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La autoridad

La autoridad —poder de hacerse obedecer que una persona tiene sobre otra— es una forma importante de la relación humana: no es sólo una cualidad individual. Su relevancia en la vida familiar, educativa y social es grande y no fácil de establecer, pues varía con el tiempo y la situación. De alguna manera, la autoridad posee una consistencia psicohistórica, lo cual explica que las trasposiciones que sobre este asunto acostumbran a hacerse a partir del comportamiento animal —orden de picoteo, dominio sexual, etc.— hay que tomarlas con ciertas reservas.

La autoridad no es simple poderío, ni mero derecho a mandar, sino una clase de influencia fundada en la respetabilidad y competencia del que manda. La palabra autoridad tiene que ver con el verbo latino augere, aumentar, y con el sustantivo auctor, creador, autor. La noción psicológica de autoridad se compagina mejor con la vieja auctoritas romana, que con la pura relación vertical de mando-obediencia que recoge el lenguaje coloquial, o el asimétrico ordeno y mando de los sistemas totalitarios.

Ancianías significa en el fondo augmentum, un plus de ejemplaridad, un acrecentamiento de cualidades humanas propio de quien ha prestado servicios a la comunidad con esfuerzo y sacrificio personal, y al que en justa reciprocidad la sociedad le considera aumentado en su calidad humana y con títulos morales para dirigir la acción de otros.

Humanamente, pues, las relaciones de autoridad exceden de la formalidad legal. El ejercicio de la autoridad requiere de suyo una legitimidad, una calidad humana que no siempre acompaña al que manda. Este requisito forma parte de la sensibilidad moderna, que no acepta ya la autoridad sin más y ha dejado de creer en el derecho divino de los Reyes o en el definitivo e irrefutable magister díxii que respaldaba la autoridad de los grandes maestros de la antigüedad y que fue sustituido en el Renacimiento por un nuevo concepto de razón. Hay quien identifica la autoridad con la causalidad psíquica, en cuanto acción de una persona que tiene como efecto la obediencia de otra. No obstante, la asimilación de la autoridad a una acción imperativa del superior sobre el inferior conlleva no pocos errores.

Desde el punto de vista psicológico, la autoridad es una forma de comportamiento reglado, no causado, susceptible por tanto de ser cumplido o violado. Ejercer la autoridad guarda una mayor relación con el sentido de las acciones que con la fuerza bruta, con la ejemplaridad que incita y atrae que con el mandato que simplemente obliga y fuerza. La autoridad aparece revestida en su concepto moderno de una cualidad persuasiva que legitima su ejercicio y la distancia del abuso. Tras la última guerra mundial, se politizó esta dimensión legitimadora de la autoridad, hasta el punto de que su ejercicio era automáticamente tachado de autoritario y fascista, a menos que se procediera en nombre de la izquierda, fuese ésta verdaderamente liberal o tan totalitaria o más que la derecha reaccionaria.

El paso del tiempo ha ido equilibrando las posturas, pero de todos modos la filosofía social imperante en el mundo de nuestros días es contraria a todo orden arbitrario y entiende las relaciones de autoridad en un sentido menos carismático y más funcional que en tiempos pasados.

De alguna forma, la autoridad ha seguido el camino de la secularización propio de la modernidad y está sometida a una constante erosión desacralizadora. Los hijos aceptan la autoridad de los padres con muchas más reservas que antes. Se acepta la autoridad porque a última hora alguien tiene que mandar y poner orden en las cosas, pero siempre en el entendimiento de que cualquier otro podría hacerlo igual y que la autoridad no consiste en un carisma especial que desciende sobre la persona del que manda, o emerge de ella. Cada vez más se desconfía de las prerrogativas que confiere el mando y que permiten, entre otras cosas, dar salida a las pulsiones de dominio, a la voluntad de poderío y a los abusos a que el mando absoluto puede dar lugar.

Respecto a las formas de ejercer la autoridad, ya no se piensa que hay un modo ideal, igualmente válido para todos los seres humanos, sino que las formas de autoridad dependen de factores muy complejos, cuales son la situación del que manda, las expectativas y condición de los que han de obedecer, y no en último lugar de la naturaleza de la actividad que ha de ser dirigida por el que manda.

En líneas generales, a medida que el trabajo se hace más complejo y requiere una mayor labor en equipo, la autoridad tiende a ejercerse con mayores miramientos y delicadeza. Este sesgo humanitario dificulta, sin embargo, las relaciones de la autoridad con los grupos extremistas, que, por lo general, no están dispuestos a atender a razones.

 

 

 

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