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ANSIEDAD Y ESTRÉS
Desde hace un tiempo, el término ansiedad y la expresión estar ansioso forman
parte del vocabulario habitual de la población en general, y algo similar le ha
ido sucediendo a estrés o a estar estresado, recluidos inicialmente a los
ámbitos científicos y hoy de uso común por los hablantes. ¿A qué se refieren
cuando los emplean? ¿Establecen distinciones entre ellos? Aunque hay quienes
aseguran que existen diferencias entre unos y otros, en cuanto se analizan un
poco sus significados se aprecia que no es infrecuente su uso como sinónimos,
aludiendo a nerviosismo o estar nervioso, tensión o estar tenso y cosas por el
estilo. Por otro lado, hay que señalar que los significados que se dan a nivel
lego (es decir, por las personas no expertas) habitualmente son ricos y
variados, pero que muchas veces no son coincidentes con los que utilizan y
proporcionan los profesionales competentes en la materia. Sin embargo, sin que
esto haya mermado la investigación sobre la ansiedad y el estrés, hay que
admitir que estos últimos tampoco se ponen, con frecuencia, muy de acuerdo, si
bien convendría recordar que este fenómeno se repite con muchos más términos y
expresiones, aparte de los reseñados aquí.
Todo esto constituye el primer problema que surge cuando se quiere abordar el
tema de la ansiedad y el estrés; esto es, el de su delimitación conceptual o, lo
que es lo mismo, el de las respuestas a cuestiones tales como qué significan,
sin son iguales o diferentes, o si comparten características entre ellos, con el
añadido de que también existen otros términos con los que pueden relacionarse.
Con respecto a esto último, los que más se han tenido en cuenta han sido los de
angustia, miedo, activación y tensión. Sin embargo, Lazarus amplió más el
horizonte al expresar que profesionales de diversos campos venían empleando
términos divergentes, cuyos significados se superponían, y citó como ejemplos:
conflicto, trauma, anomia, alienación, ansiedad, depresión y angustia emocional.
Éstos, aseguró, terminaron unificados bajo el vocablo estrés. Parece que, poco a
poco, se va confluyendo en algunos aspectos.
De
todas formas, al margen de la mayor o menor precisión conceptual, está claro que
alguna importancia deben tener la ansiedad y el estrés cuando se han
popularizado tanto y se publican numerosos libros divulgativos dirigidos a
conocerlos y, sobre todo, a manejarlos. En las últimas décadas parece que ha
habido un incremento del uso de la palabra estrés (que en principio se escribía
con su grafía inglesa, stress) y de sus derivaciones en detrimento de ansiedad,
sin que esto haya supuesto para ésta su desaparición o una presencia meramente
testimonial desde un punto de vista lingüístico. En cierto modo, el estrés se ha
convertido en una especie de icono de las sociedades desarrolladas, reflejado en
los medios de comunicación con titulares como «Un tercio de los accidentes de
trabajo se produce por sobreesfuerzo o estrés», «Guerra total al estrés» o «El
abuso de drogas y el estrés causaron la muerte del detenido».
Por razones prácticas, obviaremos entrar en muchos detalles sobre estos
asuntos, que escapan del alcance de este espacio, y atenderemos específicamente
a lo que atañe a la ansiedad y el estrés en sus características más esenciales.
Básicamente, hay que decir que, a menudo, se han empleado de manera
intercambiable, lo que resulta lógico teniendo en cuenta que los elementos
propios de lo primero se han ido integrando en lo segundo. En el DSM-IV-TR
(probablemente el sistema de clasificación de los trastornos mentales y de la
personalidad más utilizado), el trastorno por estrés postraumático y el
trastorno por estrés agudo se encuentran dentro del grupo de los trastornos de
ansiedad.
No
obstante, hay quienes trazan diferencias cuando reservan para la ansiedad el
sentimiento subjetivo asociado a una situación desagradable y para el estrés los
aspectos de carácter fisiológico. Pero esto es difícil de mantener, ya que ambos
presentan como factores comunes respuestas fisiológicas, motóricas y cognitivas.
Valorando todo, la evolución y las perspectivas actuales en el ámbito de la
ansiedad y del estrés, parece más aconsejable, tal como argumentan diversos
autores relevantes, considerarla ansiedad, la depresión, la ira, etcétera, como
consecuencias del estrés o respuestas del mismo, tomando a la primera como una
emoción en la que se da malestar, tensión, agitación o inquietud, donde juega un
importante papel el sistema nervioso autónomo, que puede ser transitoria o
continuada (estado o rasgo) y normal o patológica, estando entre sus trastornos
los de la angustia, las fobias, las obsesiones y compulsiones, que abordamos en
sus respectivos espacios. Esta opción permite, además, una mejor comprensión de
ese complejo mundo en el que se ubican, entre otras cosas, las emociones, y
presenta indudables ventajas.
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