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LA PLENITUD DE SER O
CÓMO VIVIR LIBRE Y SERENO EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS:
LA BÚSQUEDA
Desde hace miles de años el ser humano trata de conocerse a sí mismo y a los
demás, e intenta dominar su entorno para mejorar su propia existencia. Las
grandes tradiciones espirituales y filosóficas y, más recientemente, las
investigaciones psicológicas y científicas, intentan responder a esa
búsqueda. A medida que avanzan sus descubrimientos van proponiendo
respuestas que, con el tiempo, se examinan y se experimentan, y se rechazan
o se mejoran o se amplían, según los casos. Todavía estamos muy lejos de
haber alcanzado la verdad absoluta; pero, paso a paso, la humanidad va
avanzando hacía un conocimiento cada vez mayor —y, por lo tanto, hacia un
dominio cada vez mayor— tanto del mundo material, con la ciencia física,
como del mundo interior, el campo de la psique humana.
Empujado por esa búsqueda, el ser humano tiene una actividad incesante. En
primer lugar, para asegurar su propio sustento, evidentemente; pero hace
mucho más: reflexiona, lucha, destruye, construye, hiere, cura, da, toma,
ama, odia, sueña, canta, ríe, llora... De hecho, busca. Busca un arte de
vivir, busca la felicidad, la manera ideal de vivir en el mundo. Pero esas
palabras expresan realidades muy distintas para cada ser, y todavía difieren
más los medios que cada uno utiliza para conseguir la realización de sus
deseos.
En el fondo, su actividad incesante no es más que la expresión de una
aspiración profunda. Clarificar el objetivo de esa aspiración y encontrar
los medios para alcanzarla posibilitaría un florecimiento tal del ser humano
que la vida tendría un significado muy distinto, tanto en lo personal como
en lo colectivo.
Esa llamada interior toma formas diversas, que van desde el simple esfuerzo
por asegurar la supervivencia física hasta la búsqueda espiritual más
elevada, pasando por la actitud ordinaria de búsqueda de placer y de
satisfacción de los propios deseos. Ante la complejidad y las dificultades
de la vida actual, y ante el fracaso de la filosofía materialista para crear
un auténtico bienestar, son cada vez más las personas que se encaminan hacia
la búsqueda interior. Buscan respuestas a las preguntas fundamentales que
todo ser humano, tarde o temprano, se plantea de una forma u otra: ¿Quién
soy yo? ¿Quiénes son los demás? ¿De dónde venimos? ¿Adonde vamos? ¿Qué
hacemos en este planeta? ¿Qué es lo esencial? ¿Para qué sirve mi vida?
Las respuestas difieren según las diversas filosofías; pero sólo porque son
parciales. En realidad, si las contemplamos desde una perspectiva amplía,
todas ellas son coherentes.
Las respuestas actualmente disponibles
Desde hace miles de años la humanidad ha recibido enseñanzas espirituales de
gran valor, que, sin embargo, a veces parecen contradictorias.1 Algunas nos
dicen que somos el resultado de una larga evolución espiritual, pero esas
afirmaciones suelen quedar un tanto oscuras, o son deformadas debido a la
interpretación limitada que se hace de las enseñanzas originales.
Se ha hablado de Dios trascendente y de Dios inmanente. Se encuentran
enfoques «no dualistas», como el vedanta, el budismo zen y el tibetano, o el
taoísmo. Se encuentran también las vías llamadas «dualistas» como el
bhakti-yoga, el sufismo, el misticismo cristiano, la teosofía, etc. Esos
enfoques, que no son de hecho sino diversos modelos de la realidad, es fácil
que puedan reconciliarse entre sí si se encuentra un modelo más amplio que
permita incluirlos dejándoles toda su verdad. El ser humano, que ya ha
adquirido un desarrollo mental más elaborado, es ahora capaz de asimilar
conocimientos más precisos. Esa mayor comprensión le permite armonizar las
aparentes contradicciones de las diversas enseñanzas, unificándolas. Porque
codas ellas encierran en lo fundamental el mismo mensaje y proceden de la
misma gran verdad que está por encima de todas las enseñanzas. Lo que,
además, facilita su puesta en marcha; y eso es muy importante.
Las doctrinas de la Nueva Era afirman que somos divinos, pero nuestro
comportamiento cotidiano dista mucho de confirmarlo... Otras enseñanzas nos
dicen que este mundo es una ilusión y que hay que salir de él lo más pronto
posible; pero, entonces, ¿por qué estamos aquí? Las religiones
tradicionales, con un enfoque moral más convencional, nos piden que seamos
mejores, y hacen que nos sintamos más o menos culpables por no ser ya unos
ángeles; pero ¿cómo conseguirlo?
