El
término altruismo procede del francés y fue acuñado por Augusto Comte durante la
primera mitad del siglo XIX para designar el sentimiento de preocupación por los
demás y los comportamientos de dedicación y entrega a los otros. Se trata de
prestar una serie de servicios constructivos a los demás, lo que suele resultar
gratificante para la persona que lo realiza, a pesar de que este tipo de
comportamiento suponga una renuncia o un esfuerzo que, de primeras, actúa en
detrimento de la persona que lo lleva a cabo.
En
psiquiatría, el término altruismo está muy ligado a los conceptos de ética y
moral, constituyendo, tal como afirmaba Freud, la base principal para lograr el
desarrollo de los intereses de la comunidad. El altruismo y las conductas
altruistas también han sido abordados desde otras perspectivas, como la
filosófica y la sociológica, ya que, aunque se trata de conceptos individuales,
tienen una finalidad social, encaminada a lograr un mayor bienestar o a evitar
un perjuicio de una comunidad de personas más o menos amplia; es decir, están
motivadas por las llamadas tendencias altruistas.
El que
una persona realice o no un esfuerzo o sacrificio en bien de una comunidad
depende fundamentalmente de su personalidad, aunque influyen otros factores: por
ejemplo, suele ser necesario que esa persona se sienta integrada dentro de la
misma; en otras ocasiones, el comportamiento altruista se desencadena de forma
más o menos accidental en situaciones límite. Se han descrito conductas
altruistas en animales de experimentación, observándose que su aparición no
estaba influida por factores, como sexo, edad, etc., sino que se debía a
características puramente individuales, que se equipararían en el ser humano con
la personalidad, y especialmente con sus rasgos más relacionados con aspectos
éticos o morales.
El
altruismo pertenecería al tipo de personalidad descrito por Spranger, como
hombre social, ya que su principal finalidad sería la entrega y el amor a los
demás. Otras veces, el móvil altruista no está tan vinculado a un grupo de
personas concretas, sino que puede ser más abstracto, estar motivado por un
ideal político o patriótico, por ejemplo. En algunos casos, la entrega a las
tendencias altruistas pueden llevar incluso a renunciar a la vida en bien de una
comunidad, de un ideal o de la patria, como era el caso de los kamikaces
japoneses durante la segunda guerra mundial. Entonces hablamos de suicidios
altruistas. Si el suicidio altruista no procede directamente de tendencias
individuales, sino que es concebido como un deber, hablamos de suicidio
altruista obligatorio.
El
altruismo se opone al egoísmo. El altruismo significa volcarse al exterior, a
los problemas e intereses de los demás, para olvidarse de los propios en
beneficio de éstos; por el contrario, en el egoísmo no sólo priman los intereses
personales, sino que, la persona se halla tan volcada sobre sí misma que llega a
ignorar, olvidar o minimizar los intereses de los otros, actuando en
consecuencia.
El
altruismo constituye un rasgo de la personalidad que se debe ir adquiriendo y
modelando paulatinamente, con el proceso de madurez de la personalidad, y
constituye un importante factor de equilibrio psicológico, siempre que no
proceda de conflictos psicológicos, ya que a veces se producen falsos
comportamientos altruistas con los que se pretende no el bien de los demás, sino
estimación, reconocimiento o prestigio social; es decir, los comportamientos
altruistas se utilizan como un mero instrumento para conseguir intereses
personales o para obtener un beneficio afectivo.
En este
último caso la falta de correspondencia por parte de las personas a las que se
ha favorecido constituye, más que una mera decepción, un fraude insoportable, ya
que lo que en el fondo se pretendía no era ayudarlas, sino obligarlas a
comportarse en el futuro de un modo preconcebido.