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Las ancianas confían en los presentimientos.
Las ancianas confían en su instinto por lo que respecta a personas y
principios. Es una confianza que aumenta a medida que una se vuelve más
vieja y más sabia, es decir, que aumenta a partir del aprendizaje de la
vida. Una dolorosa lección tomada a pecho hace mella en nosotras. La mujer
madura se reirá con tristeza ante el agudísimo comentario de Isabel Allende,
que pone en boca de una abuela que sale en su novela La ciudad de las
bestias: “La experiencia era aquello que aprendiste justo después de
necesitarla”. (¡Atentas a esto!
Al revisar todo lo aprendido, son muchas las mujeres que se dan cuenta de
que apenas contaban con pistas que les sugirieran que estaban viviendo
situaciones potencialmente peligrosas, o bien que fueron impulsivas e
irresponsables. Incluso hay quien reconoce que mostró indiferencia frente a
un sentimiento incómodo, o hizo caso omiso de la punzada del miedo, y que en
lugar de mostrarse maleducada, alocada, esnob, interesada, egoísta o
ignorante, eligió convertirse en una víctima. Una mala experiencia
proporciona una buena dosis de sabiduría a la mujer que se convierte en
anciana: esto es una nueva forma de discriminar a la mujer que no se ha
vuelto más sabia gracias a la experiencia.
A medida que maduramos, poseer el suficiente instinto como para saber en
quién confiar y de quién no fiarse resulta especialmente importante. Hay
estafadores que buscan su presa entre las mujeres ancianas a las que con
correspondencia engañosa y llamadas dulzonas intentan vender gangas. La
falta de sinceridad de la expresión "confíe en mí" reina por doquier. Por
suerte, confiar en nuestros instintos es algo que mejora con la práctica. La
mujer que presta atención a la anciana que lleva en su interior puede
mostrarse educadamente grosera y decir: “No, gracias”, para, acto seguido,
colgar al interlocutor de turno sin escuchar ni una palabra más. Puede
cambiar de médico o abogado, o bien buscar una segunda opinión cuando
"presiente" que es necesaria otra consulta. No contrata a nadie, ni lo
mantiene en su puesto de trabajo, cuando percibe una cierta incomodidad, o
advierte que se trata de un carácter negativo. Hace caso de la sensación que
la embarga cuando siente que corre peligro si se queda donde está, o bien
reconoce que algo pasa cuando manipulan sus sentimientos. Una mujer sabia se
conoce a sí misma, y la experiencia le ha enseñado a prestar atención a esta
clase de mensajes que provienen de ella. Conoce la diferencia entre
tropezarse con una señal de advertencia y ser por naturaleza cautelosa.
La intuición de la mujer ha sido muy calumniada. Es una forma de sabiduría
que tiene que ver con los seres vivos, las plantas, los animales, las
personas, la enfermedad, el nacimiento y la muerte. También está relacionada
con el hecho de mostrarse receptiva a la energía y a otros dominios
invisibles. Una mujer normal y corriente que asiste a una persona moribunda
echa mano de la sabiduría de la anciana pues sabe de un modo instintivo o
intuitivo lo que tiene que hacer. Esto guarda cierto paralelismo con un gran
número de madres primerizas que son sabias en un sentido materno, algo que
es tan común y que pasa inadvertido, hasta que una madre joven se niega a
seguir el consejo de una autoridad en la materia porque una vocecita
interior le dice que eso, en concreto, no le conviene a su hijo.
Las credenciales y las recomendaciones son algo que las ancianas valoran y
tienen en cuenta a la hora de tomar una decisión y depositar su confianza en
alguien que vaya a cuidar de ellas, de su salud y de sus bienes. Se basan en
la capacidad, la personalidad y la compasión que advierten en sus cuidadores
y directores, pero también en algo más que "parece que encaja" en estas
personas. Es una conexión anímica o una relación “tú y yo”, que es ese
profundo conocimiento intuitivo recíproco que se produce cuando dos almas se
encuentran.
La perspectiva de la muerte despierta las fibras más sensibles de los
pacientes y de aquellos que los aman; y además conecta con su alma. A veces,
la gente necesita sufrir una enfermedad terminal para darse cuenta de ello,
y en ocasiones sólo durante los últimos meses o años de la vida de una
persona el alma brilla y se refleja a través de la transparencia de un
cuerpo enfermo.
La ausencia de palabras para denominar algo obstaculiza su evolución, y eso
es lo que consigue la denigración de las palabras que van asociadas a las
mujeres. Nos vendría bien, para profundizar en el tema, aprender un poco de
griego. Los griegos poseen dos palabras para denominar el conocimiento:
logos y gnosis. Lo que aprendemos a través de la educación y la
investigación científica es logos. Lo que, en cambio, aprendemos gracias a
los sentimientos intuitivos y las experiencias místicas o espirituales es
gnosis. El logos es racional, objetivo, lógico, expresable en palabras o
números, mientras que la gnosis es subjetiva, no racional, no verbal, dotada
de matices, expresable a través de la poesía, las imágenes, las metáforas y
la música, y a menudo no es demostrable por naturaleza. Cada experiencia
sagrada es subjetiva: el sentido de unicidad con el universo, o bien con la
divinidad, la adoración espiritual, un momento intemporal inspirado por la
belleza, la captación del momento espiritual y la gracia son gnosis.
Indescriptibles, aunque profundamente transformadoras, son las experiencias
anímicas. Las ancianas confían en su voz interior a partir de experiencias
interiores como éstas. |
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