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Ares y Hefesto.¿Quién se lleva a la chica?

ESTE RELATO GRIEGO DESCRIBE LA LUCHA ENTRE DOS HERMANOS POR LA MISMA MUJER, ASÍ COMO EL ORIGEN OCULTO DE LA RIVALIDAD, QUE SE ENCUENTRA EN LA INJERENCIA DE LOS PADRES. LA RIVALIDAD ENTRE ARES Y HEFESTO NO SURGE DEBIDO A QUE SEAN DE UN TEMPERAMENTO DESTINADO A ODIARSE MUTUAMENTE, SINO DEBIDO A QUE SUS PADRES LOS UTILIZAN COMO PEONES EN SU JUEGO. EN TÉRMINOS PSICOLÓGICOS, PODEMOS LLAMAR A ESTE JUEGO AMOR CONDICIONAL; ES LA PROMESA DE QUE SI UN HIJO ES O HACE ALGO ESPECIAL, EN RECOMPENSA LOS PADRES LE OFRECERÁN AMOR.


Ares y Hefeto eran hijos de Zeus y Hera, dios y diosa del cielo, respectivamente. Hefesto tuvo una infancia difícil pero al final se reconcilió con sus padres. Aunque la historia que relatamos aquí es ligeramente diferente, veremos que se plantean muchos temas similares.

La niñez de Ares fue totalmente distinta a la de su hermano. Cuando Ares nació, brilló una nueva luz en el Olimpo, pues, a diferencia de Hefesto, Ares era físicamente perfecto. El resplandor de su padre y la grandeza de su madre imprimieron belleza a su semblante y dotaron de hermosura y fortaleza a sus espléndidos miembros.

Hera quiso averiguar qué regalo le daría Zeus a su hermoso hijo como derecho de nacimiento. Pero Zeus había repartido ya el sol y la luna, el mar y el inframundo. No se le ocurría nada para darle a este hijo tan adorado por Hera. Por último, debido a que su esposa lo importunaba constantemente por el asunto, envió a su mensajero Hermes a deambular por tierra y cielo hasta encontrar un presente adecuado. Pero Hermes, también hijo de Zeus, no le tenía mucho cariño a su medio hermano Ares. Aunque el nuevo dios era apuesto ante los ojos de Hermes era torpe y arisco. Una voz gritona y una fuerte patada parecía ser todo el alcance de su talento. En parte por su lealtad a Zeus, y también en parte por maldad, llevó finalmente al Olimpo a Afrodita, la encantadora diosa del amor y el deseo, que acababa de surgir del mar. Su belleza y su gracia hacían que fuera un tributo apropiado para el nuevo niño. La propensión de esta para generar estragos era un tributo igualmente adecuado aunque, al principio, tan solo Hermes sabía esto.

Durante la celebración de la tiesta de cumpleaños del joven dios, Hermes dejó que Ares viera a la bella Afrodita y, aunque era sólo un niño, respondió con las señales inconfundibles de la más desnuda lujuria. En ese mismo momento, Hera se acordó de repente de Hefesto, su hijo primogénito, que había estado viviendo bajo el mar, en el reino de Tetis, diosa del mar. En la tiesta, Tetis lucía un broche exquisito, y Hera, que lo codiciaba, exigió conocer a su creador. Con cierta renuencia, Tetis llamó a Hefesto al Olimpo. De esa forma, madre e hijo se vieron frente a frente por primera vez desde que el hijo fuera expulsado del cielo. Debido a que deseaba los tesoros que solo él era capaz de crear, Hera invitó a Hefesto a permanecer en el Olimpo. Después le preguntó qué deseaba como regalo para sellar esta reunión largo tiempo pospuesta, entre el hijo ofendido y la madre desconsiderada.

A Hefesto no se le ocurría desear nada que él mismo no pudiera hacer. Y entonces vio el regalo que Hermes había traído desde el mar para entregarle a Ares, y supo de inmediato lo que deseaba. Pidió como esposa a Afrodita. Aunque Zeus protestó al principio ante aquella mala combinación, Hera hizo caso omiso a su protesta; su devoción se había trasladado de Ares, el apuesto dios de la guerra, al inválido dios artesano capaz de hacer tantas cosas bellas.

