El
ateísmo
Ateísmo y
ateo son palabras procedentes del término griego Theos (Dios), con una a (alfa)
privativa. Ateo es el ser humano sin Dios, y ateísmo la postura moral
correspondiente: teórico, si se profesa, como verdad, que Dios no existe;
práctico, cuando se vive, de hecho, como si Dios no existiese; técnico, al negar
la existencia de Dios partiendo de una referencia científica.
Ni
histórica ni psicológicamente, hay un ateísmo innato. En la historia el ateísmo
aparece junto al hecho religioso y en relación con él. Al principio se presenta
como una actitud personal y apenas colectiva. Antes del siglo XVIII el ateísmo
no pasa de ser un fenómeno singular en medio de un mundo cuya característica es
el profundo sentido divino del cosmos. La revolución filosófica y cultural de la
llamada «modernidad», racionaliza esta actitud dando lugar, partiendo del
materialismo de la Ilustración, a una serie de sistemas filosóficos
—sensualismo, positivismo, pragmatismo, evolucionismo y marxismo, entre otros— ,
cuya estructura ideológica excluye la existencia de Dios, bien porque lo niegue
o, simplemente, porque declare su incognoscibilidad.
Aun
cuando el agnosticismo no sea siempre ateo, y aunque puedan distinguirse ateos
tolerantes (no propagandistas) de otros militantes, en su raíz, semejantes
actitudes al anclar en el subjetivismo psicológico han convertido el ateísmo en
un rasgo histórico de notables proporciones. «El tiempo actual —diría Zubiri— es
tiempo de ateísmo, es una época soberbia de su propio éxito. El ateísmo afecta
hoy, primo et per se, a nuestro tiempo y a nuestro mundo.»
Naturalismo, subjetivismo y ateísmo son facetas del resultado de una operación
reductiva de la antropología que, al prescindir del conocimiento metafísico, ha
originado las tres formas modernas del humanismo ateo:
1. El
humanismo científico, apoyándose en el método propio de las ciencias de la
naturaleza, ciencias del todo incompletas a pesar de sus llamativos progresos,
suprime el hecho religioso y, por consiguiente, cualquier tipo de fe. No existe
la trascendencia, como realidad que escapa a la observación y experimento
sensibles, ni tiene sentido la creación. El «hombre máquina» de La Mettrie y el
«sistema de la Naturaleza» de Holbach muestran ese ateísmo utilizado como arma
contra Dios y la Iglesia por los enciclopedistas franceses de finales del siglo
XVIII. De esta línea arrancan el positivismo de Comte, el evolucionismo de
Haeckel y Darwin, y la filosofía de Nietzsche, Hartmann, Husserl o Bertrand
Russell, entre otros. De ahí surge también la llamada «psicología profunda»
típica del psicoanálisis de la ortodoxia freudiana con su «aparato» y su
«energía» propios de una psique sirte psique (de un hombre sin alma).
2. El
humanismo político que culmina en el ateísmo marxista. La dialéctica —método de
las contradicciones— con la que el idealismo de Hegel trata de explicar el
devenir, es aplicada por Marx a las concretas realidades socioeconómicas de su
tiempo. Entre Feuerbach y Lenin, el método va a convertirse en un análisis de la
historia donde sólo tiene valor teórico lo práctico en su entidad física. La
dialéctica del idealismo se convierte así en materialismo dialéctico. La crítica
marxista de lo esencial de la persona humana se concreta en un proceso de
alienación consistente en proyectar fuera de sí, considerándolos como
estructuras ajenas (alienantes), eso mismo que de manera radical constituye al
hombre. La misión de la historia no es otra que «una vez desvanecida la vida
futura de la verdad, establecer la verdad en la vida presente». «La crítica del
cielo se transforma así en crítica de la tierra: crítica de la religión, crítica
del derecho, crítica de la teología, crítica de la política...» (Marx).
3. El
humanismo moral de cierta filosofía existencialista, justamente la que se niega
a admitir cualquier tipo de trascendencia. La vida humana es el resultado de la
elección del propio destino sin ninguna referencia fuera del ámbito de lo
íntimamente experimental. Sartre, Simone de Beauvoir, Merleau-Ponty, Camus
(citando a los más conocidos) afirmaron que el hombre «ser-ahí-sin-más» está
condenado a una libertad inútil incapaz de librarse de la muerte. La historia es
el resultado de algo inmanente al hombre, y la moral la norma de su respuesta
frente a la presión de las circunstancias sociales y su misma e irreductible
conciencia. No hay otra norma y, en consecuencia, no hay Dios ni orden objetivo.
El común
denominador psicológico de cualquier forma de ateísmo y en cualquier época es el
sentimiento racionalizado de repugnancia, siempre latente en el ser humano, a
aceptar su deficiencia y la consecuente necesidad de apoyo en algo cuya realidad
no sólo es inteligible metafísicamente, sino incluso desde la experiencia íntima
(vivencia) del alcance de las tendencias constitutivas de la propia naturaleza
humana. Un sentimiento, cualquiera que sea (angustia, plenitud, tristeza,
alegría, etc.), es siempre una modalidad referencial: surge del hecho de la
relación sujeto-objeto y muestra, aunque a veces resulta de modo oscuro, la
presencia de lo que es fuera de uno mismo.