En general, denominamos vida espiritual a esa vida que tiene por objeto la
toma de conciencia con una realidad que trasciende nuestro mundo concreto de
pensamiento, de sentimiento y de experiencia externa. Pero la necesidad
espiritual no surge en nosotros de un modo tan espontáneo y natural como lo
hacen nuestras necesidades fisiológicas de comer, dormir, movernos, o como
surge nuestra necesidad de amar y de ser amado.
No sabemos si, en otras condiciones de vida y
civilización, tal vez surgiría. Pero el hecho es que, en nuestra educación,
es un ingrediente importante en muchos países al dar generalmente una
educación llamada espiritual; y, como esa educación espiritual consiste en
inculcar a la persona una serie de ideas que comportan un conjunto de
obligaciones, cabe entonces plantearse la pregunta de hasta qué punto la
persona es auténticamente espontánea, cuando trata de abrirse hacia ese
mundo espiritual, y hasta qué punto están actuando en ella solamente los
condicionamientos que la educación y la presión del exterior le han
inducido.
Porque es evidente que si esta persona está actuando sólo
en virtud de presiones y condicionamientos exteriores, desde un punto de
vista social porque sea interesante y hasta quizás útil, o desde un punto de
vista de evolución psicológica, no sirve para nada; lo único que realmente
sirve en el sentido de evolución, de crecimiento, de actualización de la
persona, es lo que surge de dentro, lo que es auténtico, lo que es inherente
a la persona, lo que es expresión espontánea, directa, propia.
El hecho es que hay muchas personas que tienen gran
interés en todo lo relacionado con la vida espiritual. La experiencia nos
enseña que no siempre las personas que parecen muy interesadas en lo
espiritual son personas que, en lo humano, brillan de un modo particular por
sus cualidades, o por su equilibrio, o por cualquier otro aspecto. En
algunos casos, incluso es natural que se plantee la duda de si la vida
religiosa, o la vida que llamamos espiritual, que aquella persona está
llevando es realmente una ayuda, o acaso no es un entorpecimiento a su
verdadero desarrollo interior.
Aquí no planteamos la vida espiritual en sí misma, sino
desde el punto de vista de la actitud de la persona hacia ella. Son muchas
las personas que están viviendo de un modo ficticio una vida espiritual, y
que, por lo tanto, no es una vida, sino una mera imitación, un supuesto. Y
lo cierto es que esas personas que muchas veces viven una vida ficticia
creen que están viviendo una vida sincera y auténtica. De ahí surge el
primer problema. ¿Cómo aprender a diferenciar cuándo la vida espiritual es
realmente algo que uno hace de veras, simplemente, o cuándo es, simplemente,
producto de lo adquirido, de lo que ha venido de lo exterior?