contenido, quiere que
todo el mundo piense, sienta y actúe como ella. Cuando estamos atrapados en
ese mecanismo, el desacuerdo de los demás nos vuelve más o menos agresivos,
porque la diferencia constituye, en efecto, una grave amenaza para el ego.
El ego no soporta la diferencia. Eso da origen a los comportamientos a veces
tan radicales que observamos en la vida diaria y, a mayor escala, a los
comportamientos fanáticos y a los abusos de poder que han causado, y siguen
causando, tanto sufrimiento en la historia de la humanidad.
Muchos de los conflictos que existen en las relaciones personales están
causados por este mecanismo: padres que imponen su punto de vista a los
hijos, cónyuge que exige un determinado comportamiento a su pareja,
discusiones por naderías, etc., sólo porque se quiere tener razón.
Querer tener razón es el camino que toma el ego para dominar a los demás. Es
un juego de poder que aparece en todo tipo de relaciones: con familiares y
amigos, con los compañeros de trabajo, etc. En cuanto la persona tiene el
menor poder físico o psicológico sobre los demás, el ego lo utiliza para
imponer su voluntad, su percepción de la realidad y su manera de ser y de
proceder.
He aquí un caso típico de ese comportamiento:
Este ejemplo está sacado de una, entrevista con Janine Fontaine, doctora en
medicina, publicada en la revista Chatelaine. Habiendo recibido su formación
en el marco de la medicina clásica, Janine Fontaine ejerció durante muchos
años la medicina tradicional. Hasta que un buen día descubrió los métodos de
sanación de las llamadas «medicinas alternativas», que trabajan en ámbitos
más sutiles que el simple cuerpo físico, y se dio cuenta de que tenía unas
dotes extraordinarias en ese aspecto. Su capacidad para sanar aumentó
muchísimo, con gran satisfacción de todos sus pacientes. Aunque, claro, sus
nuevos métodos no eran del agrado de todo el mundo. En la citada entrevista,
cuenta la anécdota siguiente: «No hace mucho atendía un médico que padecía
una enfermedad de las extremidades, incurable con los métodos de la medicina
clásica. Acepté recibirlo en dos ocasiones, aun cuando sabía que no había
leído mis trabajos —insisto en esto para que las personas a quienes trato
comprendan lo que puede ocurrir. Como estaba de paso por París —vive en
Bretaña— y su caso era grave, acepté tratarlo a pesar de todo. Su estado
mejoró espectacularmente, hasta el punto de que pudo volver a esquiar,
deporte que hacía algún tiempo había tenido que abandonar. Encantado,
decidió marcharse a una estación de invierno y aprovechar para leer mis
libros. Tenía pendiente una tercera cita en mi consulta. Cuando llegó, me
dijo: "Esta es una visita de cortesía... Vengo a decirle que he leído sus
libros. Y que yo no entraré nunca en su sistema. Prefiero mi
enfermedad...".» ¡Antes morir que cambiar de punto de vista!
2) Apego a lo conocido, resistencia al cambio. La mente inferior tiene
horror al cambio, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes. Prevé y
planifica de forma rígida. Un cambio inesperado le causa estrés de
inmediato, aunque se trate de algo positivo. Por ejemplo, si hemos decidido
salir de viaje para ir a ver a unos amigos el lunes a las 10 h, es casi un
drama retrasar la salida hasta el mediodía, aunque objetivamente no exista
inconveniente alguno...
3) Comparación. Cuando la consciencia está atrapada en la personalidad, no
cesamos de compararnos. O bien nos esforzamos por sentirnos superiores, lo
que genera orgullo; o bien nos encerramos en nosotros mismos con un
sentimiento de inferioridad que genera miedo y sufrimiento, lo que no es
mucho mejor.
4) Crítica. La crítica, junto con la censura o la reprobación, es una de las
actividades preferidas por la personalidad. Tanto si se trata de la
maledicencia directa como de la crítica sutil, es una actitud muy extendida
en el mundo actual que hace a las personas desdichadas, negativas y las
aleja de los demás.
Podríamos alargar la lista de las ilusiones y de los mecanismos en los que
está encerrado el ser humano cuando su consciencia está sometida al ego.
Tendríamos siempre las mismas características, a saber, que esos mecanismos,
cualesquiera que sean:
1) mantienen al ser humano en estado de estrés y de insatisfacción
permanente;
2) lo hacen vulnerable y manipulable;
3) inducen a comportamientos automáticos que generan muchas limitaciones y
sufrimientos, tanto personales como colectivos.
Sin embargo, a través de esos mecanismos, el ser humano busca la verdadera
paz, la plenitud, la auténtica alegría, su propia identidad, su potencia, su
libertad, el amor. Pero, en el contexto en el que vive, cualquiera de esas
experiencias le resulta inalcanzable. El ser humano atrapado en la
consciencia inferior hace lo que puede para experimentar la plenitud de la
vida, y reacciona a esas justas aspiraciones mediante mecanismos inadecuados
que podríamos resumir en el esquema siguiente:
Mecanismo inadecuado del ego |
Experiencia auténtica nunca alcanzada |
miedo |
seguridad |
necesidad de llenarse de algo |
plenitud |
buscar la facilidad |
alegría, bienestar |
ansiar la posesión |
sentimiento de «ser» |
desear aprobación |
amor |
irresponsabilidad (la víctima) |
libertad |
aspirar al poder egoísta |
verdadero poder |
querer tener razón |
dominio de sí mismo |
comparación, separación |
sentido de identidad |
Mientras la consciencia esté aprisionada por el ego, es imposible
experimentar la autenticidad, la riqueza y la plenitud de la vida. La
naturaleza humana está así constituida, y es preciso reconocerlo si se
quiere tener alguna posibilidad de encontrar el camino que lleva a la
alegría verdadera y a la libertad.
Las descripciones precedentes son suficientes para comprender hasta qué
punto esos mecanismos proporcionan poca felicidad y causan mucho
sufrimiento. Pero que nos demos cuenta de que son, efectivamente,
lamentables, no significa que resulte fácil modificarlos. No bastan para
cambiarlos las exhortaciones a una «buena conducta espiritual», ni la simple
comprensión intelectual, porque son comportamientos ligados a estructuras
profundas del inconsciente. Para cambiarlos hay que llevar a cabo todo un
proceso de transformación, de sanación y de liberación del pasado, pues
provienen de unas estructuras antiquísimas, que se anquilosaron con el
tiempo y se alojaron en el inconsciente; no provienen de nuestra buena o
mala voluntad consciente.
Pero saber que esas actitudes no son inevitables, sino sólo consecuencia de
un cierto estado de consciencia, es el primer paso que lleva hacia una
búsqueda más profunda. Tendremos, pues, que plantearnos algunas preguntas:
¿Cómo funciona exactamente el ego, y por qué funciona así? ¿Cuál es el
origen de esos comportamientos? ¿Cómo podemos modificarlos? Trataremos de
todo esto en los espacios siguientes.
En el próximo, presentaremos la historia de la consciencia de la humanidad
según las mejores tradiciones esotéricas, que convergen de hecho con los
descubrimientos científicos más recientes. Comprender cómo ha podido
formarse nuestra consciencia en el transcurso del tiempo, y con qué objetivo
se ha construido así, permitirá abordar las descripciones posteriores de la
realidad humana en un contexto más amplio y facilitará la comprensión de las
estructuras actuales que condicionan nuestra vida cotidiana.
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