Ante todo, hay que señalar que, al aislar el período de
la adolescencia, se separa de forma artificial un fragmento de la vida
humana que, en definitiva, es una continuidad entre lo que precede y lo que
sigue.
Esta fragmentación parece absolutamente justificada para
los autores que consideran la adolescencia como algo distinto del resto de
la vida humana, como es el caso de los clásicos Jean-Jacques Rousseau, María
Montessori o George Stanleyido acrecentando el tamaño corporal, Hall, que
consideran la adolescencia como un nuevo nacimiento, como un comienzo. Es
conocida la sentencia de Rousseau según la cual nacemos, por así decirlo,
dos veces: la una para existir -por la especie-, y la otra para vivir -para
el sexo (en el sentido del género).
Este período de la vida resulta entonces realmente
cerrado sobre sí mismo, comprensible como entidad distinta. Pero no todos
los autores están plenamente de acuerdo con esta apreciación de la
adolescencia y los hay, especialmente en el ámbito del psicoanálisis, que
prefieren una visión del desarrollo de la persona como una total
continuidad, sin delimitaciones tan precisas.
Por otro lado, tenemos que este período de la vida que se
extiende entre la niñez y la edad adulta es una característica de la especie
humana. En el animal podemos distinguir un período de infancia acompañado de
múltiples actividades muy elaboradas y que se parecen mucho a las de la
especie humana: el juego, por ejemplo. Sin embargo, el animal pasa sin
transición de este estadio al estadio adulto, por lo menos en lo que se
refiere a la sexualidad, porque el aprendizaje de la autonomía, con
frecuencia, se hace progresivamente. No se descubren en el animal conductas
específicas de la adolescencia, aunque algún etólogo habla de
manifestaciones "casi adolescentes" en el joven ánsar cenizo (ganso
salvaje). La adolescencia es pues un estadio propio de la especie humana;
sin embargo, las manifestaciones y la duración varían, como veremos, según
las épocas y los grupos sociales.
Como salta a la vista, el tema de la adolescencia está de
moda. Novelistas y guionistas han encontrado un filón en la variopinta
temática que plantean los adolescentes. Las series televisivas (telefilms y
culebrones) que cuentan con jovencitos como protagonistas están en el
candelero. La pregunta surge por sí sola: ¿a qué viene ahora tanto interés
social por los adolescentes?
Entre otras razones, porque la adolescencia ha tenido que
ser "inventada" para poder aparcar en ella a los jovencitos que aún no
podemos incorporar a la vida adulta. Hemos tenido que aplazar el momento en
el cual el niño asume una responsabilidad y un estatus adulto (por motivos
obvios de penuria en el mercado de trabajo). Mientras tanto, para intentar
anestesiar el pujante movimiento juvenil, la sociedad actúa, con cierto
grado de hipocresía, aparentando mimar a los jóvenes, presentándoles como
modelos de estilo de vida. Así, tenemos el ejemplo de la teenage culture
(referente a los quinceañeros) que es un típico producto de la sociedad
de consumo y es sublimada en los medios de comunicación. Se anima al
ciudadano -no importando que peine canas- a que adquiera las cualidades
propias de la juventud: vestimenta, actitudes, etcétera.
La adolescencia se prolonga (¡todo lo joven es bello!) y
ahora le toca el turno a la gerontocracia (¡todo lo viejo es decrépito!) con
tanto predicamento antaño, para que deje paso a una nueva forma de
juvenocracia...