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Los cátaros: el
camino de los hombres buenos.
La fortaleza de Montségur es el paradigma histórico de la resistencia
cátara, la herejía que arraigó en el sur de Francia durante la Edad Media.
La religión de "los puros".
Actualmente, las
ruinas de este castillo son la culminación de una ruta que parte de las
tierras catalanas y que constituye una verdadera peregrinación por los
santuarios y paisajes que fueron testigos de la Cruzada que los exterminó El
camino de los hombres buenos es un itinerario de 189 kilómetros que discurre
por las rutas utilizadas por los cátaros durante los siglos XII y XIV,
cuando huían de la persecución de la cruzada albigense y de la Inquisición.
La senda empieza en el santuario de Queralt, en Berga, termina en el
emblemático castillo de Montségur, en territorio francés, y puede efectuarse
en coche, en bicicleta, a pie o a caballo.
El
Camí dels Bons Homes –como ha sido bautizado– ha sido institucionalizado
como un sendero turístico de Gran Recorrido (GR 107) que atraviesa villas
medievales, iglesias románicas y castillos. Además de su notorio interés
histórico, la ruta nos permite contemplar paisajes encantadores, ya que
transcurre por la zona protegida del Parque Natural del Cadí-Moixeró. El
catarismo es una doctrina procedente de una corriente de origen búlgaro
conocida como bogomila. Se trata de una religión cristiana, con una
interpretación muy peculiar de las Sagradas Escrituras, basada en el
dualismo, que percibe la Creación como el escenario de una batalla entre los
principios del Bien y del Mal. Esta doctrina arraigó con fuerza en el sur de
Francia. Se dio a conocer en un concilio cátaro celebrado en la ciudad de
Albí, en 1165, por lo que pronto sus seguidores fueron conocidos como
albigenses. Sin embargo, ellos se consideraban cristianos u “hombres
buenos”. Predicaban a los humildes en plazas y mercados, aunque si eran
invitados por los grandes señores para adoctrinar en sus casas a familiares
y criados, aceptaban con agrado. Enseñaban el amor, la tolerancia y la
libertad.
Decían que Cristo no
se encarnó entre los hombres, pues en sus concepciones la materia era una
creación del Mal. Para los cátaros –término que según los expertos significa
“puro”–, el Jesús que vieron los apóstoles y crucificaron los romanos no era
sino una apariencia angelical engañosa. Pero el Cristo verdadero nunca fue
crucificado ni sepultado. Estas ideas, como es lógico, les valieron la
condena de Roma y una implacable persecución.
A principios del
siglo XIII, el papa Inocencio III tomó conciencia del peligro que suponía
para los intereses de la Iglesia la expansión de la herejía cátara en
Occitania. Los intentos por convertir a los herejes habían sido vanos. Ante
este fracaso y con el apoyo del rey Felipe Augusto de Francia –que deseaba
hacerse con el territorio occitano a toda costa–, el Papa proclamó la
“cruzada contra los albigenses”.
Quienes formaran parte de la misma serían absueltos de sus pecados y se
garantizaba la entrada al Paraíso de los fallecidos en combate. Los señores
feudales que se sumaran a la iniciativa recibirían, además, las mismas
prebendas que los cruzados en Tierra Santa. Sólo así se entiende la
aparición de figuras como Simón de Montfort que escondían su desmesurada
ambición bajo pretexto de erradicar la herejía.
La guerra.
Las
tropas se organizaron bajo el mando del legado pontificio Arnaud Amaury y
avanzaron hacia el sur por el valle del Ródano. El 22 de julio de 1209 los
cruzados entraron en Béziers, matando a todos sus habitantes, sin distinción
de creencias. Las crónicas aseguran que Amaury ordenó: “Matadlos a todos que
Dios ya reconocerá a los suyos en el Cielo”. Tras la masacre, los cruzados
pusieron rumbo a Carcasona, donde resistía Raymond Roger Trencavel. Éste
murió en prisión, después de ser desposeído de todas sus tierras. Más tarde
caerían las plazas de Foix, Carbona y Comminges. La muerte de Inocencio III
hizo perder ímpetu a la cruzada y algunos de sus más importantes líderes
abandonaron la empresa. Como consecuencia de este hecho el catarismo
resurgió con fuerza.
Pero en 1226, Luis
VIII se lanzó a una nueva cruzada, dicen que influido por su esposa Blanca
de Castilla, quien reivindicaba los territorios del sur para la Corona de
Francia. Al parecer, sería ella quien habría instado al Papa Gregorio IX a
crear la Inquisición. El terror se apoderó de Occitania. Los cátaros
solicitaron protección a Raymond Péreilhe, señor de Montségur, y se
prepararon para defenderse y resistir. Esta legendaria fortaleza cayó en
1244. Y once años más tarde, en 1255, corrieron la misma suerte Quéribus y
Puylaurens.
La guerra había
terminado con el extermino de la Iglesia de los hombres buenos, o “del
amor”, como también fue conocida. Con ella desapareció una tradición
cristiana que llevaba su respeto a la vida hasta el extremo de abstenerse de
matar o maltratar a los animales, y de cuya enorme piedad dejó testimonio
incluso San Bernardo de Claraval, después de intentar en vano que
renunciaran a su fe para abrazar el catolicismo. |
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