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BANDAS,
VANDALISMO Y ACTOS VANDÁLICOS
La
formación de una banda delictiva juvenil suele surgir de manera espontánea,
cuando los chicos se reúnen en salones recreativos, discotecas o a la salida
del colegio. En general, sus miembros tienen en común el experimentar la
misma incomprensión, rechazo o dificultades familiares, escolares o
sociales. Todos comparten una gran insatisfacción por el mundo en que viven
y por el futuro que la sociedad pretende imponerles, razón que les lleva a
preferir estar con el grupo de iguales antes que en casa. La banda se
convierte así en una especie de segunda familia (en ella hay unos compinches
que equivalen a los hermanos y un jefe que representa al padre-madre), un
lugar donde se les comprende y pueden "vomitar" todas sus frustraciones. Con
el tiempo buscarán un lugar de reunión, que tanto puede ser una casa
abandonada, un garaje o un bar, en donde planear fechorías y almacenar
objetos robados. La falta de miedo o de escrúpulos, la crueldad, la
grosería, la brutalidad, la dureza, se consideran hazañas, y quien más
destreza muestra en este sentido es sin duda el jefe de la banda. Todos los
miembros son "alguien" ya que infunden miedo, la gente (atemorizada) les
respeta, son los dueños de la calle, viven al límite...
El vandalismo de los jóvenes de hoy está marcado por la crueldad. El volumen
de delincuencia permanece estable en las capas sociales más bajas, pero está
aumentando de forma considerable entre los jóvenes de la alta sociedad.
Preocupante es también que disminuya el promedio de edad de los
delincuentes, aumentando la violencia de los delitos y la presencia femenina
en los actos delictivos (hasta ahora reservados prácticamente a los
varones).
Es importante tener en cuenta que el delincuente no se hace en un día. En su
curriculum encontraremos una situación familiar conflictiva, la inadaptación
escolar, mentiras y falsificación de notas, pequeños hurtos domésticos o en
comercios (el 60 % de los adolescentes ladrones cometieron el primer hurto
antes de los diez años de edad, y quizá no fue detectado en aquel momento),
novillos, fugas de casa, vagabundeo... y así se empieza a vivir al margen de
las normas sociales.
La personalidad del joven delincuente es emocionalmente inmadura. Está
estructurada sobre una base de satisfacción rápida de los deseos y con muy
baja tolerancia a las frustraciones. La sociedad de consumo se encarga de
ponerle la miel en la boca, animándole a la apropiación de objetos que
tengan valor de símbolo-poder como exponente material de éxito social
(motos, coches, etc.).
Existe un evidente narcisismo en el acto delictivo. El culto a la fuerza y a
la “hombría” se pone en evidencia en la agresión física de las víctimas
(como "pincharlas" después del robo), o bien con la agresión sexual,
estupros y violaciones con que concluyen sus actos vandálicos los
delincuentes para demostrar su "virilidad" (más bien anodina en estos
jóvenes) ante ellos mismos o sus compinches.
A todo ello, los medios de comunicación tienen su cuota de responsabilidad,
ya que tanto la televisión, el cine, como los cómics o las vallas
publicitarias, ensalzan las figuras de jóvenes violentos, haciendo incluso
una apología de la vida carcelaria (indumentaria, costumbres, etc.), cuando
no se trata de vídeos musicales dirigidos a adolescentes (un dato: en más
del 15 % de estos vídeos aparecen imágenes de jóvenes armados). |
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