|
El “yo”.
El "yo", el ego, significa la idea, la memoria, el recuerdo, la conclusión,
la experiencia, las diferentes intenciones, el constante empeño por ser o no
ser, la memoria acumulada de inconsciente, lo racial, el grupo, lo
individual, el clan, la nación y toda una serie de cosas por el estilo, ya
se proyecten hacia fuera como acción o se proyecten "espiritualmente" como
virtud. También debemos incluir la rivalidad y el deseo de ser. El
esforzarse por todo eso proviene del ego y cuando lo vemos claramente
descubrimos que realmente es algo maligno.
El “yo” es la causa que divide a las personas, el ego nos encierra en
nosotros mismos, en nuestras actividades, por nobles que parezcan, nos
separa y no aísla. Todo eso lo sabemos. Los momentos en los que el ego no
está presente, en los que no hay sensación de lucha, de esfuerzo, son
extraordinarios. Y esto ocurre cuando hay amor.
La experiencia fortalece al ego. En todo momento tenemos experiencias,
impresiones; las interpretamos y reaccionamos ante ellas. Según sean
nuestros recuerdos reaccionamos ante cualquier cosa que vemos y que
sentimos. Y de este proceso de reaccionar ante lo que vemos y sentimos surge
la experiencia.
Deseamos estar protegidos, tener seguridad interior, deseamos tener un
maestro, un instructor, un Dios, y experimentamos aquello que hemos
proyectado. Es decir, hemos proyectado un deseo que ha tomado una forma, a
la cual le hemos dado un nombre y ante eso reaccionamos. Es nuestra
proyección, nuestra nominación. Este deseo que nos brinda una experiencia
nos hace decir: "he experimentado", "he visto al maestro", o bien "no lo he
visto". Ya conocemos todo el proceso de nombrar y de relatar una
experiencia.
La experiencia está siempre fortaleciendo al ego, pues cuanto más inmersos y
más alienados nos encontramos en una experiencia, tanto más se fortalece el
ego. La experiencia nos otorga cierta fuerza de carácter, conocimiento,
creencia y pertenencia a algún grupo determinado. Y de todo eso hacemos gala
ante otros porque sabemos que no son tan "dotados" como nosotros o no
pertenecen a nuestro grupo.
Es preciso que veamos cómo el ego siempre actúa. Nuestras creencias,
maestros, "castas" o niveles sociales, nuestro sistema económico, son todos
un proceso de aislamiento y de conflicto. Por eso es necesario que
comprendamos el proceso de la experiencia.
Por ejemplo, vemos la importancia de tener una mente silenciosa, una mente
serena, por que lo hemos leído o porque nosotros mismos vemos lo bueno que
es estar tranquilo y tener una mente apacible. Deseamos experimentar el
silencio y por ello nos disciplinamos, por medio de la disciplina buscamos
experimentar el silencio. De esta forma, el ego se instala en la experiencia
del silencio, es más, el ego toma vida en cualquiera de nuestros deseos.
Anhelamos comprender qué es la Verdad. Después está nuestra proyección de lo
que consideramos que es la verdad, porque hemos leído mucho al respecto y
hemos oído hablar a mucha gente. El deseo mismo es proyectado y
experimentamos y reconocemos ese estado. Si no reconociéramos ese estado no
lo llamaríamos "verdad". Pero lo reconocemos y lo experimentamos, y esa
experiencia da vigor al ego. El ego se atrinchera en la experiencia y
decimos "yo sé", "hay Dios" o "no hay Dios", decimos que un determinado
sistema político es justo y los otros no lo son.
Vemos que todas las experiencias del ego son destructivas y queremos
encontrar algo que lo disuelva. Creemos que hay varias maneras para disolver
el ego, como la identificación, las creencias, etc. Pero todas ellas están
al mismo nivel, ninguna es superior a la otra, porque todas ellas son
igualmente poderosas para fortalecer el ego. El ego funciona todo el tiempo,
y siempre produce ansiedad, miedo, frustración, desesperación, desdicha, no
sólo en nosotros mismos sino en todos cuantos nos rodean. El ego es una
fuerza aisladora y destructiva, y queremos hallar una manera de disolverlo.
No queremos ser parcialmente inteligentes, sino totalmente inteligentes. La
mayoría de nosotros somos inteligentes en algún campo, algunos son
inteligentes en los negocios y otros en su trabajo de la oficina. Las
personas son inteligentes de diferentes maneras, pero no lo somos
completamente. Ser completamente inteligentes significa ser sin ego. Cuando
decimos que queremos disolver el ego, en el momento en que decimos "quiero
disolver esto" existe aún la experiencia del ego, y así el ego se fortalece.
La acción creadora no es en absoluto la experiencia del ego. Hay creación
cuando el ego no está presente. Porque la creación no es intelectual, no es
de la mente, no es autoproyectada, es algo que está más allá de toda
experiencia. Y aquí reside el problema, pues cualquier actividad de la
mente, positiva o negativa, es una experiencia que en realidad fortalece el
ego. Sólo dejamos de fortalecer al ego cuando existe un completo silencio.
