Además de la práctica de meditación y concentración es
necesario que aprendamos a establecer una conexión consciente y activa con
ese Dios. No basta que lo entendamos, lo intuyamos, lo veamos. Es preciso
también que uno, como ser humano activo, dinámico y volitivo, se dirija, se
exprese, establezca un contacto, una comunicación. Y de ahí surge la
verdadera oración.
La oración no es nada más que el reconocimiento
explícito que hacemos de esas cosas que vamos descubriendo. Viene entonces
esa expresión directa con Dios, expresión que no requiere el más mínimo
formulismo, sino sólo esa simple presencia, esa conciencia de su presencia y
de su acción. Entonces le hablamos, y le hablamos sobre todos los aspectos
de la vida que para nosotros son importantes, porque en todos los aspectos
de la vida Él es, tanto si nos damos cuenta como si no, el Centro.
Es preciso que la oración exponga lo que nos preocupa, lo
que nos interesa, aquello a lo que aspiramos, que le pidamos si es preciso,
ya que en nuestra naturaleza está el pedir. Es necesario que aspiremos a lo
que realmente deseamos llegar a vivir, que lo expresemos sin ninguna
limitación de tiempo, ni de forma; lo único que se pide es sinceridad,
totalidad de la exclamación, al dirigirnos a Él para formular en nuestra
mente lo que vemos que necesitamos, que deseo. La oración no es una cosa que
uno pronuncio para sí, sino una cosa que dirigimos a Él; ha de haber esa
salida de sí para ir a Él, es decir, salir de la propia mente para ir a ese
otro nivel en el que intuimos Su presencia.
Este gesto de salir de nuestra mente para dirigirnos al
otro nivel es fundamental en la oración, porque es el que renueva nuestro
funcionamiento. En cambio, aquella oración que se hace dentro de la mente no
es un contacto, no es relación, no es comunicación, sino que es sobrecarga
de nuestra mente.
Cuando estamos hablando con otra persona podemos tener
dos actitudes: o bien podemos hablar en voz alta, aunque en el fondo
estemos monologando, diciendo algo que nos interesa a nosotros y lo
exclamamos en voz alta, lo cual, aunque tiene la apariencia de
comunicación, en realidad no es así; o bien, cuando nos interesa mucho que
el otro comprenda algo, podemos hablar con toda nuestra atención, con
nuestro interés puesto en el otro; entonces nuestras palabras, nuestra
intención y actitud salen de nuestra propia mente y se dirigen al otro. Éste
es el gesto fundamental de la oración. Es decir, que estemos realmente
dirigiéndome al otro, al Único, pero con ese gesto de salir hacia él.
Mientras nos mantenemos cerrados en nuestro círculo mental, estamos
monologando, todavía no hemos dicho una palabra a Él, nos la estamos
diciendo a mí.
Esta oración, que no tiene más reglas que la sinceridad y
la perseverancia, va produciendo unos estados, unas experiencias. Esta
oración, juntamente con la evidencia de la meditación, es algo que debe
formar parte de nuestra vida diaria de cada momento. Dios no es algo para
ser vivido un momento al día, Dios es algo para ser vivido en todo momento,
porque Él es el Centro en todo momento.
En todo instante debemos estar presentes, conscientes,
porque en todo instante es uno el que está actuando; tenemos que ser y estar
completamente lúcidos, conscientes, iluminados. Dios, Yo, el Mundo, no son
más que tres términos para un solo continuo funcional.