La filosofía materialista nos dice que somos únicamente seres de carne y
hueso y que, cuando nuestro cuerpo desaparezca, ya no existiremos. Lo cual
no nos alienta gran cosa. En la actualidad, y para un número cada vez mayor
de personas, eso suena a falso.
La psicología convencional, aprisionada entre las dos corrientes espiritual
y materialista, también busca. Pero, por ahora, sólo da respuestas sobre la
consciencia humana, y proporciona medios más bien limitados para trabajar
sobre ella; unos medios que pretenden la adaptación al mundo ordinario, y
que no alcanzan la realización profunda del Ser interior. ¿Cómo conciliar
todo esto?
Porque la búsqueda, el deseo de saber, siguen ahí. El ser humano tiene sed
de libertad, de sabiduría y de felicidad, pero no sabe cómo encontrarlas. Es
como si una persona hambrienta, en medio de un campo de manzanos cargados de
fruta, buscara desesperadamente su alimento arañando la corteza del árbol.
El hambre es real, y las manzanas están ahí, a su disposición; pero no es
consciente de ello, le falta perspectiva. Creemos que si buscamos mejores
métodos para raspar el tronco acabaremos por encontrar las manzanas. Y no
nos damos cuenta de que lo que hay que hacer es cambiar de perspectiva,
abandonar las viejas costumbres, dejar la pseudoseguridad que da el contacto
con el tronco del árbol y con el suelo, dejar de tener miedo y atrevernos a
subir al árbol. Porque el verdadero alimento, el que necesitamos, está ahí.
Y es posible incluso que, una vez en el árbol, un pájaro magnífico nos lleve
sobre sus alas para hacernos descubrir espacios más vastos que el manzano, y
más hermosos. Cuando se sueltan las amarras que le tienen a uno aprisionado,
cuando ya no se tiene miedo, todo puede ocurrir...
¿Qué hacer?
Resulta fácil decirlo, pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo desprendernos de nuestras
ataduras? ¿Cómo desembarazarnos de miles de años de condicionamientos y de
miedos para encontrar de nuevo la libertad? Y, además, ¿por qué estamos en
esta situación? ¿Cómo puede ser que haya tanta belleza en el interior del
ser humano y al mismo tiempo tanto sufrimiento?
Insuficiencia de las exhortaciones espirituales
Todas las enseñanzas espirituales, incluso las enseñanzas morales más
sencillas, sin olvidar las de la «nueva era», nos dicen que seamos
auténticos, abiertos, sencillos y alegres, que no tengamos miedo, que
amemos, que debemos soltar amarras, ser libres, que «vivamos en la luz»...
Sabemos todo eso, y nos gustaría ser así. Pero, para vivirlo, no es
suficiente con saberlo, no basta con desearlo. El problema, para muchas
personas, está en saber cómo ser así de un modo natural, qué hacer
concretamente para comportarse así.
Si nos fallan los frenos mientras conducimos y nos encontramos de pronto en
la cuneta, no necesitamos que nadie venga a decirnos que los frenos sirven
para reducir la velocidad y contribuyen a que el desplazamiento resulte
agradable y seguro. Eso ya lo sabíamos, lo hemos intentado, pero la mecánica
no ha respondido. Nos dicen que hay que amar, que hay que estar desprendido,
que hay que ser de esta o de aquella manera. Lo sabemos, nos gustaría
comportarnos de esa forma, pero el mecanismo mental-emocional no responde.
Sabemos la teoría. Pero, para saber cómo funciona todo, necesitamos
conocimientos prácticos; sólo así podremos controlar nuestro vehículo,
repararlo en caso necesario, revisarlo periódicamente, y utilizar sus
posibilidades al máximo. Si adquirimos un dominio mayor de nuestro vehículo
mental, emocional y físico, podremos poner en práctica las enseñanzas de las
que hablábamos antes.
De lo contrario, esas enseñanzas y exhortaciones, esos «hay que», acabarán
haciendo que nos sintamos culpables de encontrarnos en la cuneta por haber
derrapado, culpables de no ser santos; harán que nos consideremos incapaces
y malos conductores, que nos culpabilicemos y nos deprimamos. Claro que
también podemos echarle la culpa a la carretera por no ser recta, o a la
cuneta por estar ahí, o al conductor del coche que venía de frente por no
haber dejado suficiente sitio... Pero nada de eso soluciona las cosas. Al
contrario, con ello no hacemos sino crear dificultades suplementarias, y la
cuestión sigue sin estar resuelta. También podemos negar el hecho de que
estamos en la cuneta, y filosofar sobre el arte de conducir; podemos tener
una larga conversación intelectual con la persona que ha traído el manual de
instrucciones, lo que nos ocupará el espíritu, haciéndonos olvidar la
realidad presente, al menos de momento. La realidad es que estamos
bloqueados al borde del camino, incapaces de salir de allí. En cualquier
caso, seguimos dependiendo de un mecanismo mental-emocional que no
dominamos, y que hace que nuestra vida, en lugar de ser un viaje alegre e
interesante, se convierta a menudo en una fuente de frustraciones, de
limitaciones y de sufrimiento.
