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Las ancianas no se
quejan.
Para ser una anciana
necesitas librarte de los "hubiera o hubiese". Es preciso silenciar las
quejas mentales que no tardarán en escapar por tu boca en cuanto encuentren
la ocasión. Lamentándonos no somos capaces de vivir el presente, y tampoco
somos una compañía grata (ni siquiera para nosotras mismas). Las quejicas
dan por sentado que merecían, y todavía merecen, una vida diferente de la
que poseen; no comprenden que todos necesitamos, en esta escuela que es la
vida, vivir eso que solemos llamar “desgracias”. Incapaces de mostrar
gratitud por lo que ya poseen, las quejicas no saben disfrutar del presente.
Regla número 1 de las mujeres maduras y atrevidas: Las ancianas no se quejan
“Lo que fue, fue. Lo que es, en cambio, es.” Tal como suena. Quizá pensaste
que te casarías y viviríais felices y comeríais perdices, tendrías los hijos
ideales y ejercerías también la profesión soñada. ¡Ya ves! Y, mira por
dónde, pasara lo que pasara, o no pasara, en nuestra juventud, todo eso es
"lo que fue"; y no podemos omitirlo. El pasado es el pasado. La menopausia
marca el fin de los años de procreación. Este hecho, junto con otros
acontecimientos también reales, es "lo que es".
Expresar dolor, sin embargo, no es lamentarse. Incluso lloriquear no es
lamentarse. Quizá nuestro organismo no se encuentre en su mejor momento, o
sintamos diferentes dolores -aunque nosotras pongamos todo de nuestra parte,
desde el punto de vista médico (y otros), para solventarlo-. A lo mejor los
problemas son de índole económica. Sea cual sea nuestro caballo de batalla,
podremos contárselo a las personas que necesitan y quieren saber lo que nos
ocurre, aunque tan sólo sea para poner al día a los amigos con los cuales
compartimos la historia cambiante de nuestra vida. Ahora bien, las ancianas
no aburren a los demás con toda una letanía de sus síntomas (repaso de todos
los órganos o relatos sobre sus propias miserias), lo cual posee un cierto
mal regusto. Una anciana sabe que tanto ella como sus problemas no son el
centro del universo, y sabe que todos los demás también atraviesan
dificultades. Una anciana no tolera que los niños se quejen, ni siquiera los
niños interiores. Sobre todo si son los propios.
Una niña quejica es una niña manipuladora: desea algo que no se le ofrecerá
de buen grado. Quizá lo que quiere no le conviene (sea lo que sea lo que la
niña quejica del supermercado quiere que le compre su agotada madre, por
ejemplo). Cuando la criatura lo consigue, no obstante, la satisfacción es
total. En el fondo ha sido un nuevo e insignificante acto de extorsión y
consuelo.
Las mujeres de una determinada edad que no son ancianas quizá no se lamenten
ni te adulen directamente, o estiren de tus faldas en un sentido físico,
como la niña del supermercado. Sin embargo, la extorsión y el consuelo
emocionales, las satisfacciones efímeras y la infelicidad general
corresponden a los mismos modelos dominantes. Los "estirones" son de tipo
emocional: necesidad, derecho, sufrimiento y justificación, en un tono y con
una energía que se palpa y transmite a partir de la voz. Las conversaciones
con una quejica te van agotando; algunas personas se sienten atrapadas y
reaccionan con falsedad, marcando distancias y sintiéndose culpables.
El cambio comienza mediante la introspección. Si te sientes identificada con
la anterior descripción, o bien estás considerando la posibilidad de que a
lo mejor cuadra contigo, eso es algo que puedes decidir en la intimidad de
tu pensamiento. Una valoración honesta no es una acusación; es un
diagnóstico que funciona, un punto de partida para ayudarte a resolver la
insatisfacción. ¿Te compadeces de ti misma? ¿Has caído en ese estado de
resentimiento en el cual vas repitiendo “pobrecita de mí”? ¿Has perdido tu
razón de ser? Si es así, ¿cuál podría ser, en tu caso, el equivalente de la
frase: “Lloraba porque no tenía zapatos hasta que conocí a un hombre que no
tenía pies”?
A medida que envejecemos, sobre todo si tenemos tendencia a manifestar
nuestros sentimientos de forma abierta no nos cuesta demasiado encontrar
cada vez más motivos de queja, lo cual entraña el riesgo de sufrir una
transformación negativa y de terminar asumiendo el papel de la madre-mártir
arquetípica (una mujer que en la actualidad es una sola, pero que no siempre
lo fue). Con un poco de olfato, humor y sabiduría, no obstante, no nos
dominará esa capacidad para la queja que se encuentra en nuestro interior en
aquellas ocasiones en las que quizá deseamos algo distinto a lo que tenemos.
Muchas mujeres mayores pasan su vida lamentándose, como si cantaran la
canción “protesta, gimotea y refunfuña, protesta, gimotea y refunfuña,
protesta, gimotea y gruñe”, a la que podemos darle el ritmo de cualquier
melodía.
Una variante de las lamentaciones es la que se expresa mediante una
ocurrencia o sarcasmo mordaces y dirigidos contra una persona (a menudo un
ex) o una institución. Al principio, da la impresión de que no tiene que ver
con la queja directa, pero luego las similitudes empiezan a mostrarse. De
esta forma, el pasado sigue infiltrándose en las conversaciones. Las amigas
intentan cambiar de tema en cuanto pueden, porque prefieren no formar parte
de un público secuestrado y obligado a escuchar la última reflexión o la más
reciente afrenta. Al igual que la quejica por antonomasia, esta mujer no es
capaz de liberarse de lo que fue, ni de aceptar lo que es.
Algunas quejicas se despiertan en mitad de la noche al revivir incidentes
pasados en los que las trataron con poca consideración. Ése podría ser un
buen momento para intentar "pasar página", aunque sólo sea para tratar de
dormir un poco. Si éste es tu caso, hay algo que puedes hacer hasta que te
quedes dormida. También será una manera de escuchar a la anciana. Respira
despacio y presta atención a tu respiración. Escucha las palabras que te
diría la anciana (mientras al mismo tiempo te las repites a ti misma, o bien
las piensas), y luego escucha lo que dice ella de sí misma.
Inspira. Eso forma parte del pasado. Espira. Esto es el presente. Inspira.
Yo soy. Espira. Paz.
La anciana interior se caracteriza por poseer un ojo muy observador y un
oído sensible. Cuando la conozcas, te pillará lamentándote o compadeciéndote
de ti misma; y una vez te ha pillado, ya puedes prepararte: lamentarse es un
comportamiento indigno de una anciana. |
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