APRENDIZAJE Y CONDUCTA
Llamamos
aprendizaje al conjunto de procesos mediante los cuales hacemos propios una
serie de conceptos o conocimientos. El aprendizaje no abarca solamente a los
procesos intelectuales que implica, por ejemplo, el estudio de una materia, sino
que también aprendemos de nuestras propias experiencias, a veces incluso sin
darnos cuenta, de forma inconsciente. La conducta consistiría en una serie de
patrones individuales que hacen que una persona se comporte generalmente de un
modo determinado. Las relaciones entre conducta y aprendizaje son muy estrechas,
y su análisis ha sido realizado fundamentalmente a partir de los trabajos
desarrollados en los Estados Unidos de América por la escuela psicológica
«conductista».
Se puede
decir que, en cierto modo, la conducta es fruto de un largo aprendizaje o,
cuando menos, que el aprendizaje influye notablemente en nuestra conducta.
Cuando nos comportamos de una forma determinada y obtenemos una gratificación de
cualquier tipo, tendemos a repetir ese comportamiento. Por ejemplo, si cuando un
caballo salta un obstáculo es recompensado con un terrón de azúcar, es probable
que en una próxima ocasión vuelva a intentar el salto, ya que después de varias
situaciones similares aprende que recibirá su terrón de azúcar. Decimos que el
azúcar es un refuerzo positivo para que se establezca un patrón de
comportamiento en él (el salto), ya que le refuerza este tipo de conducta. Por
el contrario, si al comportarse de un modo concreto se obtiene repetidamente
algo no placentero, lo que aprende es a evitar esa forma de comportarse. En el
mismo ejemplo, si pegamos al caballo cuando no quiere saltar, el dolor sería un
refuerzo negativo, ya que dificulta el que se perpetúe ese patrón de
comportamiento.
Estos
planteamientos han influido notablemente en el campo de la pedagogía, ya que se
han aplicado a la educación infantil con cierto éxito. Por ejemplo, si prestamos
atención a un niño cuando se comporta de forma inadecuada (cuando grita, rompe
algo, etc.), mientras que casi no le hacemos caso cuando se porta bien, estamos
reforzando en él un patrón inadecuado de conducta, ya que aprenderá que, para
llamar nuestra atención, debe comportarse de un modo incorrecto.
Pero las
relaciones entre conducta y aprendizaje van más allá de lo educativo, afectando
también a otros niveles. Muchas conductas quedan establecidas por los refuerzos
positivos que se obtienen a corto plazo mediante ciertos comportamientos a pesar
de que éstos sean perjudiciales a medio o largo plazo. Tal es el caso de muchas
toxicomanías: producen una sensación placentera de forma casi inmediata, con lo
que se crea un hábito de conducta que hace que su consumo sea habitual, a pesar
de que se sepa que producirán a la larga unos efectos indeseables. Cuando el
refuerzo se aplica poco después de un comportamiento concreto tiene mayor poder
en la creación de un hábito de conducta, ya que se asocia más fácilmente con
éste.
Estos
conceptos se pueden aplicar para comprender un buen número de trastornos
psicopatológicos. Por ejemplo, cuando se establece una fobia, es decir, un temor
desproporcionado a algo, puede intervenir el aprendizaje de dos modos: si
alguien vive una situación muy angustiosa en un avión, puede aprender que «los
aviones crean una angustia», que, además, desaparece al no estar montado en un
avión, lo que lleva a establecer un patrón de conducta que evite esa situación.
También
se establecen relaciones conducta-aprendizaje dentro de otros campos de la
psicología, como el de las relaciones personales. Por ejemplo, si el marido
llega a casa e, inmediatamente, su mujer le relata todos los problemas que han
surgido durante el día y esto le crea ansiedad, puede aprender que «llegar a
casa significa ponerse ansioso», con lo que se establece un refuerzo mediante el
cual el marido retrasa su llegada hasta que queda establecido este patrón de
conducta. En cierto modo, estamos aprendiendo continuamente, a través de
refuerzos negativos y positivos durante toda nuestra vida; cuando éstos se
repiten frecuentemente, pueden hacer variar nuestra conducta, lo que constituye
parte del fundamento de los sistemas de psicoterapia de tipo conductista.