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Cambios
sociales en el comportamiento alimentario
Se han de apuntar algunas de las situaciones que han contribuido a los
cambios en materia de alimentación del mundo occidental. Se ha de resaltar,
por ejemplo, el importante número de mujeres casadas que tienen un trabajo
fuera del propio hogar, lo cual limita el tiempo de dedicación a las labores
domésticas y a la cocina en particular (un estudio muestra que las mujeres
francesas dedicaban a finales de los ochenta sólo 30 minutos a la
preparación de las comidas). Esta mayor participación laboral de la mujer no
ha ido acompañada, en líneas generales, de una mayor corresponsabilización
de los hombres en las tareas domésticas (aunque algunos ya empiezan a
manejarse con soltura entre los pucheros, probablemente animados por los
programas culinarios divulgativos en los medios de comunicación que tanto
éxito están cosechando, como es el caso, por ejemplo, del genial divulgador
del arte culinario Karlos Arguiñano en televisión).
Es evidente que las mujeres procuran conseguir productos y utensilios
(congelador, microondas, etc.) que ahorran tiempo en la preparación de los
platos y en la limpieza de la cocina. Y de ahí procede el enorme auge de los
alimentos procesados, precocinados y congelados. Las tareas de limpiar,
pelar, trocear, hervir y otras muchas han sido desplazadas de la cocina
casera a la fábrica. Resultado de todo ello es que la mujer del mañana
parece caracterizarse por comprar alimentos y platos preparados, para así
disminuir el tiempo dedicado a la cocina y poder comprar menos a menudo.
Los importantes cambios demográficos que han tenido lugar en los últimos
treinta años han dado como resultado un importante aumento del número de
hogares, pero con una fuerte disminución del número promedio de sus
componentes. La disminución de la natalidad y el envejecimiento de la
población condicionan un progresivo aumento de hogares compuestos por
personas solas. Estos hogares unipersonales están formados por viudos,
divorciados y solteros independientes. Por supuesto, los comportamientos
alimentarios de los solitarios serán diferentes según las circunstancias que
han determinado esta soledad, y todo ello ha repercutido considerablemente
en muchas de las
actividades domésticas relativas a la alimentación: pautas de compra y
almacenamiento de alimentos, preparación de las comidas, demanda de las
porciones adecuadas, etc.
Por otra parte, se evidencia una progresiva subordinación de la alimentación
familiar a los horarios de los diversos miembros: horarios laborales,
escolares, lúdicos, etc. Asimismo, la industria alimentaria, provista de
todos los adelantos tecnológicos (neveras, congeladores, microondas), ha
hecho posible que cada miembro del grupo familiar elija y prepare su propio
menú y a la hora que le conviene, no necesariamente coincidente con otros
miembros de la familia.
Estudios recientes advierten que la mitad de los jóvenes adultos se saltan
el desayuno y que un 25 % pasa sin comer al mediodía. Por el contrario, el
picoteo (snacking) está aumentando. El último estudio realizado por la
norteamericana National Food Consumption observó que al menos un 60 % de los
habitantes de aquel país «picaban» y que este picoteo comprendía un 20 % de
las calorías totales.
A la vista está que el apetito actual del occidente industrializado, aunque
sobrealimentado, no está satisfecho. Pero esta sobrealimentación no es
debida a "orgías alimentarias" o a grandes banquetes, propios de algunas
culturas tradicionales o de otras épocas, sino a que desde la infancia
picoteamos cotidianamente golosinas o "entretenimientos" diversos, y nos
entregamos al pillaje nocturno de las neveras. El hambre ya no nos amenaza,
nos "cosquillea". En este sentido ya no vivimos la época de la "grande
bouffe", de saciarse ingiriendo suculentos manjares, sino la del simple y
prosaico "gran picoteo"... |
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