A medida que se va practicando este ejercicio, uno ha desaprender también a
adoptar una actitud correspondiente en la vida diaria, es decir aprender a
vivir en esta zona axial, que uno irá sintiendo cada vez con mayor claridad.
Ha de aprender a situarse, no en esa zona en la que uno piensa, sino en este
eje desde el que puede abrirse a todo lo demás sin temor, porque uno ya no
tiene miedo de que le vayan a quitar nada, de que le vayan a lesionar.
Estando situado en este eje, se vive un estado completamente positivo e
invencible, porque aquello es inasequible respecto a todo lo que es mundo
exterior.
Pero esto sólo se ve cuando se
experimenta. El hecho es que uno puede aprender a abrirse, uno puede empezar
a hacerlo. Al principio, por supuesto, uno cree estar abierto y en realidad
está apretando todo lo que tiene por apretar. Pero, a medida que va
adquiriendo un soporte más profundo, las demás cosas, los demás niveles, se
van abriendo, y entonces uno deja que el impacto del exterior, las palabras,
las actitudes, las percepciones, los sonidos, todo cuanto nos viene del
exterior entre realmente dentro. Y no le cerramos el paso, no lo filtramos,
sino que dejamos que entre de un modo libre y consciente. Entonces cada
nuevo impacto se traduce en una nueva reafirmación, en una nueva toma de
conciencia central de Ser. Es un estado extraordinario, es como si esta
conciencia, que ya es por sí misma completa, fuera cada vez distinta, siendo
la misma, gracias a la dinámica que está teniendo lugar en el mundo
fenoménico.
También, la persona ha de
aprender a estar abierta a la hora de expresarse ella, no solamente a la
hora de recibir, sino a la hora de exteriorizarse. Esto permitirá la
utilización integral de todos los recursos propios. Mientras estamos
expresándonos con una actitud de preocupación, utilizamos solamente una
parte de nuestra mente, de nuestra emotividad, de nuestra vitalidad, de
nuestros argumentos. En cambio, cuando podemos estar viviendo desde este
eje, y desde allí responder a la vida, expresamos lo que debemos de
expresar, todo surge del fondo.
Y, curiosamente, las cosas no
salen de un modo desordenado, sino ordenado. Porque estar abierto significa
que también nuestra mente está funcionando a pleno rendimiento, y por lo
tanto hay una capacidad de ordenación, de organización de nuestra conducta y
de nuestro pensar que es en cada momento la óptima.
Estar abierto no significa ser
simplemente un impulsivo, sino que significa estar funcionando todo “yo”,
y, por lo tanto, nuestra mente, nuestro sentido de responsabilidad, nuestro
sentido de adecuación, y ejercer una consciencia y una visión más objetiva
del otro y de lo otro. De la situación, de sus implicaciones, de lo que es
correcto y de lo que no lo es, de todo esto se cuida la mente de un modo
instantáneo cuando la dejamos que funcione en libertad. La mente, cuando
está libre, canaliza, pero no cohíbe, utiliza todo lo que hay por expresar y
trata simplemente de darle la forma más correcta.
La mente tiene por función
ordenar, canalizar, adecuar todo lo que se le ofrece. Si le ofrecemos poco,
adecuará poco; si le ofrecemos mucho, adecuará mucho. Esto significa que el
tono de la vida de la persona se elevará y será una persona entera la que
estará presente, viviendo, expresando y obrando apropiadamente.
Por otra parte, uno vive
siempre esta expresión de un modo sumamente positivo. Tal vez no hay mayor
satisfacción en el mundo fenoménico que este doble flujo por el cual
dejamos que el mundo entre en nosotros y a su vez nos expresamos enteramente
hacia el mundo. Cuando uno puede empezar a hacer esto de un modo más
profundo, más completo, más integral, este oleaje, este vaivén, produce una
constante renovación de todo lo que son nuestras funciones, nuestros
contenidos, con una constante reafirmación, renovación, de la conciencia
permanente de ser.