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VIVIR EN LA LUZ
La persona más pobre
en cosas exteriores puede ser la más rica interiormente. Sólo es necesario
que viva espiritualmente y no se deje llevar por deseos insignificantes que
no tienen ningún valor real. Aunque parezca incoherente, cuando Dios quiere
hacer a una persona espiritual empieza por vaciarla, pero lo hace como quien
saca de un bolso las monedas de cobre para llenarlo luego con monedas de
oro. Dios le da la luz de la consciencia y la desprende de su egolatría, la
deshincha de lujuria, soberbia y de vanidad y, cuando el egoísmo sale por la
puerta de atrás, la consciencia y el amor entran por la puerta principal.
Cuando el corazón se llena del amor de Dios se siente a la vez el más puro y
más tierno amor humano. Si una persona espiritual, evolucionada y superior
encontrara en su corazón una sola fibra que no perteneciera a Dios obraría
inmediatamente de la manera más adecuada.
Dios ha creado tanto el cielo como la Tierra. Pero muchas sectas dan un
valor infinitamente menor a la Tierra que al cielo. Nunca insistiremos
bastante en que no es lícito ni adecuado despreciar el valor de este mundo
en favor de una dimensión que normalmente se desconoce. Las extravagancias
no conducen a nada útil, y si hay terreno en el que puedan nacer con
facilidad es en donde crece la “religión”. Por eso las personas espirituales
no suelen chocar demasiado con los prejuicios de su época y se convierten
así en los mayores bienhechores de la humanidad.
No se deben imitar las extravagancias, aunque las aconsejen determinadas
personas. El buen sentido dice que no se tienen que pretender capacidades
extrasensoriales ni carismas especiales, que Dios concede a quien quiere y
como quiere, sino que cada uno debe tratar por todas sus fuerzas de ser
plenamente conscientes en todos los momentos de su vida, obrar siempre en
justicia y permitir así que nazca una virtud fuerte y flexible como el
acero, sólida como el granito, valerosa y digna de un soldado espiritual.
Pero además amable, simpática y atrayente como todas las cosas bellas y
buenas.
Es un gran error imaginarse que fuera de los muros de los monasterios
pertenecientes las diferentes sectas todo es mundo, egoísmo y deseos
materiales, y que dentro de ellos todo es cielo, amor y bienestar. No se
debe considerar ni elogiar tanto a las comunidades religiosas ni a los
lugares destinados a la oración o a la meditación, ni pensar que éste género
de vida no tiene sus grandes inconvenientes y miserias. Muchos alaban esa
forma de vida y seducen a otras con sus palabras, pero pronto se descubre la
verdad de las cosas y entonces llega el desengaño y, muchas veces, la
amargura.
Es necesario tener un concepto claro, una idea lo más exacta posible de lo
que debe ser la persona espiritual. Una persona espiritual es aquella que
vive de la manera más consciente que le permiten sus facultades y obra
siempre de la manera más adecuada. Pero sin un corazón lleno del amor de
Dios toda “espiritualidad” se vuelve estéril y deslucida, se convierte en
negación y en hipocresía, daña más que aprovecha, fracasa y acaba por
hundirse en la corrupción.
La espiritualidad tiene muchas formas de concretarse en la vida cotidiana,
pero no todas sus formas convienen por igual a todas las personas. Cada uno
debe adoptar inteligentemente la forma objetiva que sea conforme a su
vocación y a sus circunstancias. La espiritualidad no consiste en el
cumplimiento riguroso de ciertas normas, “el hábito no hace al monje”.
Es un gran error pensar o decir que la vida espiritual es incompatible con
la vida del militar, con la habilidad del diplomático, con las ceremonias
del cortesano, con los sudores del trabajador o con las intimidades de la
familia. La espiritualidad debe iluminar, como lo hacen los rayos del sol,
tanto los palacios de los reyes como los hogares más humildes.
La espiritualidad no consiste en la austeridad de los alimentos, ni en la
sencillez o elegancia de los vestidos, ni en lo religiosa que pueda parecer
alguien, ni en lo cuantioso de las limosnas que se puedan dar, ni siquiera,
aunque suene a paradoja, en la frecuencia de las visitas y retiros a los
lugares de oración y meditación. La espiritualidad consiste en ser
conscientes y en obrar de forma adecuada. Todo lo demás es accesorio y
superficial. Si alguien concibiera de otra forma la espiritualidad, además
de concebirla de un modo imperfecto, se haría ridículo y dejaría de obrar
todo lo adecuadamente que debiera.
Este error es más frecuente de lo que se podría imaginar, y causa verdaderos
estragos en medio de las personas que no saben distinguir entre la verdadera
espiritualidad, que es una subida a las cumbres más altas de la nobleza y de
la perfección humana, y el tumor maligno y egoísta que suele crecer en el
interior de la mística y de la religión. Vivir espiritualmente supone
permanecer en un estado interior de consciencia y de amor plenos que se
concreta en obras adecuadas; consciencia, amor y obras que vienen de Dios y
que son el fundamento de toda virtud. Con esto no pretendemos condenar, muy
al contrario, algunas formas de vida y algunos procedimientos que cada
persona debe practicar según su vocación personal.
Las mayores dificultades se llevan en el interior. Todas nuestras obras, sin
el espíritu de Dios, son como la nada de una cueva oscura, pero extraviarnos
en planos internos supuestamente “espirituales” también significa perderse.
La espiritualidad que se reduce a experiencias interiores se hunde y las
obras sin consciencia ni conocimiento provocan injusticias.
Existen personas espirituales, llenas de amor y virtuosas, en medio del
ambiente frívolo del mundo. Ellas se conservan limpias e intachables, se
semejan a aquellos insectos que vuelan alrededor de la llama y no se queman
nunca. Pero lo más normal es que se encuentren, tanto en los individuos como
en los grupos que éstos forman, tumores espirituales que intentan devorar el
alma. Estos son los diferentes egos, como la envidia, la lujuria o la ira,
que anidan en su interior. Pero ni tenemos que permitir que sucedan
ocasiones peligrosas en las que puedan vencernos estos egos, ni es lícito
seguir a estas impurezas del alma cuando surjan en nosotros, de ningún modo.
Un miembro gangrenado debe cercenarse, un cáncer o se extirpa o acaba con el
enfermo. De la misma manera en que hay casos en los que la cirugía es una
verdadera necesidad, así también hay que extirpar del alma, con firmeza y
sin contemplaciones, todos estos monstruos, y la única forma de eliminarlos
es dejar de alimentarlos.
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