Definir
la afectividad no es fácil. Así como las otras funciones psíquicas se pueden
expresar de forma clara, ésta es mucho más complicada. Vamos a intentar
esclarecer el concepto y apuntar sus alteraciones más frecuentes. Afectividad es
el modo en que nos afectan interiormente las circunstancias que se producen a
nuestro alrededor; está constituida por un conjunto de fenómenos de naturaleza
subjetiva, diferentes de lo que es puro conocimiento, que suelen ser difíciles
de verbalizar y provocan un cambio interior que se mueve entre dos polos
opuestos: agrado-desagrado, alegría-tristeza, atracción-repulsa.
Hay
cuatro características básicas que nos permiten delimitar la afectividad:
1. Es un
estado subjetivo, interior, personal, en el que el protagonista es el propio
individuo.
2. Es
algo experimentado personalmente por el sujeto que lo vive, es la situación
afectiva de uno mismo en cada momento.
3. Tiene
tres expresiones: emociones, sentimientos y pasiones. Se manifiesta por el
estado de ánimo, que es el afecto fundamental o humor dominante.
4. Toda
experiencia tiene una manifestación afectiva y deja un impacto o huella que
persiste en la historia vital del individuo.
Al estado
de ánimo normal se le llama eutímico. Las distimias son las alteraciones de este
humor normal que pueden desviarse en dos polos opuestos: en uno de ellos está la
tristeza, la angustia, el tedio y la inhibición, y en el polo opuesto lo
contrario: la alegría, el éxtasis, el entusiasmo y la exaltación.
La
euforia es la exaltación del estado de ánimo por encima de la normalidad, el
sujeto se encuentra alegre, optimista, satisfecho de sí mismo y con una profunda
sensación de bienestar que, en ocasiones, no tiene una justificación real.
Cuando esta euforia «suena a falsa» y carece de contenido se llama euforia
insípida.
El polo
opuesto es la depresión o melancolía que se caracteriza por tristeza, pena,
abatimiento, desánimo y pesimismo. La angustia y la ansiedad son dos estados
afectivos similares que se manifiestan por un miedo a algo, sin saber muy bien a
qué y que conlleva componentes psíquicos y somáticos.
El estado
de ánimo no es inmutable, sino que se modifica incluso dentro de la normalidad y
siguiendo los estímulos que proceden del exterior. La sintonización afectiva es
la capacidad de conectar afectivamente con el entorno y acusar la alegría o
tristeza existentes en lo que a uno le rodea. Lo contrario es la capacidad de
irradiación afectiva; es decir, la capacidad para que los otros se hagan eco del
estado de ánimo propio. Esta capacidad de reacción afectiva puede verse
bloqueada, el sujeto no cambia su estado de ánimo a pesar de las influencias del
exterior, a esto se le llama rigidez o congelación afectiva.
Cuando el
estado de ánimo cambia bruscamente y de forma injustificada, por ejemplo, cuando
alguien se pone a llorar o a reír de pronto por el más mínimo incidente,
hablamos de labilidad afectiva. La incontinencia afectiva es la imposibilidad
para controlar las emociones, que se manifiestan de forma aparatosa, sin que el
sujeto pueda evitarlo. Parecido a la congelación afectiva es la indíferencia o
embotamiento afectivo en la que el sujeto «deja de sentir» lo que normalmente
sentía, ya no es capaz de querer como antes, ni odia, ni rechaza, ni se siente
atraído, etc. Finalmente, la inversión de los afectos es quizá el trastorno
afectivo más alarmante para quien lo sufre y quienes le rodean, típico de
ciertas enfermedades psiquiátricas, como la esquizofrenia o la demencia, el
sujeto deja de querer a quienes antes quería y puede empezar a odiarlos.