En consecuencia, a Hefesto le otorgaron como regalo a Afrodita, mientras que su hermano Ares, traicionado, se arrastraba por el suelo gimiendo de odio y de rabia. Zeus se quedó mirando este hermoso niño cuyo corazón estaba volviéndose tan deforme como el cuerpo de su hermano, debido al dolor y la decepción. En un rapto de disgusto, Zeus gritó: «¡Odio! ¡Discordia! ¡Violencia! ¡Esos serán tus derechos de nacimiento! ¿Para qué otra cosa sirves?». Después de esto, salió apresuradamente del salón. El taimado Hermes se acercó entonces a consolar al airado niño que, de repente, exigió furiosamente que quería la tierra como derecho de nacimiento. Pacientemente, Hermes le explicó que la tierra no podía ser propiedad de ningún dios; que se pertenecía a sí misma. Pero Ares no estaba dispuesto a tolerar una nueva decepción. El joven dios de la guerra juró por la laguna Estigia que si le daban la tierra a algún otro lo desgarraría, lo mordería y lo cortaría en pedazos. Hermes lo oía y pensaba en quién pertenecería la tierra algún día. Pues en esta aurora del gobierno de los dioses la humanidad no había sido creada todavía.


COMENTARIO:

Hera pide un regalo para este nuevo y hermoso hijo porque está orgulloso de su belleza, pero eso tiene poco que ver con las necesidades del niño. Es vanidad, en lugar de amor, lo que a ella le motiva. Zeus se desentiende de la responsabilidad de elegir el regalo. ¿Y cuántos padres atareados, demasiado preocupados con sus propios asuntos, encargan a otro la elección de un regalo para el cumpleaños de su hijo, o envían a un representante a la función escolar, porque no tienen tiempo de acudir ellos mismos? Cuando se descubre que Hefesto tenía talento como para glorificar a Hera e impresionar a los demás, se convierte repentinamente en el favorito; y a Ares, que antes era adorado, le dan de lado abruptamente. ¿Es extraño, entonces, que estos dos hermanos se conviertan en rivales acérrimos, y que, como resultado, el hermano que ha sido humillado se vengue del mundo?

Uno de los temas más sorprendentes de este mito es la ostensible indiferencia que Zeus y Hera muestran hacia ambos retoños. Puede que Ares sea impetuoso y egocéntrico, pero también posee cualidades positivas -fortaleza, coraje y energía- que merecen ser reconocidas. Si le hubiesen dado un regalo adecuado a su naturaleza y se lo hubiesen ofrecido con amor, Ares podría haber sido totalmente distinto. Estos padres del Olimpo no reconocen a sus hijos como individuos. Están sólo preocupados con lo que los hijos pueden hacer por ellos. Desgraciadamente, esta diferencia no es rara en muchas familias, aunque no ocurra en forma tan brutal como se presenta aquí, y a menudo ocurre en forma totalmente inconsciente y sin intención de causar daño. También es común el tema del amor que se da a cambio de las «chucherías» que un hijo pueda ofrecer a sus padres. Lamentablemente, muchos padres bien intencionados que se han sentido amargados por sus propias y tempranas decepciones desean que sus hijos brillen para que ellos, los padres, puedan quedar envueltos en la gloria que reflejan. «¡Si logras ser lo que quiero que seas, te amaré más que a los otros!», es el mensaje implícito.

Pero la ansiedad que provoca el amor condicionado es intolerable para cualquier niño. Mientras que algunos hijos se las arreglan para portarse bien afín de agradar a sus padres, otros, quizá algo parecidos a Ares, no poseen la habilidad o el talento especial capaz de satisfacer las expectativas de los padres. Como consecuencia de ello, se sienten humillados y enrabietados, descargando después esa rabia sobre alguna otra persona, debido a que, en lo profundo, se sienten carentes de valor. Y el hijo espabilado que logra el favor, también puede sufrir. Aprende a equiparar el valor propio con la capacidad de complacer al prójimo, y puede pasarse la vida intentando ser lo que los demás quieren. Hefesto debe seguir haciendo objetos bellos, tanto si quiere como si no, porque, si deja de hacerlos, perderá el amor de su madre.

Afrodita es la diosa del amor, y por eso es el símbolo del amor mismo. Realmente es amor el regalo que le ofrecen previamente a Ares, y que después se lo arrebatarían para entregárselo a Hefesto a condición de que agrade a su madre. Los padres prudentes no permiten que el amor sea condicionado, sino que lo ofrecen sin condiciones porque los hijos son tan adorables como los mismos padres. Esto no excluye la disciplina; aunque si evita la manipulación que daña a los hijos mucho más que un castigo honesto aplicado con justicia. Cualesquiera sean las decepciones que hayamos sufrido, nuestros hijos no están obligados a vivir sus vidas de acuerdo con nuestros designios, ni a compensarnos por algo de lo que carecemos. Si Zeus y Hera hubiesen reconocido esta simple verdad al principio de la historia, entonces, de acuerdo con el mito, la guerra no existiría sobre la tierra.

 

 

 

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