Nos convencemos a nosotros mismos de que la vida será mejor después de
terminar la carrera, después de conseguir trabajo, después de casarnos,
después de tener un hijo, después de tener un coche, y entonces después de
tener un mejor coche...
Luego nos sentimos frustrados porque nuestro coche no es lo
suficientemente potente, o nuestros hijos no son lo suficientemente grandes,
y pensamos que seremos más felices cuando tengamos más “caballería” en el
motor de nuestro vehículo y más dichosos cuando crezcan nuestros hijos y
dejen de ser niños, después nos desesperamos porque son adolescentes,
difíciles de tratar. Pensamos: seremos más felices cuando salgan de esa
etapa.
Luego decidimos que nuestra vida será completa cuando a nuestro esposo/a
le vaya mejor, cuando tengamos una casa con jardín, cuando nos podamos ir de
vacaciones al lugar deseado, cuando consigamos el ascenso, cuando nos
retiremos.
La verdad es que, ¡no hay mejor momento para ser feliz que ahora mismo!
Si no es ahora, ¿cuándo? La vida siempre estará llena de luegos, de
retos.
Es mejor admitirlo y decidir disfrutar ahora de todas formas.
No hay un luego, ni un camino para la felicidad, la felicidad es el
camino y es el AHORA.
Atesora cada momento que vives, y atesóralo más porque lo compartiste con
alguien especial; tan especial que lo llevas en tu corazón y recuerda que el
tiempo no espera por nadie.
Así que deja de esperar hasta que termines la Universidad, hasta que te
enamores, hasta que encuentres trabajo, hasta que te cases, hasta que tengas
hijos, hasta que se vayan de casa, hasta que te divorcies, hasta que pierdas
esos diez kilos, hasta que el viernes por la noche o hasta el domingo por la
mañana, hasta la primavera, el verano, el otoño o el invierno, o hasta que
te mueras, para decidir que no hay mejor momento que justamente ÉSTE para
ser feliz.
La felicidad es un trayecto, no un destino.
Trabaja como si no necesitaras dinero, ama como si nunca te hubieran
herido, y baila... como si nadie te estuviera viendo.
EL DÍA A DÍA
Un amigo abrió el cajón de la cómoda de su esposa y levantó un paquete
envuelto en papel de seda: “Esto, dijo, no es un simple paquete, es
lencería”.
Tiró el papel que lo envolvía y observo la exquisita seda y el encaje.
“Ella compró esto la primera vez que fuimos a Nueva York, hace nueve
años. Nunca lo usó. Lo estaba guardando para una ocasión especial”.
“Bueno... creo que esta es la ocasión”. Se acercó a la cama y colocó la
prenda junto con las demás ropas que iba a llevar a la funeraria.
Su esposa acababa de morir.
Volviéndose hacia mí, dijo: “No guardes nada para una ocasión especial,
cada día que vives es una ocasión especial”. Todavía estoy pensando en esas
palabras... ya han cambiado mi vida.
Ahora estoy leyendo más y limpiando menos. Me siento en la terraza y
admiro la vista sin fijarme en las malas hierbas del jardín. Paso más tiempo
con mi familia y amigos y menos tiempo trabajando.
He comprendido que la vida debe ser un patrón de experiencias para
progresar, no por sobrevivir. Ya no guardo nada, ni tampoco derrocho más
allá de lo que puedo permitirme. Uso mis copas de cristal todos los días. Me
pongo mi abrigo nuevo para ir al supermercado, si así lo decido y me viene
en gana. Ya no guardo mi mejor perfume para las fiestas especiales, lo uso
cada vez que me apetece hacerlo, sin más. La frase “algún día...” y “uno de
estos días”, están desapareciendo de mi vocabulario.
Si vale la pena verlo, escucharlo o hacerlo, quiero verlo, escucharlo o
hacerlo ahora. No estoy seguro de lo que habría hecho la esposa de mi amigo
si hubiera sabido que no estaría aquí para el mañana que todos tomamos tan a
la ligera. Creo que hubiera llamado a sus familiares y amigos cercanos. A lo
mejor, hubiera llamado a los antiguos amigos para disculparse y hacer las
paces por posibles enojos del pasado. Me gusta pensar que hubiera ido a
comer comida china, su favorita. Son esas cosas dejadas sin hacer, las que
me harían enojar si supiera que mis horas están limitadas. Enojado porque
deje de ver a buenos amigos con quienes me iba a poner en contacto “algún
día”.
Enojado porque no escribí cartas que pensaba escribir “uno de estos
días”. Enojado y triste porque no les dije a mis hermanos y a mis hijos con
suficiente frecuencia, cuanto los amo. Ahora trato de no retardar, detener o
guardar nada que agregara risa y alegría a nuestras vidas. Y cada mañana me
digo a mi mismo que éste es un día especial, cada hora, cada minuto... es
especial.
Piensa que ese “uno de estos días” está muy lejano... o puede no llegar
nunca.