Creemos que hay una entidad espiritual que existe aparte del ego, que
observa al ego y lo puede disolver, que podemos arrinconar al ego por la
fuerza. La mayoría de las personas que son “religiosas” -no son realmente
religiosas, aunque así las llamemos- creen que existe tal entidad, y que si
podemos ponernos en contacto con ella disolverá el ego. Los materialistas
creen que es imposible destruir al ego, que sólo podemos condicionarlo y
contenerlo, en lo político, lo económico o lo social.
Deseamos que exista una entidad que se encuentre fuera del tiempo y que no
pertenezca al ego que venga y lo destruya. Y a esa entidad lo llamamos Dios.
Pero buscar una entidad para que entre en acción y destruya al ego es otra
forma de experiencia que fortalece al mismo ego. Eso es lo que ocurre cuando
creemos.
Cuando creemos que existe la Verdad, Dios o la inmortalidad iniciamos un
proceso que alimenta y fortalece al ego. Es el ego quien proyecta ese
montaje, la estructura que asegura su propia continuación. Todo eso nos
ofrece experiencia, y la experiencia no hará otra cosa que engordar al ego.
Así no destruiremos jamás al ego, sino que simplemente le daremos un nombre
y una cualidad diferentes. El ego continuará estando ahí, sólo que cada día
estará más gordo y bien cuidado, y nuestra acción, desde el principio hasta
el fin, será la misma clase de acción, aunque creamos que evoluciona, que
crece, que se vuelve cada vez más bella. Pero si la observamos detenidamente
nos daremos cuenta que es la misma acción que continua, que es el mismo ego
que toma diferentes ropajes.
Cuando vemos con claridad todo el proceso del ego, sus astutas y
extraordinarias invenciones, cómo se encubre y alimenta mediante la
creencia, la virtud, la identificación o el conocimiento; cuando vemos que
nos movemos en círculos, dentro de una jaula que él mismo fabrica; cuando
vemos que toda la actividad de la mente es tan sólo una forma de
alimentación y de fortalecimiento del ego; cuando nos damos completamente
cuenta de todo esto en la acción, no de un modo verbal sino que lo vemos
realmente, entonces entramos en una calma extraordinaria que no se genera
por la fuerza en el que la mente, totalmente en calma, no tiene poder de
crear. Todo lo que la mente puede crear, cualquier cosa, lo crea dentro de
un círculo cerrado, dentro del ámbito de ego.
Cuando la mente se encuentra en calma y no crea surge la verdadera creación,
la que no es un proceso reconocible. La realidad, la verdad, no se puede
reconocer. Para que la verdad surja la creencia, el conocimiento, la
experiencia, el perseguir la virtud, todo eso debe desaparecer. La persona
“virtuosa” que persigue la virtud jamás podrá encontrar la verdad. Podrá ser
una persona muy decente, pero esto es algo totalmente distinto de quien vive
espiritualmente, que ve la verdad, comprende y obra adecuadamente. Sólo se
manifiesta la verdad a la persona que vive espiritualmente. Por eso es tan
importante ser pobre, no sólo en las cosas del mundo, sino también en
creencias y en conocimientos. Alguien rico en bienes materiales, o en
conocimientos y en creencias, jamás conocerá otra cosa que la oscuridad, y
será el centro de toda discordia y sufrimiento. Mas si nosotros, como
personas, podemos ver todo este comportamiento del ego, entonces sabremos
qué es el amor. En verdad que ésta es la única reforma que puede cambiar el
mundo. El amor no es del ego. El ego no puede reconocer al amor. Decimos "yo
amo", pero al decirlo y al experimentarlo, ya no hay amor. Pero cuando
verdaderamente amamos no hay ego. Cuando hay amor no hay ego.
Cuando alguien no es espiritual surgen los conflictos, los ideales, las
creencias, los juicios, y todo esto alimenta al ego. Pero cuando una persona
vive espiritualmente sólo hay consciencia, amor y obras adecuadas, no
existen ni el bien ni el mal, sólo existe una sola cosa, y esta es una mente
inatenta. Cuando la mente persigue algo, aun cuando se trate de no ser
codiciosa, sigue siendo codiciosa, porque trata de ser algo o de obtener
algo.
Tenemos que conocer el objetivo principal de nuestra vida, que es ser
consciente y obrar adecuadamente. Y esto siempre significa disolver el ego.
El ego está atado al tiempo y en él no hay amor ni compasión. Podemos ir más
allá del ego sólo cuando la mente no se separa a sí misma como el pensador y
el pensamiento pues no existe en realidad tal separación, sino que el
pensador y el pensamiento son una sola cosa.
Sólo entonces surge el silencio, el silencio en el que no hay formulaciones
de imágenes o experiencias; en este silencio no hay un experimentador que
esté experimentando. Sólo así sucede una revolución psicológica creativa.
|
|