Los principios espirituales o filosóficos, excelentes en sí mismos, tienen
utilidad como punto de partida para la reflexión, desde luego. Aunque son
tan viejos como el mundo, la literatura de la nueva era los ha puesto de
nuevo de actualidad, y eso es excelente porque despierta en un gran número
de personas los valores superiores. Sin embargo, aunque es cierto que esas
hermosas declaraciones pueden fascinar en determinados momentos, resultan
insuficientes frente a las dificultades cotidianas. Sería frustrante que un
profesor de música hablara de la belleza de su arte y del gozo que produce
la interpretación de grandes obras pero no diera a sus alumnos los medios
prácticos para llegar a interpretarlas. Porque, parece tan fácil que es como
si no conseguir todo aquello a lo que se nos exhorta supusiera mala voluntad
por nuestra parte...
Por maravillosas que sean las enseñanzas espirituales, los medios concretos
para ponerlas en práctica siguen siendo a menudo vagos y demasiado
generales. Y pueden ser fácilmente utilizados como una especie de somnífero
espiritual. Se sueña con un mundo de amor y de luz, se habla, se filosofa;
pero la vida diaria continúa con su lote de frustraciones, de sufrimientos,
de enfermedades y de violencia. Nos entusiasmamos al oír o leer hermosas
palabras, pero seguimos criticando al vecino, detestando a la suegra,
culpando a nuestro cónyuge, abusando de nuestro poder sobre nuestros hijos o
empleados, viviendo en estrés permanente, con falta de energía, creyéndonos
víctimas de un mundo injusto, etc. Y, en definitiva, si somos sinceros con
nosotros mismos, seguimos sintiéndonos frustrados y en absoluto felices.
Tal vez tenemos buena voluntad y hacemos esfuerzos desesperados para
desembarazarnos de nuestros comportamientos negativos. Conseguimos así pasar
en paz varios días o varias semanas, sobre todo si estamos fuera de nuestro
entorno habitual. Y luego, de repente, cuando menos lo esperábamos, toda esa
negatividad nos salta de nuevo a la cara. Porque las hermosas enseñanzas que
no han sido plenamente integradas, con frecuencia llevan a negar una parte
importante de nosotros mismos: la que no corresponde a los ideales
propuestos. Deslumbrados y entusiasmados por las maravillosas posibilidades
del ser humano, impresionados por la pertinencia de lo que hemos leído o
escuchado —que entra en resonancia con el deseo profundo de nuestra alma—
queremos alcanzarlo de inmediato. Olvidamos que llegar a dominar el ego
lleva mucho trabajo, mucho tiempo, mucho conocimiento y muchísima práctica.
Es como si al salir de un concierto en el que nos hemos sentido
profundamente conmovidos por el talento y la sensibilidad del pianista,
decidimos tocar el piano. Está muy bien; pero hay que saber que para llegar
a dominar el instrumento se necesitan muchísimas horas de práctica, a menudo
áridas.
Cuando se trata del aprendizaje de un instrumento musical se desilusiona uno
con facilidad, porque las notas desafinadas y la falta de dominio son
evidentes. Es mucho más fácil llamarse a engaño en lo relativo al
aprendizaje del dominio de sí mismo e ilusionarse creyéndose lleno de luz
cuando la sombra no ha sido realmente trabajada. Se asiste a talleres, se
siguen determinadas disciplinas, se leen libros, se acumulan muchos
conocimientos filosóficos, incluso es posible que en ciertos momentos se
tengan hermosas experiencias interiores. Las notas desafinadas, sin embargo,
resultan evidentes: son los fracasos en nuestras relaciones, nuestra
incapacidad de vivir en paz, nuestra fatiga física y moral, nuestras
frustraciones cotidianas, nuestras insatisfacciones, nuestras depresiones,
nuestra incapacidad para amar y para sentirnos amados, etc. Es fácil
entonces caer en la actitud de víctima —si no conseguimos ser felices es por
culpa de los demás o por las circunstancias externas—, o desanimarse
pensando que las disciplinas o enseñanzas son inútiles y que es imposible
alcanzar en este mundo la plenitud. No obstante, la vida puede ser muy
hermosa, y las enseñanzas pueden ser vividas en plenitud, a condición de
conocer y dominar nuestro instrumento, es decir, nuestra propia dinámica
interior.
Para ser realistas, hemos de reconocer que un auténtico cambio de
consciencia —que entraña, por supuesto, una calidad de vida superior— exige
un trabajo interior preciso y riguroso. Porque, si fuera fácil, hace mucho
tiempo que todo el mundo sería feliz.
