Una civilización repentina IV
La
llave que abriría la puerta para la comprensión del enigma sería todavía
otra lengua.
Los estudiosos se dieron cuenta de inmediato de que los nombres tenían un
significado, no sólo en hebreo y en el Antiguo Testamento, sino en toda la
zona de Oriente Próximo de la antigüedad. Todos los nombres acadios,
babilonios y asirios de personas y de lugares tenían un significado. Pero
los nombres de los soberanos que precedieron a Sargón de Acad no tenían
ningún sentido: el rey en cuya corte Sargón fue consejero se llamaba
Urzababa; el rey que gobernaba Erek se llamaba Lugalzagesi, etc.
En una conferencia ante la Royal Asiatic Society en 1853, Sir
Henry Rawlinson señaló que estos nombres no eran ni semitas ni
indoeuropeos; lo cierto es que, “parecían pertenecer a un grupo desconocido
de lenguas o pueblos”. Pero, si los nombres tenían un significado, ¿cuál era
la misteriosa lengua en la cual tenían sentido?
Los investigadores le echaron otro vistazo a las inscripciones acadias.
Básicamente, la escritura cuneiforme acadia era silábica: cada signo
representaba una sílaba completa (ab, ba, bat, etc.). Sin embargo, la
escritura hacía un uso más amplio de signos que no eran sílabas fonéticas,
sino que transmitían los significados de «dios», «ciudad», «campo» o «vida»,
«elevado», etc. La única explicación posible para este fenómeno era que esos
signos fueran los remanentes de un sistema de escritura anterior que
utilizara ideogramas. Así pues, el acadio debía de haber sido precedido por
otra lengua que utilizaba un método de escritura similar al de los
jeroglíficos egipcios.
No tardó en hacerse obvio que una lengua más antigua, y no sólo una forma de
escritura más antigua, se hallaba implicada en todo aquello. Los estudiosos
se encontraron con que las inscripciones y los textos acadios hacían amplio
uso de palabras prestadas, palabras que habían tomado intactas de otra
lengua (del mismo modo que otros idiomas modernos han tomado prestada la
palabra inglesa stress). Y esto se hacía especialmente evidente en aquellos
aspectos en los que había involucrada algún tipo de terminología científica
o técnica, así como en asuntos relacionados con los dioses y con los cielos.
Uno de los mayores descubrimientos de textos acadios tuvo lugar en las
ruinas de una biblioteca reunida por Assurbanipal en Nínive; Layard y sus
colegas sacaron de aquel lugar más de 25.000 tablillas, muchas de las cuales
eran descritas por los antiguos escribas como copias de “textos de antaño”.
Un grupo de 23 tablillas terminaba con la frase: “tablilla 23a: lengua de
Shumer sin cambiar”. Otro texto llevaba una enigmática frase del mismo
Assurbanipal:
“El
dios de los escribas me ha concedido el don de conocer su arte.
He
sido iniciado en los secretos de la escritura.
Puedo incluso leer las intrincadas tablillas en shumerio;
comprendo las enigmáticas palabras talladas en la piedra
de los días anteriores al Diluvio”.
La
afirmación de Assurbanipal de que podía leer las intrincadas tablillas en
“shumerio” y comprender las palabras escritas en tablillas de “los días
anteriores al Diluvio” sólo consiguió agudizar aún más el misterio. Pero en
Enero de 1869, Jules Oppert sugirió ante la Sociedad Francesa de Numismática
y Arqueología que había que reconocer la existencia de una lengua y un
pueblo pre-acadio. Apuntando que los primeros soberanos de Mesopotamia
proclamaban su legitimidad tomando el título de “Rey de Sumer y Acad”,
Oppert sugirió que se llamara a aquel pueblo “sumerios” y a su tierra
“Sumer”.
Excepto por la mala pronunciación del nombre -debería de haber sido Shumer,
y no Sumer-, Oppert tenía razón. Sumer no era una tierra misteriosa y
distante, sino el nombre primitivo de las tierras del sur de Mesopotamia,
tal como se establecía en el Libro del Génesis: Las ciudades reales de
Babilonia, Acad y Erek estaban en “tierra de Senaar” (Senaar, o.Shin'ar, era
el nombre bíblico de Shumer).
En el momento en el que los estudiosos aceptaron estas conclusiones, se
abrió paso a lo que tenía que suceder. Las referencias acadias a los “textos
de antaño” tomaron pleno significado, y los estudiosos no tardaron en darse
cuenta de que las tablillas con largas columnas de palabras no eran más que
vocabularios y diccionarios acadio-sumerio preparados en Asiría y Babilonia
para su propio estudio de la primera lengua escrita, el sumerio.
Sin estos antiquísimos diccionarios, aún estaríamos lejos de poder leer el
sumerio. Y, con su auxilio, se abrió un vasto tesoro literario y cultural.
También quedó claro que a la escritura sumeria, originalmente pictográfica y
tallada en la piedra en columnas verticales, se le dio un trazado horizontal
para, más tarde, estilizarla para escribirla con cuñas sobre suaves
tablillas de arcilla, hasta convertirla en la escritura cuneiforme que
adoptaron acadios, babilonios, asirios y otras naciones del Oriente Próximo
de la antigüedad.

Al
descifrarse la lengua y la escritura sumerias, y al darse cuenta de que los
sumerios y su cultura eran el origen de los logros acadio-babilonio-asirios,
se le dio un gran impulso a las investigaciones arqueológicas en el sur de
Mesopotamia. Todas las evidencias indicaban ahora que el comienzo se
encontraba allí.
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