Aprender a vivir con el
dolor
El dolor
es síntoma de que «algo» está ocurriendo en el organismo. El sano no siente nada
como dañino, ni en su cuerpo ni en su espíritu. Sabe que tiene cuerpo pero no
suele ser consciente de él. Cuando le duele, o cuando algo varía en el
organismo, éste se hace presente. Con el espíritu también ocurre lo mismo. El
dolor tiene, pues, un significado. Es necesario hacer dos distinciones, dolor
agudo y dolor crónico, para poder comprender adecuadamente cuál debe ser la
actitud más positiva frente al dolor.
El dolor
agudo es necesario. Sin él no tendríamos un sistema de supervivencia o de alarma
primordial. Por eso la forma de dolor no debe tratarse hasta no saber cuál es la
causa. Si se trata y se hace desaparecer se entorpece mucho la labor de los
médicos y las consecuencias pueden ser muy graves. Sobre todo si el dolor agudo
aparece en un niño, lo primero es saber por qué se ha producido éste.
Hay que
saber, desde que somos niños, que con el dolor agudo hay que vivir. Hay que
soportarlo y no tratarlo de una forma indiscriminada. La autofarmacia en el
dolor agudo ha producido muchos desastres. Por eso., el uso indiscriminado de un
analgésico es una plaga que preocupa mucho a la Organización Mundial de la
Salud. Hay que distinguir también el dolor de la angustia y de la ansiedad,
puesto que el tratamiento es distinto. Los ansiolíticos, los fármacos que quitan
la ansiedad, no son analgésicos antidolorosos y, en muchas ocasiones, aumentan
el dolor agudo y crónico.
Un último
experimento en el tratamiento de procesos sentidos como dolorosos lo constituye
el uso de medicación ficticia (placebo) que actúa sobre la componente
psicológica del enfermo y puede llegar a hacer que éste se sienta aliviado de su
dolor.
Ante el
dolor crónico, los problemas se plantean de forma diferente. En primer lugar, la
medicina dispone de recursos suficientes para hacerlo desaparecer o controlarlo.
No es, pues, necesario hoy vivir con un dolor crónico. Sin embargo, no es fácil
a veces precisar lo que es un dolor crónico, ya que se confunden fácilmente
episodios de dolor agudos reiterados, con el dolor crónico. También, como
veremos, la ansiedad y la depresión aparecen como máscaras dolorosas.
Dolor
crónico es aquel que produce una enfermedad cancerosa, por ejemplo, o una
enfermedad que lesiona un nervio. Además el dolor crónico tiene unas
características precisas. Hay que saber que los dolores difusos, que cambian de
un lugar a otro del cuerpo, no son los que los médicos llaman dolor crónico. En
estos casos se trata de otras enfermedades, ya lo apuntamos antes, que están más
ligadas a las depresiones.
Tenemos
que aprender a vivir con episodios dolorosos agudos, y tenemos que saber que los
dolores crónicos pueden ser tratados por la medicina. Ocurre a veces que los
enfermos y los médicos no se ponen de acuerdo en lo que es un dolor, porque no
hay que olvidar que estamos hablando de algo subjetivo. Todo el dolor es
diferente y cada uno «siente» el dolor de una forma personal. Puesto que un
dolor es sentimiento, es por ello por lo que surgen las discrepancias entre
médicos, enfermos y familias.
Dolor,
como hemos visto en otro lugar, no es igual que sufrimiento, el sufrimiento
aparece muchas veces con el dolor crónico y eso sí que podemos modificarlo con
un aprendizaje cultural. La respuesta afectiva al dolor es muy distinta según
los entornos sociales. También la conducta ante el dolor. Como hemos visto, la
idea de eliminarlo no siempre es positiva.
La
comprensión del dolor por aquel que no lo sufre hace que la respuesta emocional
sea mejor y sea más fácil su tratamiento. En realidad, se quiera o no, tenemos
que aprender a vivir con el dolor. Una sociedad sin dolor es una sociedad
utópica. El dolor puede llegar a ser psicológicamente enriquecedor en la
formación y maduración de la persona.