Para ver todo esto con claridad tiene uno que estar alerta y atreverse a
decirse a sí mismo la verdad; ha de estar atento a los mecanismos de la
propia consciencia para aprender a conocerlos, y es preciso que sea capaz de
dar un paso tras otro. Pero nada de esto es nuevo. Ya estaba escrito a la
entrada del templo de Delfos: «Conócete a ti mismo y conocerás el Universo y
a los Dioses»... (Sócrates).
***
Puede que algunos consideren esto como una utopía. Pero no hay que olvidar
que, por ejemplo, en la Edad Media se hubiera considerado una utopía que una
masa de varias toneladas —un avión— pudiera mantenerse en el aire. Y, sin
embargo, ahora nos parece de lo más natural. ¿A qué se debe? Se debe,
sencillamente, al conocimiento y al dominio de las leyes físicas que la
humanidad ha ido adquiriendo en el transcurso del tiempo mediante la
investigación, la experiencia y la observación inteligente. Si ponemos tanto
esfuerzo en adquirir el conocimiento y el dominio de los mecanismos de la
consciencia como hemos puesto en conocer las leyes del mundo físico,
obtendremos una calidad de vida, interior y exterior, que, por el momento,
parece fuera de nuestro alcance.
Cuando describamos el funcionamiento de determinada dinámica de la
consciencia, nos esforzaremos por utilizar un método análogo al que se
utiliza en la investigación científica, que reconoce que las hipótesis de
las que parte son modelos, no la realidad última. El método científico, que
es el que adoptaremos, se apoya en la observación; después pone a prueba la
teoría en la experiencia concreta, y, más que dar respuestas absolutas y
definitivas, induce a otros campos de reflexión y de investigación.
La presentación del conocimiento se hará bajo dos aspectos. Uno, teórico,
aporta conocimientos (el curso de mecánica) y es esencial para comprender
mejor los mecanismos de la consciencia. El otro, más concreto (la práctica
de conducir y del mantenimiento del vehículo) concierne al comportamiento
del ser humano en su vida cotidiana. Todo ello presentado no como un enfoque
absoluto y definitivo, sino más bien como una ocasión de reflexión sobre uno
mismo y sobre la vida, como una apertura hacia investigaciones más profundas
sobre la naturaleza humana.
A lo largo de del presente espacio Web haremos el balance de la situación,
lo que permitirá comprender la dinámica interior concerniente a la mayor
parte de los seres humanos que viven actualmente en el planeta. Luego,
examinaremos el potencial inherente a cada ser humano, dando alguna luz
sobre el estado interior que le permitiría manifestar ese potencial y cuáles
son los mecanismos que se lo impiden. Eso nos llevará a definir y a estudiar
con detalle dos dinámicas fundamentales de la consciencia humana: la de la
personalidad, con sus consecuencias prácticas, y la que surge del ser
interior, con su aplicación en la vida cotidiana. Conocerlas, y saber cuál
es su origen, nos permitirá acceder a un primer nivel de dominio, y
constituirá un soporte sólido para un trabajo interior eficaz, cualquiera
que sea el método que cada uno siga.
Con ese conocimiento sólidamente adquirido, estaremos en condiciones de
presentar ciertos aspectos esenciales del proceso de transformación interior
que permite pasar del modo de actuación de la personalidad al de una
consciencia más elevada. El proceso de transformación tiene sus leyes.
Trataremos de concretarlas para iluminar el camino de la búsqueda interior
desde un punto de vista práctico, lo que facilitará la utilización de
cualquier método de trabajo y permitirá aumentar su eficacia. En efecto,
existen en nuestros días numerosos métodos para el desarrollo interior
(algunos, muy antiguos; otros, nuevos) que se dirigen a distintas partes del
ser humano. Por encima de los métodos, el conocimiento profundo de la
estructura del ser humano y de sus principios básicos de transformación
facilita y acelera enormemente el trabajo sobre la consciencia. Así pues, el
contenido de este espacio resultará útil a todos los que buscan, cualquiera
que sea el enfoque bajo el que realicen su búsqueda.
Los datos presentados aquí proceden de las observaciones realizadas a lo
largo de los numerosos años dedicados a la investigación y al trabajo sobre
la consciencia. Estarán apoyados también en algunos principios de psicología
holística, experimentados y comprobados. Nos mantendremos, además, en un
contexto muy amplio, procedente tanto de la intuición directa como de
ciertos datos esotéricos básicos coherentes con la experiencia diaria.
Trataremos de exponer y comprender mejor los mecanismos de la consciencia,
pero no a partir de simples teorías, sino apoyándonos en el estudio profundo
de las observaciones concretas ligadas directamente a la vida cotidiana.
Iremos así más allá de los ideales, anhelos y esperanzas, para tomar
consciencia del trabajo que hay que realizar y poder así llevarlo a cabo.
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